Mundo > Mas o menos Estado

Los líderes mundiales y cómo combaten el coronavirus

Los gobiernos han reaccionado de variadas formas a la pandemia, pero la enorme mayoría se inclina por una política de férrea intervención estatal
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22 de marzo de 2020 a las 05:00

En tiempos de crisis es donde realmente se ven los líderes. En esas instancias de zozobra colectiva, el líder debe saber capturar el momento, transformarlo a su favor y transmitir tranquilidad a la población, podría resumir un principio de El Príncipe de Maquiavelo.

La pandemia del coronavirus, una crisis global y en varias dimensiones, ha visto respuestas disímiles por parte de los gobiernos. Pero junto al tendal de enfermos y los millares de muertos, las lecciones que por ahora el flagelo va dejando, tanto en lo político como en lo social y, no menos, en lo geopolítico, no tienen desperdicio.

Desde que irrumpió el primer brote en diciembre pasado en China, el gobierno de ese país ocultó por todos los medios la existencia de la epidemia; y el médico que logró identificar el virus e intentó advertir de ello a sus colegas fue perseguido y vigilado por la seguridad del Estado hasta que finalmente, cual héroe trágico, murió contagiado del propio coronavirus. El hermetismo del gobierno chino, cuando no sus https://www.elobservador.com.uy/nota/manejo-de-crisis-la-calma-de-pence-supera-al-erratico-trump-2020316185142mentiras flagrantes sobre la naturaleza del mal que enfrentaba, hicieron que durante semanas el virus se propagara en forma exponencial.

Así, además de poner de manifiesto la gran vulnerabilidad del mundo globalizado e interconectado en que vivimos, el coronavirus ha dejado entrever por primera vez los verdaderos riesgos de un mundo cuya economía está basada en un país gobernado por una dictadura. Que la mayoría de las industrias y hasta la industria farmacéutica mundial esté, por un tema de bajar costos, instalada en un país bajo el control totalizador del Partido Comunista parece demencial; y bien mirado, en momentos como este, hasta reminiscente de películas como la Brazil de Terry Gilliam, o de las obras de Ray Bradbury o H.C. Wells y otras distopias apocalípticas de la ciencia ficción. 

Es cierto que luego, cuando ya las cosas se salieron de control, la reacción del gobierno de Beijing fue draconiana; se fueron de un extremo al otro: recluyeron a toda la población de la provincia de Hubei y de otras partes de China en sus casas, bloquearon las carreteras, cerraron las escuelas, oficinas y comercios, y paralizaron toda actividad económica. Con ello, aunado a una cantidad importante de test de coronavirus, han logrado de momento contener la expansión del mal.

Pero entonces han surgido dos modelos de combate efectivo a esta pandemia: por un lado el propio chino, que recluye a sus ciudadanos y restringe sus movimientos y actividades; y por el otro, el de Corea del Sur, que permite a la gente continuar con su vida normal pero proporciona un test de coronavirus para todo aquel que desee realizárselo, incluso por los llamados “drive-thru” como los de los autobancos, o a domicilio. Además de que el país posee un sistema de salud que cuenta con una infraestructura y un equipamiento capaz de hacer frente a este tipo de crisis.

Pero ambos han logrado contener la propagación del virus, de modo que ambos pueden ser considerados modelos exitosos para combatirlo.

Por eso surge el debate: los que están a favor del modelo de cerrar todo y recluir a todo el mundo en sus casas y los que prefieren el sistema abierto al estilo surcoreano. La gran mayoría de los gobiernos, y sobre todo de sus poblaciones, parece inclinarse por algo parecido a lo que se ha hecho en China, o hacia ello van. Pero en Italia, por ejemplo, donde se han aplicado esas medidas draconianas de reclusión total y bloqueo, lejos de disminuir, los casos de coronavirus han aumentado, superando ya en número a los de China. Otro tanto puede decirse de España, Francia o Suiza, aunque estos tres con medidas menos drásticas que las de Italia.

En Alemania, sin embargo, el cierre ha sido parcial: los bancos están abiertos, algunos comercios también y, desde luego, las farmacias y otros establecimientos considerados de primera necesidad. Pero lo de quedarse en la casa es solo una recomendación del gobierno central, no una obligación, para los alemanes. Además, todas estas medidas, incluida la de cerrar comercios, han quedado a discreción de cada estado federado, que las han implementado de manera muy diferente. Y en los últimos tres días los contagios en Alemania se han más que duplicado y el número de muertos por coronavirus ha pasado del relativamente bajo 12 a 44. Aún bajísimo para la media europea, pero que ha llevado al gobierno de Angela Merkel a replantearse algunas medidas con los gobiernos federados.

