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Mercedes Clara: “Hay que asumir que hay un país nuevo, con otro idioma”

Fue la primera opción de Daniel Martínez para la fórmula, jamás militó en política, la desvela la exclusión social y ella sí egresó de la escuela Pichon Riviere
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20 de julio de 2019 a las 05:02

Fue la primera opción de Daniel Martínez para completar la fórmula presidencial del Frente Amplio. Pidió un tiempo para pensarlo, pero la noticia se filtró y tuvo que definirse sin siquiera consultar a su familia. Tiene un discurso radical porque una y otra vez insiste en atacar de raíz el drama de los excluidos. Pero jamás levanta la voz, ni usa palabras altisonantes, ni divide al mundo en buenos y malos, inocentes y culpables. Tiene 44 años y es madre soltera de una niña de 8. Jamás hizo política partidaria. Licenciada en comunicación social, egresada además, con título, del instituto Pichon-Rivière en la carrera que se conoce como psicología social, también cursó dos años de magisterio. Trabaja en la Universidad Católica desde hace 12 años y es autora de una biografía y una película sobre el padre Cacho, una figura que una y otra vez vuelve a su discurso.

¿Cuándo comenzó su preocupación por lo social?
Desde niña. Me recuerdo siempre inquieta por ese tema. Tenía 8 años, me aburría a la hora de la siesta y salía a juntar cosas en el barrio: huevos, alimentos...  Después con los amigos de la cuadra armábamos canastas y las repartíamos. Yo tenía la iniciativa y movía a otros, en aquella época en que la calle era el barrio. Había un señor Raúl, que vivía en la calle a una cuadra de mi casa, y yo iba a charlar con él y a cortarle el pelo. A los 13 me fui al Vilardebó a conversar con los internados. Pero lo más curioso es que todo eso no lo hacía pensando “voy a ayudar a la gente que sufre”. De algún modo, sentía que yo podía terminar así... algo mío se reconocía en esas vidas. Y, al mismo tiempo, hallaba en hacer esas cosas una intensidad de vida que no encontraba en otras actividades. 

¿Había un componente religioso en esa mirada social?
La parroquia del barrio fue importante para mí, porque fue un lugar de contención. Había un sacerdote, Miguel Curto, que tenía una mirada eclesial muy amplia. Yo conocí allí una iglesia que tenía una preocupación genuina por el otro, muy lejos de los dogmas. 

¿Qué pasó cuando creció?
Estas preocupaciones y actividades se fueron agudizando en el liceo. Participaba en programas de voluntariado más estructurados. Después quise estudiar trabajo social, psicología, pero como también hacía teatro y me gustaba escribir, en mi familia me impulsaron más para la comunicación. Sufrí bastante eso y durante años renegué de ser comunicadora social.

“Mi imperativo ético y político es no aceptar que haya personas que –por la desigualdad– no estén pudiendo ser lo que están llamadas a ser”

¿Por qué? 
En la carrera de comunicación yo buscaba un tipo de comunicación comunitaria que lograra acompañar a los excluidos en el proceso de volverse palabra. ¡Y no lo encontraba! El periodista Tomás Linn, que era uno de mis docentes, me decía: usted se equivocó de carrera, tendría que haber hecho trabajo social. Yo sentía que los marginados tenían una voz y que la sociedad se perdía mucho al no escucharla. Había algo muy valioso allí para compartir. Pero los tiempos del periodismo son otros. Una vez hice algo sobre las personas en situación de calle para Brecha y me llevó tres meses, porque yo pasaba horas, días, escuchando, buscando que lo que saliera no fuera mi palabra traduciéndolos a ellos, sino de verdad su palabra.

¿Cómo encontró su verdadero lugar?
Comencé a trabajar a los 19 años, como educadora. Y eso me llevó a entrar a la organización San Vicente, la obra del padre Cacho. Comencé yendo a trabajar al barrio Casavalle como educadora. Ahí me puse en contacto con mi propia ignorancia: yo veía que los chiquilines en vez de saludarse se clavaban alfileres y les decía: no hagan eso, hay otra manera de saludarse. Los dos primeros años estuve en esa posición más soberbia, de creer que hay una manera en la que se hacen la cosas. Después la realidad me planteó sus límites y se me cayó todo abajo. Me di cuenta que hay que desaprender lo que uno cree que sabe, para permitir que pueda suceder algo nuevo. Y ahí comencé un proceso más profundo de trabajo y conecté con la figura del padre Cacho. 

Mercedes Clara es católica. Agradece haber conocido a sacerdotes y laicos que le hicieron conocer a un “un Dios vivo, cercano, liberador, que trasciende las estructuras, que se escapa de los dogmas”. “Pertenezco a uno modo de ser iglesia donde lo político son acciones cotidianas que aportan a la construcción de una sociedad más humana. Donde rezar no es volarse, sino adentrar los pies en la tierra. Donde el poder es servicio, y se multiplica trabajando con otros. Donde seguir a Jesús implica siempre optar por los que más sufren”.

