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Locura y drogas en la jungla: así fue el infernal rodaje de Apocalypse Now en Filipinas

Se dice que fue la producción más catastrófica de la historia, pero terminó siendo uno de los clásicos de Francis Ford Coppola y de todo el cine
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02 de septiembre de 2019 a las 05:00

La jungla. Oscura, verde, impenetrable. Las hélices de los helicópteros cortan el aire caliente, espeso por la humedad. Una guitarra llora de fondo y Jim Morrison canta que es el fin. Y la selva se enciende. El fuego del Napalm incinera la vegetación y la convierte en cenizas; ciega con toda su fuerza destructora. La jungla ya no existe, las penumbras aumentan, el humo impide la visión y Vietnam nace como el infierno en la Tierra. Es el corazón de las tinieblas.

En el cine hay un puñado de arranques que terminaron siendo más clásicos que la película en la que se incluyen. Cada uno tendrá su postura en cuanto a si Apocalypse Now sufre de esta “condición” o no, pero nadie puede negar que su comienzo es uno de los más poderosos del cine. Es un golpe al mentón, un balazo en la sien, un prólogo que anticipa un viaje épico a una tierra oscura marcada por la locura. Porque hay pocos términos más adecuados que ese para definir a la epopeya bélica de Francis Ford Coppola: una demencia mastodóntica que sacudió al cine por los ejes. 

Para cuando Apocalypse Now se estrenó en 1979, mucha agua había corrido por debajo de las suelas de Coppola y su equipo. El rodaje se había pensado para catorce semanas y terminó en 239 días. Se lo recuerda como el más catastrófico y desafiante, y hay muchas pruebas que avalan la hipótesis. La historia de cómo se hizo la película tiene escándalos, enfermedades infecciosas, montañas de droga, despidos, crisis económicas, un guion que nadie seguía, gente que se perdía en la selva y desastres naturales. Fue un viaje que dejó a Coppola casi al borde del desquicio, pero del que logró salir indemne. 

El 15 de agosto se cumplieron 40 años de su estreno y revisar cómo fue que esta película terminó llegando a las salas resulta pertinente, sobre todo teniendo en cuenta que de ese proceso infernal salió una de las más grandes obras de la segunda mitad del siglo XX. 

Coppola en el set de Apocalypse Now

Contratiempos 

Apocalypse Now no fue pensada para Coppola. De hecho, Francis Ford se hizo el vivo. En aquellos años él era así: rápido, egocéntrico, megalómano. Lo quería todo y lo conseguía todo. Ya había conocido el éxito con El padrino I y II y quería más.

La idea original de la película era de John Milius, guionista destacado que se había obsesionado con la novela El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad y que había decidido adaptarla al conflicto de Vietnam. Milius se lo ofreció a George Lucas, creador de Star Wars, y este se mostró interesado en dirigir el proyecto. Pero todo se dilató tanto que Coppola, amigo de ambos, se adelantó y lo incluyó en un paquete de ideas que vendió a los estudios. Y el ambiente se caldeó. Hubo líos, discusiones y bandos que se pusieron de un lado o del otro, pero Milius apoyó a Coppola. “Francis le dio a George más de una oportunidad de hacer la película, y no la hizo. Si Francis no hubiera hecho Apocalypse, nadie la habría hecho”, dice el guionista en Moteros tranquilos, toros salvajes, un libro escrito por Peter Biskind que es esencial para entender al Hollywood de los 70.

Coppola con niños filipinos

Así, Coppola se puso el proyecto al hombro. Era lo más ambicioso de su carrera y quería hacerlo bien. El lugar elegido para filmar fueron las Filipinas, el escenario más parecido a las junglas vietnamitas. Y los problemas aparecieron antes de despegar. El estudio pedía un actor taquillero que garantizara resultados posteriores y por eso Coppola sacó a relucir los Oscar que había ganado con sus trabajos anteriores para conquistarlos, pero nadie se quiso subir al barco. Ni Steve McQueen, ni Jack Nicholson, ni Al Pacino, ni Robert Redford, ni Marlon Brando. La respuesta era siempre la misma: ¿a quién se le ocurre ir catorce semanas al medio de la selva a pasar calor, ser comido por los mosquitos y terminar internado en algún hospital asiático con cólicos tropicales? Al final, el que agarró viaje fue Harvey Keitel, que se puso en la piel del capitán Willard, el hombre al que le encomiendan la misión de encontrar al renegado Coronel Kurtz. Coppola volvió a hablar con Brando y lo convenció para que interpretara a Kurtz, y más tarde el casting se completó con Robert Duvall y Dennis Hopper. Con las estrellas contratadas, viajaron todos a Filipinas. Menos Brando, que llegó cuatro meses tarde.

