El gigantesco incendio que arrasó con el Museo Nacional de Río de Janeiro en Brasil devoró un acervo de 200 años en el que se incluían documentos, libros y objetos históricos reunidos en ese edificio desde 1818, cuando era la residencia de la familia real portuguesa, exiliada allí. Luego fue el hogar de la familia imperial brasileña, hasta que ese país se convirtió en república a fines del siglo XIX. Desde entonces fue museo y se convirtió con el tiempo en la colección de historia natural más grande de América Latina.
Pero poco de eso quedó luego de que el domingo, sobre las 19.30 horas, se desatara un incendio que recién fue apagado durante la madrugada del lunes, luego de seis horas de trabajo por parte de los bomberos cariocas. Los destrozos y las pérdidas fueron inmensas y entre ellas se cuentan tesoros invaluables.
Los técnicos de la Defensa Civil podrían entrar este lunes al edificio para comprobar si el incendio comprometió la estructura del Museo, que este año llegó a su bicentenario con goteras, infiltraciones, salas vacías y problemas en las instalaciones eléctricas.
El ministro de Cultura de Brasil, Sérgio Sá Leitao, llegó a afirmar en la víspera que el incendio es consecuencia de "años de negligencia" en un estado golpeado por la crisis económica y diversos escándalos de corrupción que han corroído las cuentas públicas de Río de Janeiro.
Este lunes se acercaron hasta el museo, ubicado en la Quinta da Boa Vista, en el barrio de Sao Cristovao y cercano al estadio Maracaná, decenas de estudiantes universitarios, como muestra de apoyo a la institución, mientras los bomberos registraban el lugar con drones y las autoridades ya piensan como seguir adelante.
Encontrado en 1974 en Minas Gerais, este cráneo de 11.000 años de antiguedad pertenece a una mujer, que fue llamada Luzia y apodada "la primera brasileña" por parte de los arqueólogos que lograron su hallazgo. Este objeto permitió determinar que, además de la ola migratoria que ya se conocía, se produjo una segunda llegada de humanos desde Asia a América en la prehistoria. El cráneo de Luzia pertenece al ser humano más antiguo encontrado en territorio americano.
El Museo Nacional de Río de Janeiro contaba en su exposición permanente con diversas momias egipcias. Sha-Amun-En-Sun es el nombre de una cantante religiosa del templo del dios Amon, que se encontraba preservada en el Museo y que tenía la particularidad de que su garganta había sido mantenida intacta para que desempeñara su tarea luego de muerta. El Museo también contaba con las momias de un sacerdote y un gato, animal sagrado en el Antiguo Egipto. Las momias fueron adquiridas en 1826 por el rey Pedro II y eran parte de la colección más amplia de ese rubro de América Latina.
La emperatriz Teresa, casada con Pedro II, era fanática de la arqueología. Fue así que al contraer matrimonio y llegar a Brasil, trajo consigo algunas piezas de su colección y de la de Carolina Murat, hermana de Napoleón y esposa del Rey de Nápoles. En esa colección había hallazgos realizados en las ruinas de las ciudades romanas de Pompeya y Herculano, destruidas en el año 79 a.C. en la explosión del volcán Vesubio. Vasijas, estatuas, vasos y pinturas al fresco se contaban entre los objetos presentes en esta colección.
Múltiples culturas autóctonas del territorio brasileño estaban representadas en el Museo a través de algunas piezas de arte y artesanías que allí se albergaban y que repasaban la historia de los pueblos originarios. Cerámica, textil y pintura son algunas de las disciplinas que contemplaba esta colección.
Entre los fósiles perdidos en el incendio se cuentan la reconstrucción del Unaysaurus, un herbívoro descubierto en 1998 en el sur de Brasil; un esqueleto del gigantesco Titanosaurio, un tigre dientes de sable, además de otros animales e insectos más pequeños, también fosilizados. El Museo contaba además con una de las colecciones de pterosauros (los dinosaurios voladores) más completas del planeta.
Encontrado en 1784 en Bahía, el Bendegó es el mayor meteorito hallado en Brasil, con un peso de 5,3 toneladas. Está compuesto principalmente de hierro y níquel, y por mandato imperial fue transportado hasta Río para ser mostrado en la institución, un desplazamiento que tardó un año en completarse. El meteorito se exhibía en la entrada al museo y sobrevivió al incendio. Aún en su pedestal, podía verse desde el exterior luego del siniestro, intacto.
Un edificio anexo, que albergaba muestras botánicas, libros raros y algunos esqueletos de vertebrados, también logró sobrevivir al incendio.
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