Crédito foto: AFP

Mundo > Geopolítica y recursos

Los vientos de la Nueva Guerra Fría congelan la cooperación entre los países del Ártico

Las tensiones entre la OTAN y el tándem Rusia-China alimentan el temor de una carrera militar y logística en una región que se calienta cuatro veces más rápido que la media del planeta
Tiempo de lectura: -'
11 de mayo de 2023 a las 05:02

Desde su constitución en 1996, mediante la Declaración de Ottawa que siguió a la firma de la Estrategia para la Protección del Medioambiente Ártico, el Consejo Ártico que integran Canadá, Rusia, Noruega, Dinamarca, Islandia, los Estados Unidos, Suecia y Finlandia funcionó como un foro capaz de proveer un medio para fomentar la cooperación, coordinación e interacción entre los países árticos, en particular en materia de desarrollo sostenible y protección del medio ambiente.

Sin embargo, la guerra entre Kiev y Moscú y el recrudecimiento de las tensiones geopolíticas a nivel global cambiaron drásticamente el panorama. Hoy, los vientos de la Nueva Guerra Fría soplan en el Círculo Polar Ártico. La competencia y la desconfianza ganaron terreno y este jueves, cuando Noruega reciba la presidencia rotativa del foro de manos de Rusia, quedará en evidencia que la falta de cooperación pone en peligro la viabilidad misma del organismo.

Cuando su creación, la principal preocupación de los gobiernos eran el impacto de la “contaminación global y las consiguientes amenazas medioambientales” que estaban ya afectando al ecosistema. Por entonces, se comprendía poco la magnitud y las implicancias del deshielo del casquete polar. La comprensión se amplió con las investigaciones científicas y, en especial, con el Cuarto Informe de Evaluación del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático, en 2007.

En esos años, las competencias del Consejo Ártico se ampliaron para incluir investigaciones sobre el cambio climático y el desarrollo de la región. Más recientemente, en la reunión ministerial de 2021 del Consejo Ártico celebrada en Islandia, Rusia asumió la presidencia rotatoria bienal.

Sin embargo, el 3 de marzo de 2022, una semana después de la invasión rusa de Ucrania, los demás miembros del foro comenzaron a boicotear las reuniones en protesta por la participación de Moscú. En junio del año pasado, Canadá, Noruega, Dinamarca, Islandia, los Estados Unidos, Suecia y Finlandia acordaron “llevar a cabo una reanudación limitada” de sus actividades en el Consejo Ártico “en proyectos que no impliquen la participación de Rusia”.

Si bien es cierto que las tensiones geopolíticas en el Ártico no empezaron con la guerra, no menos cierto es que el estancamiento de la colaboración, en especial entre los Estados Unidos y Rusia, amenaza con exacerbar la disputa por el control de los vastos yacimientos de minerales, metales y combustibles fósiles presentes en los 21 millones de kilómetros cuadrados del Círculo Polar Ártico.

Se calcula que la región contiene el 22% del petróleo y el gas natural sin descubrir del mundo. Si bien la extracción de hidrocarburos sigue siendo muy costosa, mucho más lucrativa es la extracción de minerales de tierras raras, como el neodimio para condensadores y motores eléctricos, y el terbio para imanes y láseres.

El valor de estos recursos, que se extienden desde el yacimiento de Kvanefjeld en Groenlandia hasta los de la península rusa de Kola pasando por los existentes en el Escudo Canadiense, se estima en al menos US$ 1 billón. Todos los miembros del Consejo Ártico se apresuran a hacerse con el control de estos preciosos recursos que, hasta ahora, permanecieron guardados bajo el hielo que se derrite.

Según los especialistas, un Consejo Ártico ineficaz podría tener graves consecuencias no sólo para el medio ambiente, sino también para sus 4 millones de habitantes, que se enfrentan a los efectos del derretimiento del hielo marino y al interés de los países árticos y no árticos por los recursos. Hoy, no se avizoran acuerdos vinculantes como en el pasado.

Con el final de la cooperación, alrededor de un tercio de los 130 proyectos del foro están en suspenso, los nuevos no pueden iniciarse y los existentes no pueden renovarse. Los científicos occidentales y rusos ya no comparten sus hallazgos. Además, la cooperación en materia de misiones de búsqueda y rescate, como así también ante derrames de petróleo, se detuvo por completo. La región quedó dividida como durante la Guerra Fría.

Dado que más de la mitad del Ártico está formado por aguas internacionales y las plataformas continentales de los ocho países miembros del foro, su regulación se rige en gran medida por la Convención de Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar (CNUDM). De allí que los Estados tienen derecho a crear una “zona económica exclusiva” dentro de las 200 millas náuticas desde sus costas. Justamente el área donde se encuentran muchos de los recursos.

