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MacGyver: 35 años salvando al mundo con alambre y cinta adhesiva

La legendaria serie cumple tres décadas y media en 2020 y el mes de la nostalgia es un buen momento para recordar sus virtudes (y al gran Richard Dean Anderson)
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22 de agosto de 2020 a las 05:02

La altura es una virtud tramposa. Observar al mundo desde algunos centímetros más arriba que la media es, en muchas ocasiones, útil y eficaz. Podríamos decir también que reporta más satisfacciones que disgustos. Pero la prominencia física acarrea, al menos para la mayoría de los altos que pueblan el mundo, un problema de raíz que es casi imposible de sortear: la torpeza crónica. Como si de manejar grandes robots de equilibrio fluctuante se tratara, quienes pasamos el metro noventa intentamos administrar recursos físicos y movernos más o menos con pasos certeros, pero en varias ocasiones el fallo está a la vuelta de la esquina. Y el mal movimiento, el golpe accidental, la caída, también. Cada uno lo lleva como puede, pero lo cierto es que la torpeza arraigada puede manifestarse de múltiples formas. Y en mi caso, no hay vuelta: se fue toda a mis manos, que están hechas para cualquier cosa menos para manipular y/o alcanzar el éxito en cualquiera de las actividades manuales que me ponga delante. Nada de carpintería, electricidad, arreglos caseros, nada de nada.

Por eso MacGyver me sulfuraba. Conocía bien mis limitaciones y ese tipo lo único que hacía, en la tele, era recordármelas. Mediodía tras mediodía, después de las milanesas, los fideos o de lo que sea que se comiera entre semana después de la escuela o el liceo, Richard Dean Anderson se paraba en Canal 12 con ese corte de pelo inconfundible, con su sonrisa de estrella de los 80, con esa música que se te implantaba en el cerebro, y se armaba un bote salvavidas con dos bidones vacíos, media cuerda y un embudo de metal. O fabricaba una bomba casera con un pedazo viejo de tanza, dos tornillos y una batería de moto. O usaba su cortaplumas mágico para resolver cualquier problema, incluso un conflicto nuclear entre dos países de Europa del Este. 

Pero sería muy injusto con el pobre Mac –cuyo nombre de pila es Angus, ¿sabían?– si dijera que lo único que me generaba en esos mediodías era rabia y celos. Porque si por algo su imagen se aparece en las vísperas del 24 de agosto cuando hacemos el ejercicio de pensar en la televisión que mirábamos a principios de los 2000, es porque su inteligencia práctica y su capacidad para confeccionar todo tipo de artilugios era proporcional a la diversión que esta serie estrenada originalmente en 1985 regalaba. Sí, frente a él mi torpeza era mastodóntica, inapelable, imposible de erradicar, pero en contrapartida el hombre me recordaba sin falsedades que cualquier problema se podía solucionar con un poco de ingenio. Un poco de ingenio y, claro, un metro y medio de cinta adhesiva.

Hoy en la era del streaming MacGyver es una rareza, pero incluso en la era previa a la estandarización del “modelo HBO” compartía el Olimpo de la televisión junto a Alf, Los magníficos, Magnum, El auto fantástico, Manimal, El super agente 86 y varios más. Por eso vale la pena recordarlo: porque plantó un mojón en la televisión de 1980 y porque, digámoslo de una vez, lo que hacía el tipo con sus manos y su cabeza era de otro planeta.

Un fenómeno

En 2020 MacGyver cumple 35 años de existencia. Debutó en la televisión estadounidense el 16 de octubre de 1985 y sobrevivió durante siete temporadas, hasta que el 21 de mayo de 1992 se terminó. Su vida útil, sin embargo, fue mayor: como sucedía con frecuencia con otras series de la época, la televisión por cable uruguaya las utilizó y reutilizó hasta el hartazgo, llevando sus maravillas catódicas a muchas generaciones de uruguayos posteriores, entre ellas la de quien escribe estas líneas. Durante un tiempo, las sobremesas sin los inventos de Mac no fueron sobremesas.

El rubio Anderson era el que le ponía la cara al agente de la agencia Fénix, que tenía la misión de preservar la estabilidad del statu quo norteamericano –y mundial– de la época. O algo así. Una misión que, por otra parte, no era nada fácil para alguien que rechazaba el uso de las armas y abrazaba a la ciencia como principal aliada. Además, su mejor amigo era su jefe –de vez en cuando el conflicto, por esto mismo, estallaba– y estaba protagonizado por el inefable Dana Elcar, nombre que automáticamente catapulta las mentes de una generación entera a la narración en español latino que estaba a cargo de un presentador ignoto al que le damos gracias por ese opening inmortal.

Tirando líneas gruesas, la gracia de MacGyver, mucho más que tener un real conocimiento de lo que se estaba viendo, estaba en engancharlo empezado, verlo salpicado de vez en cuando, prescindir del orden estipulado y perderse en aventuras inverosímiles, inocentes y decididamente naifs que no tenían mucha conexión entre ellas, pero a veces sí. Y, sobre todo, ser testigos de los inventos más estrafalarios que, según los creadores de la serie, siempre tenían asidero en reglas científicas reales. Más allá de su verosimilitud, ver como Mac se armaba un desfibrilador con un candelabro, un micrófono cableado y una alfombra de goma no tenía precio.

MacGyver tocó las fronteras de más de setenta países, obtuvo picos de audiencia en su país varias veces, creó el mito del hombre que todo lo podía solucionar, impulsó dos películas –Lost Treasure of Atlantis y Trail to Doomsday, que se pueden ver completas en Youtube–, cotizó a Anderson, lo mandó expreso al cine y lo transformó en un sex symbol.

El pobre, de todas formas, jamás pudo superar la popularidad de su personaje. Su legado como el agente/ scout / tipazo / genio de la navaja suiza lo catapultó y, al mismo tiempo, lo sepultó. Fracasó rápidamente en el cine, intentó soportar los tumbos de una carrera televisiva que nunca alcanzó los picos de antaño, levantó cabeza con la serie Stargate –que su productora creó– y luego se retiró sin hacer mucho ruido. Hoy el actor –que tuvo hasta su propio capítulo de Los Simpsons, quizás el mayor termómetro del éxito que existe en la cultura del espectáculo estadounidense– pasa sus días dedicado a la familia, tiene 70 años no muy bien llevados, una fundación para salvar a las ballenas, no usa redes sociales, se comunica por su página web y no quiere saber nada con la actuación.

Ah, y una cosa más: le dijo que no al reboot de la serie. Porque, en efecto, en 2016 se estrenó una nueva versión de MacGyver, adaptada a nuestra época, un poco menos inocente, todavía menos relevante y con el actor Lucas Till como protagonista. No salió bien: entre otras cosas, uno de los productores fue echado por generar un ambiente tóxico para los empleados de la serie, al punto de que Till dijo que había tenido pensamientos suicidas mientras filmaba.

Pero no importa cuántos rostros nuevos tenga Angus MacGyver, en el fondo sus rasgos siempre serán los de Richard Dean Anderson y su época será la década de 1980, un momento en que si querías llamar por teléfono y estabas en medio de la nada tenías que olvidarlo o, en caso que fueses MacGyver, armarlo desde cero con lo que encontraras en tu mochila. Hoy, claro, la magia del personaje no sería lo mismo. Ya lo dijo el propio Anderson cuando le preguntaron por la nueva versión: “Tengo problemas para imaginarme a MacGyver en el mundo moderno. Sería muy raro verlo con un smartphone”. Y lo sería, ¿no?

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