Agro > ENTREVISTA / JUAN CARLOS SILVEIRA

Los recuerdos de un paisano que le puso el hombro a las inundaciones del ‘59 en Paso de los Toros

La Federación Rural entregó el premio Gaucho Oriental a quienes cobijaron a los damnificados
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31 de mayo de 2019 a las 18:51

En el 60° aniversario de las inundaciones que hubo en Paso de los Toros, consideradas entre las más perjudiciales en la historia del país, la Federación Rural entregó el premio Gaucho Oriental –en el marco del 102° Congreso Anual– al conjunto de personas que colaboraron desde el medio rural dando refugio y alimentando a gente desplazada de sus hogares en aquel 1959. En representación de esas personas solidarias, muchas ya fallecidas, Juan Carlos Silveira fue quien recibió el reconocimiento.

¿Qué recuerda de aquella época? 
En el año 1959 –tenía 27 años– yo trabajaba en el campo junto a mi padre que era concejal en Tacuarembó. Fue en esos momentos cuando falleció el doctor Luis Alberto de Herrera y cuando estábamos en su entierro comenzó la lluvia.

Llovió de corrido durante un mes.
Sí. Empezó a llover y a llover y cada vez era peor. Fue por eso que me quedé unos días en Montevideo porque mi señora, que en aquella época era mi novia, vivía en la capital. Cuando se corrió la noticia de que había dificultades con el ferrocarril porque el puente del Santa Lucía estaba por cortar el tránsito por la creciente, decidí volver. Entonces me tomé el tren de las cinco de la tarde que llegaba a Paso de los Toros a las nueve de la noche y cuando llegué vi que el río estaba desbordado totalmente. En ese momento estaban construyendo la represa de Baygorria. La creciente había pasado la cota mínima permitida y la gente empezó a asustarse porque se les venía el agua. Salieron con los parlantes a avisar que estuvieran totalmente tranquilos, porque la situación estaba controlada y que no había de qué preocuparse. Al otro día, yo tenía un auto Land Rover y lo había dejado en el taller para que un amigo le hiciera unos arreglitos, mi padre había pedido el avión de la intendencia para ver cómo estaban las crecientes y salió y se encontró con que había leguas y leguas de agua. Cuando volvió le dijo a mi hermana “agarra tus cosas y mandate a mudar para la estancia porque vos no sabes la cantidad de agua que hay. Va a ser una hecatombe que no se sabe”. Después discutió con el ingeniero de la represa sobre por qué no habrían las compuertas. Mi padre le decía “yo que usted empiezo a largar el agua” y el ingeniero le retrucaba. El asunto fue que se dieron cuenta de que los datos que llegaban estaban atrasados. No sabían nada. Estaban con la computación atrasada. ¡A la maula! Ahí fue cuando todo se apretó y decidieron sacar a toda la gente de Paso de los Toros.

¿Evacuaron todo el pueblo?
Todito.

¿Cuánta gente vivía en aquel momento?
Y en Paso de los Toros vivían  unas 15.000 personas.

¿Y cuántos productores ayudaron a evacuar?
Fue así. Esa noche me quedé en la ciudad porque no me habían terminado el auto. Fui a cenar a lo de un tío y escuchamos por la radio que habían dado la orden de evacuar el pueblo. Sea como sea había que sacar a las personas. Y aquello fue una explosión. La gente salió como loca. Todo aquel que tenía auto salió. Los que no tenían eran carne de cañón. Se requisó todos los vehículos y todo aquel que tuviera auto tenía la orden de sacar gente. Se dejaban las personas cerca de la Rural de Paso de los Toros y se debía volver  para buscar más personas. Salías con gente, la dejabas y volvías a buscar más. El primer viaje fue con mi hermana y mi sobrino y los llevé a su casa. Estábamos a 20 kilómetros. Los dejé y volví con un carrito prendido para poder llevar más gente. Me fui derecho a echar nafta. Fui a la comisaría y había como 60 personas. Empezamos a cargarlas. Entraban  al auto y aquello era un nido de cotorras. Era un griterío de gurises que lloraban y viejas que se quejaban.

¿En qué momento decidió llevarlos a su casa?
Me pasé toda la noche acarreando gente. De Centenario al ferrocarril. Descargaba y volvía a cargar más. Ya al amanecer hicimos el último recorrido con un milico a ver si en las casas quedaba alguno. Todo el mundo colaboró. Mi casa quedaba a 40 kilómetros del pueblo. La gente estaba apilada en la carretera haciendo campamentos y la ayuda no venía. Cuando llego a casa mi padre me dice: “che, está toda esa gente tirada ahí, yo estoy dispuesto a darle alojamiento hasta que la gente entre”. En casa teníamos un galpón grande, la cabaña, la quesería, la casa de los peones, el galpón de ordeñe. Salimos en camiones a buscar a las personas. En un momento empecé a hacer un censo.

¿Y cuántas personas contó?
Había 216 personas, grandes, chicos, viejos.

"Entraban al auto y aquello era un nido de cotorras. Era un griterío de gurises que lloraban y viejas que se quejaban”

¿Qué les daba de comer? 
Mi padre había dado la orden de carnear. Carnearon como cinco o seis ovejas de una para que la gente comiera. ¡Estaban con un hambre! Y el ejército estaba por organizarse, andaban para allá y para acá. Sacaron los vagones del ferrocarril y los utilizaban de casas. En casa era el mismo despelote. Al otro día noté que había más gente porque habían llegado más personas de noche. Contamos de nuevo y había 236 personas. El primer día se comieron dos vacas. Una hambruna imponente. Y ahí unos muchachos jubilados del ejército agarraron la posta para cocinar.

¿Cuánto tiempo estuvo la gente en su casa?
Un mes justo.  

¿Y cuantos animales carnearon para alimentar a las personas? 
En ese momento teníamos carnicería. En el campo del abasto habían como 40 vacas, pero los caballos habían quedado del otro lado del agua. Entonces, junto al encargado del abasto, salimos en el Land Rover a tropear las vacas.  Cuando las trajimos a la playa del abasto el ejército tomó cuenta de ellas y las fue carneando.

¿Todos esos gastos fueron retribuídos?
Sí. Se formó una comisión para arreglar los gastos. Pero cuando llegaron a mi casa el viejo les dijo: “a mi pueblo yo no le paso la cuenta, hagan de cuenta que me las llevó el agua y chau”. Al viejo le comieron 26 vacas y cerca de 40 capones. Me acuerdo que el día que se fue la última persona de mi casa, que fue el padre Franco que trabajaba en la parroquia de la ciudad, decidieron dinamitar el terraplen para darle salida al agua. Dinamitaron 150 metros y el agua bajó. A las 17:38 de aquella tarde dinamitaron el terraplen y se fue el agua.

¿Qué significa este reconocimiento? 
A mí me agarraron con el aceite frío ya. Ya me había olvidado de eso. Me dijeron: “mira que te vamos a hacer un homenaje”, y yo dije “¡pa! ¿no habrá algún otro?”.

El perfil
Datos: Tiene 87 años. Nació en una estancia de Peralta, en Tacuarembó, en un campo que está enfrente a donde vive actualmente. Es el menor de tres hermanos.
Familia: Está casado y vive con su señora. Tienen cinco hijos y 16 nietos.
Actividad: Disfrutar del campo. Le gustan las manualidades, como la carpintería. 
Antecedentes: Fue productor rural. Le gustaba mucho la maquinaria. Hizo el liceo en Montevideo, pero dejó sus estudios para irse a trabajar al campo. 

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