En consecuencia, la explotación del Ártico es principalmente competencia de los países que integrante el foro y queda en buena medida fuera del control de la ONU, más allá que la CNUDM limita la soberanía de los Estados al declarar los fondos marinos como “patrimonio común” de la humanidad y determinar que su exploración y explotación “se realizarán en beneficio de toda la humanidad, cualquiera que sea la situación geográfica de los Estados”.

Lo concreto es que todos los miembros del foro buscaron la construcción de bases militares. La carrera por dominar la región se aceleró en 2007, cuando científicos rusos colocaron simbólicamente una bandera de titanio en el lecho marino, a 4.302 metros por debajo del Polo Norte. Según Washington, la misión no estuvo motivada por objetivos científicos.

Los Estados Unidos mantiene una presencia militar en el Círculo Polar Ártico con su Base Aérea de Thule, en Groenlandia, que desarrolló en la década de 1950 después que Dinamarca, el gobernante colonial de la isla, se uniera a la OTAN. Canadá, por su parte, está construyendo la instalación naval de Nanisivik en la isla de Baffin con el objetivo de que esté operativa hacia fines de este año. Mientras tanto, Rusia renovó la base aérea de Nagurskoye, en Alexandra Land, y la base aérea de Temp, en la isla de Kotelny.

El Consejo Ártico fue hasta hace poco una de las pocas instituciones multilaterales que facilitaban la comunicación entre los países de la región. Ahora, siete países decidieron dejar de participar. Cinco de ellos, Canadá, Dinamarca, Islandia, Noruega y los Estados Unidos, ya forman parte de la OTAN. Los restantes, Finlandia y Suecia, se están incorporando.

En otras palabras: la OTAN está reemplazando al Consejo Ártico como autoridad decisoria en la región, con sus operaciones basadas en el Centro de Excelencia para Operaciones en Climas Fríos de Noruega. Desde 2006, el centro reúne a los aliados y socios de la OTAN en ejercicios militares bianuales en el Ártico denominados “Respuesta Fría”.

En mayo de 2019, en el marco de la política exterior desplegada por el entonces presidente Donald Trump, el secretario de Estado estadounidense Mike Pompeo acusó a China en la reunión del Consejo Ártico realizada en Rovaniemi, Finlandia, de ser responsable de la destrucción medioambiental en la región. Sin embargo, no presentó pruebas concretas y sus dichos, en ese momento, fueron interpretados como parte de una batalla ideológica para justificar la Nueva Guerra Fría.

Menos de un mes después, el Departamento de Defensa publicó su Estrategia Ártica, centrada en “limitar la capacidad de China y Rusia para aprovechar la región como un corredor para la competencia”, intención que se repitió en la Estrategia Ártica 2020 de la Fuerza Aérea del país.

Más recientemente, en octubre último, Reikiavik acogió a la Asamblea del Círculo Polar Ártico patrocinada por la ONU. A la cita acudieron más de 2.000 participantes, entre funcionarios, empresarios, científicos, ambientalistas y representantes indígenas. También estuvieron presentes los países que integran el Consejo Ártico, excepto Rusia, que no fue invitada.

El discurso de apertura no pudo ser menor beligerante. Lo pronunció el almirante holandés Rob Bauer, presidente del Comité Militar de la OTAN. Afirmó que la OTAN debía tener una presencia más fuerte en el Ártico para controlar a Rusia y China.

Bauer, además, calificó a Moscú y Beijing como “regímenes autoritarios que socavan el orden internacional”. Según la visión de los generales de la OTAN, la Ruta Polar de la Seda que impulsa China no es más que un escudo tras el cual las “formaciones navales chinas podrían desplazarse más rápidamente del Pacífico al Atlántico, y sus submarinos podrían refugiarse en el Ártico”.

Durante el debate, el embajador de China en Islandia, He Rulong, se levantó para decirle al almirante de la OTAN que sus comentarios estaban “llenos de arrogancia y paranoia” y que “la región es una zona de alta cooperación y baja confrontación”; al tiempo que recordó el rol del Ártico en lo que respecta al cambio climático. “Todos los países deberían formar parte de este proceso”, dijo He. Tras la respuesta, el entonces presidente del país anfitrión, Ólafur Ragnar Grímsson, cerró la sesión entre las risas de muchos de los presentes.