Por supuesto, el debate se inscribe también en la dicotomía “más Estado o menos Estado” que ha dominado la conversación política en lo que va del siglo. Pero en este caso, como en toda crisis severa, la opinión pública se inclina abrumadoramente por más Estado. Ante el peligro, la incertidumbre y el miedo a lo desconocido, la gente quiere sentir la protección y experimentar la infraestructura del Estado. Y cualquiera que se ponga en estos momentos a mentar “la mano invisible del mercado” que describía Adam Smith, como hizo hace unos días Jaime Bayly desde su programa en Miami, es visto como un extraterrestre.

Luego, varios gobiernos de distinto signo han tenido diferentes reacciones, pero en general, podría decirse que de modo contraintuitivo, los gobiernos considerados más populistas son los que se han tomado con más calma la pandemia del coronavirus; en tanto que varios gobiernos reconocidos como liberales han decretado cierres, coartado la libertad de tránsito y de reunión y, en algunos casos, hasta la libertad de movimiento. Las opiniones de los científicos están divididas en torno a si todos los ciudadanos  — infectados y no infectados— deben quedarse en sus casas; pero la enorme mayoría de ellos sostiene que la gente debe circular libremente, guardando la hoy tan aludida “distancia social” de poco menos de dos metros.

Obviamente que los críticos de estos gobiernos populistas sostienen que la apertura es más bien irresponsabilidad de sus gobernantes. Como sea, estos no dejan de representar un punto de vista, aunque este sea hoy por hoy muy minoritario.

Por caso, Andrés Manuel López Obrador en México y Jair Bolsonaro en Brasil. Ambos consideran exagerada la reacción mundial ante el coronavirus, pretendían que sus países siguieran funcionando normalmente y, hasta hace unos días, ambos continuaban con sus mítines donde se abrazan con decenas de simpatizantes. El mexicano ha recibido la condena de sus detractores de siempre, pero la mayoría en su país lo apoya hasta en esto, si bien menos que en lo general. Pero Bolsonaro, por su talante bastante más provocador, que lo ha llevado a calificar de “histeria colectiva” la respuesta al coronavirus, ha sido fuertemente caceroleado estos días en Río, Sao Paulo y otras ciudades, y ha tenido que ceder al cierre parcial de fronteras que le pedían y al decreto del “estado de catástrofe”.

Parecido, y a la vez muy distinto, fue lo de Donald Trump. El norteamericano vivió durante algunas semanas en una realidad paralela, afirmando que “todo está bajo control”, que “estamos mucho mejor”, que “ya tenemos casi prontas la vacunas y las terapias”, mientras el virus se propagaba a gran velocidad por todo Estados Unidos. Finalmente tuvo que reconocer la existencia de la pandemia, no sin aclarar que él lo había hecho “antes que todos los demás”. Trump es “primero” hasta cuando es el último.

En el Reino Unido, el primer ministro Boris Johnson ha defendido que la sociedad británica continúe con su actividad normal, y su gobierno hasta ha propuesto combatir el coronavirus con la muy polémica “flock immunity” (inmunidad de majada), que consiste en dejar que se contagien los que se tengan que contagiar para que los sobrevivientes desarrollen los anticuerpos que los harán inmunes. Lo que en Italia llevó a Alessandro Sallusti, el irreverente director de il Gironale de Milán, a titular su columna con “British coglions”, una manera muy italiana de sugerir “pelotudez británica” sin decirlo en ningún idioma.

En realidad, la “inmunidad de majada” parecería más bien una política del doctor Mengele, y la OMS le ha hecho saber al gobierno de Johnson que se opone a ella. Pero en general, los británicos le han dado al primer ministro el beneficio de la duda, y una mayoría respalda la manera en que está manejando la crisis.

Al fin y al cabo, toda política es local, como decía Tip O’Neill. El tiempo dirá quién tenía la razón en esto de combatir el coronavirus. O mejor dicho, el coronavirus pasará, y cada población habrá de juzgar la respuesta de sus gobernantes según su experiencia directa.                       

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