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Mauricio Macri se juega sus últimas cartas antes de la elección presidencial

El presidente quiere dar una señal al peronismo y a la propia interna de que, aún cuando pierda la elección, es un líder con un capital político propio
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19 de octubre de 2019 a las 05:02

Si hubo un fin de semana crucial en la vida política de Mauricio Macri, es este. Habrá dos eventos que pueden significar su última esperanza para impedir lo que parece inevitable: es decir, la derrota a manos de Alberto Fernández.

El primero es el acto en la avenida 9 de Julio, la que los porteños llaman “más ancha del mundo”, ahí donde está ubicado el obelisco.

Ambiciosamente titulada “marcha del millón”, se propone hacer una gran demostración en un terreno que parecía exclusivo del peronismo.
Macri viene entonado por la gran recepción popular a su gira “Sí, se puede”, por varias ciudades del interior. Y quiere coronar la campaña con un gran acto masivo, que rememore las grandes manifestaciones de apoyo a Raúl Alfonsín en los años 80.

Un objetivo difícil y una jugada arriesgada, porque si la convocatoria no es realmente grande, en una avenida como la 9 de Julio, se expone a las burlas de la oposición. Pero el presidente está confiado, luego de ver las manifestaciones espontáneas que se generaron entre los militantes que quieren manifestar su aversión a un regreso del kirchnerismo.

 

Para Macri, coinciden los analistas, hay varias motivaciones en este acto. La primera, naturalmente, es tratar de revertir la ventaja que le lleva Alberto Fernández –más de 20 puntos, según las encuestas– y forzar un balotaje.

Pero hay una motivación más, acaso la realmente relevante: Macri quiere dar una señal al peronismo y a la propia interna, en el sentido de que, aun cuando pierda la elección, él se convirtió en un líder con un capital político propio y está llamado a conducir una oposición con capacidad de alternarse en el poder con el peronismo. Muchos politólogos comparan esta situación con la despedida que había tenido Cristina Kirchner en su último día de gobierno, con una Plaza de Mayo llena de militantes.

El segundo round

Hay, además, otro evento fundamental este fin de semana: la segunda parte del debate presidencial. Y ahí Macri tiene su última oportunidad para acercarse a Fernández.

Es cierto que, para la mayoría de los encuestadores, muy poca gente cambia su intención de voto después de ver un debate, que suele tener el efecto de ratificar a quienes ya estaban convencidos.

Pero aun así, para el macrismo se trata de una oportunidad para jugar la última carta. Y Macri sabe que debe mejorar: la opinión unánime es que en la primera parte Alberto Fernández lo aventajó con claridad.

Un sondeo de la consultora Clivajes concluyó que para el 50% de quienes habían visto el debate, el candidato opositor había estado mejor, mientras solo 30% quedó impresionado por los argumentos del presidente.

Esas cifras se aproximan a las de intención de voto de cada candidato, pero eso no debe llamar a confusión: todos los analistas políticos comparten el mismo análisis. Creen que Macri estuvo demasiado volcado a la defensiva, adoptando una postura propia de quien viene liderando las encuestas y no de quien está 20 puntos abajo.

“En contra de lo que se esperaba, Fernández salió a buscar el partido, con mucha fuerza y muy apuntado sobre Macri, acusándolo de desinformado, incapaz y que no conoce la realidad”, apunta Julio Burdman, apelando a la analogía deportiva.

“Macri no pudo perforar su propia zona de confort. Extraña paradoja para un candidato que declama aspirar al desafiante logro de dar vuelta la elección”, indicó, por su parte, el consultor Federico González. Para este analista y encuestador, el presidente “no pudo desprenderse de su propensión al eslogan vacuo y al vicio de la sentencia acrítica declamada con cara de póker”.

En cambio, a Fernández se lo vio suelto y punzante. El opositor entendió mucho mejor las claves de un debate televisivo, de manera que desde su postura corporal hasta las “chicanas” con las que castigó al presidente, todo contribuyó a que su intervención fuera vista como más convincente.

Cada una de sus intervenciones empezaba con una frase introductoria que tenía el objeto de anular una argumentación previa del presidente. “No puedo dejar de asombrarme”, “No sé en qué país vive Macri” o “el presidente no entiende” fueron una fórmula recurrente a lo largo de toda la noche.

Pero, sobre todo, lo que asombró a todos los bandos políticos fue el hecho de que Macri desperdiciara oportunidades para ser agresivo con su rival. No recordó que Fernández era jefe de gabinete cuando se inició la manipulación estadística que ocultó datos de pobreza; tampoco hizo mención a la crisis energética dejada por el kirchnerismo ni a la falta de obras –algo que se manifiesta en estos días por las inundaciones del conurbano–; ni siquiera se refirió a propuestas de subas de impuestos que figuran en el documento programático del peronismo.

Sin margen para el empate

Es por eso que se da por descontado que en el debate de este domingo Macri saldrá con la determinación de los equipos que se van al descanso del primer tiempo con un par de goles en contra: al ataque como único recurso.

El propio mandatario dejó entrever que pondrá énfasis en los casos de corrupción que salpican a exfuncionarios kirchneristas, empezando por la ahora candidata a vice, Cristina Kirchner.

Fernández lo sabe, y en su entorno dijeron que están preparando el contraataque para el momento del debate. Hay también muchas causas judiciales que afectan a funcionarios macristas y a familiares del presidente. Es seguro que el candidato opositor le recordará su figuración en el Panamá Papers, así como las denuncias de haber favorecido a empresas de su grupo familiar.

En todo caso, Macri sabe que tiene su última chance. Si realmente cree que, como dice su eslogan, “sí, se puede”, debe revertir la imagen tibia que dejó en el primer debate. El esgrima retórico nunca fue su fuerte, pero el kirchnerismo tiene muchos flancos atacables.

El equipo oficialista trabaja en estas horas para muñirlo de argumentaciones de mayor agresividad y contundencia. Es posible que la marcha de este sábado haga su aporte al presidente desde el punto de vista anímico. 

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