Las crónicas y noticias que generan las reuniones, tanto del Consejo Ártico como de otros organismos con mayor o menos injerencia en el futuro de la región, dejan en claro la ausencia de las comunidades indígenas que habitan en la zona. Es el caso de los aleut y los yupik, de los Estados Unidos; los inuit, de Canadá, Groenlandia y los Estados Unidos; los chukchi, evenk, khanty, nenets y saja, de Rusia, y los sami, de Finlandia, Noruega, Rusia y Suecia.

Aunque las comunidades están representadas en el foro por la Asociación Internacional Aleut, el Consejo Athabaskan Ártico, el Consejo Gwich’in, el Consejo Circumpolar Inuit, la Asociación Rusa de Pueblos Indígenas del Norte y el Consejo Sami, sus voces se silenciaron al mismo ritmo en que se intensificaron los conflictos geopolíticos.

Rusia, por lo pronto, dejó en claro que considerará ilegítimas las decisiones del Consejo Ártico que se tomaran sin su participación. “Violan el principio del consenso previsto en sus estatutos", dijo el embajador ruso en los Estados Unidos, Anatoli Antonov, luego del anuncio de la reanudación de las actividades de la organización. El funcionario subrayó que sería imposible garantizar de un modo efectivo soluciones a los problemas sin la participación de Rusia.

"El motivo es evidente. En la zona polar rusa, que ocupa cerca del 60% de toda la región, vive más de la mitad de la población autóctona y más del 70% de todas las actividades económicas polares se lleva a cabo en territorio ruso”, argumentó Antanov luego de que los otros siete países que conforman el Consejo Ártico explicaran que implementarán una reanudación "limitada" de la actividad en proyectos que no involucren la participación de Moscú.

La respuesta de Washington estuvo a cargo del actual secretario de Estado, Antony Blinken: la creación del cargo de “embajador en el Ártico” para negociar con las partes interesadas y las comunidades indígenas. Obviamente, dejando de lado a Moscú.

Por ahora, nada hace prever que los vientos de la Nueva Guerra Fría que arrecian en el Círculo Polar Ártico dejen de soplar. Todo lo contrario. El recalentamiento de las relaciones entre las principales potencias alimenta el derretimiento del hielo marino y, a medida que esto sucede, las aguas polares se abren al transporte marítimo y a otras industrias ansiosas por explotar la abundancia de los recursos naturales.

El Consejo Ártico se está debilitando y nadie confía en que pueda seguir siendo la principal plataforma sobre las cuestiones de la región. Preocupaciones a las que se suma la posibilidad de que Rusia y China sigan sus propios caminos, o incluso que el proceso derive en una creación de un consejo rival. Algo no tan lejano.

A fines del mes pasado, Moscú y Beijing tomaron medidas para expandir la cooperación en el Ártico con estados no árticos. Días antes, Rusia invitó a China, India, Brasil y Sudáfrica, los países del BRICS, a realizar investigaciones en su asentamiento en Svalbard, un archipiélago bajo soberanía noruega en donde otros países pueden operar bajo un tratado que data de 1920.

De cara al traspaso de la presidencia del foro, el gobierno de Noruega es "optimista". “Necesitamos salvaguardar el Consejo Ártico como el foro internacional más importante para la cooperación en la región y asegurarnos de que sobreviva. No veo un consejo sin la presencia de Rusia”, dijo días atrás el viceministro de Relaciones Exteriores del país, Eivind Vad Petersson.

Eso no será una tarea sencilla. La relación entre Oslo y Moscú está en uno de sus peores momentos. En abril, Noruega expulsó a 15 diplomáticos rusos argumentando que eran espías. Moscú lo negó y afirmó que las expulsiones socavaron la confianza necesaria para la cooperación. No obstante, algunos analistas sostienen que Noruega, miembro de la OTAN que comparte una frontera ártica con Rusia, todavía está bien posicionada para manejar el delicado acto de equilibrio con Moscú.

(Con información de agencias, ONU, CNUDM y el Instituto Tricontinental de Investigación Social)

Comentarios

Registrate gratis y seguí navegando.

¿Ya estás registrado? iniciá sesión aquí.

Pasá de informarte a formar tu opinión.

Suscribite desde US$ 345 / mes

Elegí tu plan

Estás por alcanzar el límite de notas.

Suscribite ahora a

Te quedan 3 notas gratuitas.

Accedé ilimitado desde US$ 345 / mes

Esta es tu última nota gratuita.

Se parte de desde US$ 345 / mes

Alcanzaste el límite de notas gratuitas.

Elegí tu plan y accedé sin límites.

Ver planes

Contenido exclusivo de

Sé parte, pasá de informarte a formar tu opinión.

Si ya sos suscriptor Member, iniciá sesión acá

Cargando...