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Los millenials magnates y su castillo de criptomonedas

En San Francisco, las pequeñas comunidades de jóvenes gurues del blockchain siguen acumulando millones y ciertas paranoias
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24 de enero de 2018 a las 05:00
Por Nellie Bowles
New York Times

Hace poco, el fundador de algo que se llama Ripple fue momentáneamente más rico que Mark Zuckerberg. Otro día, un donante anónimo estableció una organización de caridad con US$ 86 millones –en valor de bitcóin– llamada Pineapple Fund. Por la ciudad de San Francisco, en EEUU, se han visto autos Tesla con placas personalizadas que dicen BLOCKHN, por blockchain (base de datos distribuida que registra las transacciones y asegura que no se puedan realizar modificaciones). La cantidad de personas que quiere comprar bitcones con tarjetas de crédito ha aumentado.

En 2017, la criptomoneda Bitcoin pasó de cotizar US$ 830 a US$ 19.300. Actualmente ronda los 9.000. Ether, su principal rival, empezó el año pasado con un valor de menos de US$ 10 y terminó 2017 valiendo unos US$ 715. En estos momentos cuesta alrededor de US$ 1.000. Ese enriquecimiento genera noticias como si fuera una adicción; es frenético porque parece ser azaroso. Los inversores que intentan comprender la situación lo comparan con la burbuja puntocom a finales de los años noventa, cuando se dispararon las valores de casi todo y era difícil distinguir los Amazons y los Google de los Pets.com.

16.000 dólares cotizó el bitcoin a mediados de diciembre, para caer después por debajo de los 10.000.

La comunidad de criptomonedas consiste básicamente en un grupo pequeño de amigos –desarrolladores, libertarios, usuarios de Reddit y ciberpunks– que se conocieron en conferencias de criptos y foros de discusión en internet. Durante horas en chats grupales anónimos o en bares de San Francisco hablan sobre cómo las criptomonedas traerán una descentralización del poder y de la riqueza y cambiarán el orden mundial. Puede que la meta sea la descentralización, pero la verdad es que el dinero sí está muy concentrado. Coinbase, una especie de cartera para guardar y hacer transacciones con bitcóins, tiene más de 13 millones de cuentas de dueños de criptomonedas. Los datos sugieren que el 94% de la riqueza de los bitcones está en manos de hombres y algunos estiman que el 95% de la riqueza la tienen solo el 4% de todos los dueños de criptomonedas.

Aquí hay solo unos pocos ganadores y, a menos de que lo pierdan todo, el impacto que tendrán de aquí en adelante será inmenso. Y tienen buena memoria respecto de quiénes se burlaron alguna vez de ellos por la inversión.

El criptocastillo

Puede que sea de arena o de naipes, pero el criptocastillo se ha erigido. Y es que hay una casa que se llama justamente Crypto Castle; el rey es Jeremy Gardner, de 25 años, un inversor con un fondo de cobertura que hace de guía turístico para los novatos en las criptomonedas.

Una tarde hace poco abrió una botella de vino mientras ponía a cargar una decena de baterías para nunca tener que conectar su celular a la corriente durante un viaje que planeaba a Ibiza.

"Hago ICOs, eso es lo mío", dijo, en referencia a las ofertas iniciales para criptomonedas. Tenía puesta una camisa de botones color rosa que combinaba con sus pantalones rosas. "Somos yo, unos cuantos VCs y muchos charlatanes", agregó, usando el término para referirse a capitalistas de riesgo.

La oferta inicial de monedas es una manera de recaudar fondos: una empresa crea su criptomoneda y los inversores la adquieren sin comprar realmente alguna acción en la compañía. Gardner hizo un ICO para su empresa emergente Augur con una "ficha Augur" que después vendió para recaudar dinero no virtual. Las fichas se vendieron rápidamente; fueron de las fuerzas que desataron el auge actual. Durante algún tiempo, el valor de Augur –una empresa emergente con pocos clientes dedicada a predicciones de mercado–, superó los US$ 1.000 millones.

Alrededor de ocho personas habitan el Crypto Castle una noche cualquiera; esa tarde, algunos de los arrendatarios estaban comiendo lo que había a la mano en la cocina (galletas de queso y un envase de Nutella). Gardner se sentó en el sofá y puso los pies en la mesa. Poco antes había hecho un ICO para costear una fiesta de una empresa emergente. "Puedes hacer ICO para todo", dijo.

Está encargado de Distributed, una revista de 180 páginas sobre criptomonedas que se publica una vez al año. Ahora está recaudando US$ 75 millones para su fondo de cobertura, Ausum Ventures. Dijo que sus amigos más cercanos planean mudarse a Puerto Rico para sortear ciertos impuestos.

"Van a construir un Atlantis moderno allá", dijo.
"Pero para mí es muy temprano en mi carrera para salirme ya".
Una semanas después de la primera vez que nos reunimos, cuando el precio de los bitcones se disparó en diciembre, Gardner parecía preocupado.

La gente había empezado a peregrinar al Crypto Castle y a tocar a la puerta esperando que los ayudara a invertir. "Nada se siente real, no se siente de verdad", dijo. "Estoy listo para que los criptobienes caigan 90%. Me voy a sentir mejor, creo. Ha sido una locura".

Cerca del castillo hay un edificio que los residentes llaman la Crypto Crackhouse, en referencia a los sitios donde se vende crack.

Allí vive Grant Hummer, quien administra el San Francisco Ethereum Meetup, una red virtual para organizar reuniones en el mundo no virtual de personas que tienen esa criptomoneda. Los largos pasillos de la casa, llamados el búlevar Bitcoin y el pasaje Ethereum, dan hacia baños de uso comunitario.

Hummer y su cofundador para Chromatic Capital destinaron US$ 40 millones del dinero que ganaron con criptomonedas a ese fondo de inversiones valuado en US$ 100 millones. "Mis neuronas están fritas por la volatilidad", dijo Hummer. "Ni siquiera me importa a estas alturas; estoy adormecido. En un día determinado pierdo un millón de dólares y me siento como: 'ok'".

Su habitación es sencilla: hay una cama, un futón, una televisión encima de una consola, tres envases de spray para limpiar teclados. Para él, el auge del bitcóin prefigura una especie de apocalipsis global. "Mientras peor le va a la civilización regular y mientras menos confías, mejor le va a lo cripto", dijo Hummer.

Hay una cierta paranoia que comparten muchos de los criptoricos: creen que van a volverse un blanco y ser asaltados pues no hay ningún banco que resguarde su dinero; muchos están obsesionados con mantenerlo en secreto. Algunos dicen que ni sus padres saben cuánto dinero han acumulado. Claro que eso también le permite hacer parecer que son más ricos de lo que realmente son.

Tecnología en evolución

En la fiesta anual del San Francisco Bitcoin Meetup se reunieron cientos de personas en un cowork y había fila para poder entrar. A quienes estaban en la lista de espera les dijeron que ni siquiera lo intentaran. Muchos tenían puestas prendas inspiradas en bitcóins y Ethereum de la marca Hodlmoon, que vende suéteres de criptomonedas.

Los más cercanos a la tecnología son los más recelosos. Pieter Wuille, un desarrollador de Bitcoin Core –el software base de la moneda– es parte del equipo encargado del desarrollo de la tecnología de los bitcóins.

"La tecnología aún necesita tiempo para evolucionar", dijo Wuille. "Algunos creen que el bitcóin no puede fracasar o que esta tecnología resuelve muchos más problemas de los que realmente hace".
Sus conocidos le preguntan si deberían comprar bitcones. "Les digo que no tengo idea", dijo. "¡Quién sabe!".

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