Gabriel Pereyra

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Me aferro con esperanza a la marihuana libre

El experimento uruguayo se da en el contexto de una guerra perdida
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21 de julio de 2016 a las 05:15

De un lado tenemos este experimento uruguayo de que el Estado se haga cargo de vender marihuana, y en torno a él surgen todo tipo de enojos, advertencias, ingenuidades, ignorancias, buena parte de ellas condimentadas con las dudas que puede generar una iniciativa impulsada por el expresidente José Mujica, quien se ha caracterizado por lanzar al viento más de una excentricidad. Pero en definitiva, cuando uno pasa raya a esta idea de la marihuana, lo que queda es un gran signo de interrogación. ¿Qué resultará?, en realidad nadie lo sabe.


Del otro lado tenemos una historia a la que le podemos poner su punto de partida en un discurso pronunciado en la década de 1970 por el entonces presidente estadounidense Richard Nixon, quien por primera vez utilizó el termino "guerra" para referirse a las medidas que se adoptarían contra las drogas ilegales. En realidad la guerra se libraría en otro lado, en los países productores, pero no entre los estadounidenses, el pueblo más adicto del mundo, cuyo apetecible mercado le da especial sentido al negocio de los narcóticos.

Entonces, de este lado y como correlato del discurso de Nixon, hay una cifra inestimable en miles de millones de dólares retaceados a la salud o a la educación que fueron destinados a militares, aviones, helicópteros y todo lo que uno se pueda imaginar para guerrear contra las drogas. Aunque esos pertrechos militares fueron enviados a los países productores donde contribuyeron a generar decenas de miles de muertos a fuerza de bala, Estados Unidos puso su cuota de víctimas pero producto del consumo.

En México, país productor donde la guerra a las drogas tuvo sus seguidores y es terreno de enfrentamientos entre las mafias, hubo 60 mil muertos en menos de seis años. Mientras, en Estados Unidos, donde los 53 mil muertos que dejó la guerra de Vietnam en los 60 y 70 desataron un trauma nacional que llega hasta estos días, en un solo año hubo 28 mil muertos por sobredosis, más víctimas que los que dejan los accidentes de tránsito.

Cada 19 minutos muere un estadounidense por sobredosis. De este lado, la guerra a las drogas contribuyó a que el precio de las sustancias bajara: en 10 años la heroína cuesta un 70% menos.

De este lado tenemos también una legión de políticos, policías, militares y funcionarios que hicieron de la corrupción un modo de vida. De este lado, junto a las armas, los cadáveres y la corrupción, tenemos un incremento de los cultivos de la materia prima para fabricar drogas: los cultivos de coca aumentaron un 40% en un año y los de amapola un 70%. De este lado, el abanderado de la guerra a los narcóticos, Estados Unidos, se convirtió en la mayor cárcel del mundo, en buena parte, por penar el consumo: 2.300.000 reclusos (tiene el 5% de la población mundial y el 25% de todos los presos del planeta).

Uruguay no estuvo ajeno a ese aumento de la población carcelaria por la guerra a las drogas: en 1991 se procesaron 102 persona por narcotráfico y en 2015 fueron 2.554 los procesados por ese delito.

De este lado de la estrategia antinarcóticos, a pesar de los muertos y los presos, hay cada día más tipos de drogas: 541 nuevas especies, según información de Naciones Unidas. De este lado, a pesar de los presos, los muertos y los corruptos, el tránsito de drogas por el mundo aumentó de manera incesante: de un año a otro en Estados Unidos se trafica un 320% más de heroína, mientras que en Uruguay las requisas de cocaína sumaban 10 kilos en el año 1991 y 1.500 kilos en 2013.

En suma, de un lado un signo de interrogación con el experimento uruguayo en torno a la marihuana, y del otro todo lado los generales de la derrota que siguen mandando a sus hombres y a los adictos al matadero.

De un lado un signo de interrogación y del otro más adictos, más muertos, más presos, más cultivos, más drogas, más corrupción, más dólares tirados a la basura. Todas las drogas son perjudiciales, sí, pero yo me cuento entre los partidarios de no alentar una guerra que está perdida desde hace décadas, y me aferro con esperanzas a este signo de interrogación que se abre en Uruguay.

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