Pero en la selva la cosa volvió a complicar. Ya le habían avisado a Coppola que iban a filmar en épocas lluviosas y no le había importado. “Será una película con mucha lluvia, entonces”, dijo. Al poco tiempo de empezar, un tifón se les vino encima y tuvieron que posponer todo. Lo que siguió fueron nueve días de lluvias continuas, decorados destruidos, olas de barro, nada de luz eléctrica y equipos técnicos aislados por las inundaciones.

Las cámaras, el set, el barro

Estrellados

Cuando más o menos todo se había acomodado, llegaron los líos humanos. Brando era incontrolable, no tenía idea del guión, quería dormir en una casa flotante y estaba pasado de kilos. Vittorio Storaro, el director de fotografía, despedía constantemente a sus asistentes y solo quería comer pasta fresca traída a diario de Italia. Hopper estaba todo el día pasado de cocaína y las fiestas con alcohol, drogas y prostitutas de Manila eran moneda corriente en el set. Además, nadie tenía muy claro qué era lo que tenían que filmar y en qué momento iban sus escenas. Coppola reescribía todos los días el guion, y en un momento decidió prescindir totalmente de él. Como contó recientemente en una entrevista con The Guardian, comenzó a filmar en base a un ejemplar de El corazón de las tinieblas subrayado. El humor en el set no era el mejor.

“Tenía a todo el mundo en contra. Estaba haciendo algo sobre un tema que nadie se atrevía a tocar, con mi dinero, y lo único que recibía eran críticas. Me derrumbé”, cuenta el director en el libro de Biskind.

Denis Hopper

La megalomanía del director llegó al límite cuando decidió despedir a Harvey Keitel. El actor se volvió a Estados Unidos y fue suplantado por Martin Sheen, que tuvo que volver a filmar todas las escenas en medio de un caos de egos, barro y alcohol. Y en medio todo eso llegaron las enfermedades, que mandaron al hospital a varios miembros del staff y a la tumba a un técnico filipino. En su libro, Biskind asegura que lo enterraron con una remera de la película. 

Coppola entró en un espiral de paranoia y depresión, y además empezó a perder tanta plata –por la película y por las fiestas en la playa que hacía– que estuvo al borde de la quiebra. Pero milagrosamente, y después de meses de montaje, la película se terminó. Y aunque no fue un éxito inmediato, se consolidó como una de las películas más significativas sobre Vietnam y la capacidad de autodestrucción. La historia de Willard y su búsqueda del reino salvaje de Kurtz sigue impactando por su misticismo, alegorías y las disecciones de la naturaleza humana que hace. También, por sus icónicas imágenes y por las frases legendarias –“adoro el olor del Napalm por la mañana” es solo una de ellas–.

Marlon Brando

Se la ha definido muchas veces como una película “antibélica”, que echa por tierra el legado histórico de la guerra, pero Coppola no está de acuerdo. Lo explicó hace poco en The Guardian: “Una película antibélica tiene amor, paz, tranquilidad y felicidad, y sucede en medio de un conflicto armado. No puede tener escenas violentas que inspiren a más violencia. Una película como Apocalypse Now, en la que un grupo de helicópteros bombardea una aldea inocente al ritmo de Wagner, jamás podría estar en ese grupo”. El hombre tiene razón; esta película es todo menos pacificadora. Vean, sino, ese arranque. O la mencionada carga de las Valkirias. Pasan las décadas y siguen siendo escenas tan potentes y espeluznantes como al principio. Ya lo dice Kurtz: es el horror. El horror.  


 

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