¿Lo conoció?
No como se conocen normalmente las personas, porque murió dos años antes de que yo comenzara a participar en su obra. Pero me propusieron trabajar con los clasificadores del barrio, y allí me acerqué a él. Primero conocí a María Inés Cáceres, que es una trabajadora social increíble, por su perspectiva del otro y por su experiencia con Cacho. Mi trabajo era estar todo el día en el barrio, para hacer un video que reflejara la propia mirada de los clasificadores sobre su vida, su trabajo y la basura. Fue una experiencia única que convertí en mi tesis de comunicación y recién ahí vi que había una manera posible de ser comunicadora. Me llevó un año y medio, y en el camino me fui a vivir al barrio, para tener la experiencia. Viví allí siete meses. 

¿Qué experiencia le dejó?
 Todos los clasificadores tenían algo que contar de Cacho, y lo contaban de una manera muy especial, con un brillo en la voz y en los ojos: “Nosotros que éramos pichis, que éramos requecheros, ahora somos clasificadores”. Contaban su propia historia. Y yo me preguntaba cómo había hecho ese hombre para transformar a esas personas, porque de verdad eran líderes en sus barrios y tenían una verdadera conciencia de sí mismos y de sus derechos. 

Han transcurrido 25 años desde entonces. Pasó mucho tiempo y pasaron muchos gobiernos. ¿Cambió la vida de esa gente?
Es una realidad muy compleja, y todo depende de donde se mire...

Para empezar, los asentamientos siguen existiendo.
Ahora no es lo mismo que en la época de Cacho, hay otras realidades: está el narcotráfico que complejiza mucho más la situación. También hay muchas cosas que permanecen intactas. Cacho, a pesar de vivir ahí, jamás se acostumbró a que las personas vivieran en un rancho de lata. No se le endureció el cuero, es algo que admiro mucho. Él veía a cada niño que no se alimentaba bien como una persona que no iba a poder desarrollarse. Sentía, como la frase que le da título a mi libro, que el dolor del otro le quemaba dentro. Él no perdió la sensibilidad. No se acostumbró nunca a esa naturalización de la pobreza y de la desigualdad que tenemos todos. Él decía: estamos permitiendo algo que la naturaleza humana no tolera un minuto más. 

Y pasó un cuarto de siglo...
Yo siento que por un lado hay muchos esfuerzos realizados, mucha gente haciendo cosas. En estos años se han sumado muchos más actores al barrio, hay mucha más presencia del organismos públicos, de la sociedad civil, voluntarios y organizaciones educativas. Hay mucha gente que hace mucho. Y si uno mira las políticas sociales, hay datos que muestran que se ha avanzado en la reducción de los índices de pobreza. Hay más lugares para atender la primera infancia. Son hechos. Pero, al mismo tiempo, aquello que Cacho logró con los vecinos no se volvió a repetir. No hubo otra persona ni otro colectivo que lograra aquella transformación en profundidad. En aquellos años hubo una organización de pobres reunidos, que se movía en los distintos ámbitos públicos, con su discurso: ¡eran ellos mismos organizados! Cacho usó su poder para despertar el poder de otros. Eso no ha vuelto a ocurrir.

¿La fractura social hoy es mayor?
Hay personas que han podido salir de la pobreza más dura, pero a nivel social uno ve que las brechas que separan los mundos son cada vez más profundas. Aparentemente es un dato contradictorio, pero es evidente que cada vez vivimos en mundos más distintos, cada uno con sus propias estrategias de supervivencia, y con lenguajes que no tienen significados comunes. El otro es una amenaza, y cada vez hay menos posibilidades de encuentro. Es lo dramático del desgarramiento del tejido social. 

“El otro es una amenaza, y cada vez hay menos posibilidades de encuentro. Es lo dramático del desgarramiento del tejido social”

¿Cómo se soluciona?
Solo con transferencias de subsidios, con propuestas de educación y salud, no basta. Son necesarios programas que afecten la subjetividad de las personas, que les hagan cambiar sus horizontes de vida. Hay que asumir que hay un país nuevo, otro país, con otro idioma. Es algo complejísimo. Hay familias que llevan seis generaciones viviendo en ese otro mundo. Hay que pensar desde dónde formulamos las políticas sociales. ¿Desde lo que nosotros creemos que el otro necesita? ¿O desde que lo que necesita ese otro que apenas puede formular lo que necesita? Es algo muy complejo que solo se puede pensar desde el propio territorio y desde espacios compartidos. Hay que cruzar la frontera. ¿Cuántas veces la sociedad le dice al otro: vos sos el problema y nosotros somos la solución? Cacho se sentía parte del problema. Y yo me siento parte del problema y me siento culpable porque soy parte. En la medida que no nos reconozcamos como parte del problema, es muy difícil. La solución no la conocemos todavía. Y solo será posible si nos movemos todos de sitio. No es cuestión de partidos políticos o de sectores sociales, es una batalla cultural contra el miedo, contra la indiferencia que solo se puede dar si estamos todos en el mismo barco. Hay mejoras, hay avances, pero esta fractura profunda que hace que en un país tan chico como Uruguay no podamos generar lugares de encuentro y de significados compartidos, es un gran agujero.

Su gran batalla es contra esa fractura.
Sí. Hace un tiempo estaba en la parada del ómnibus, de noche, en la Ciudad Vieja y un gurí vino a robarme. Estaba enajenado de pasta base. Lo miré a los ojos y no encontré a alguien, a un ser. Y lo que pensé fue que el fin del mundo no es un tsunami, sino que el fin del mundo está siendo. Morir o matar es la realidad de muchos de los jóvenes. Y se repite: “son ajustes de cuentas”, como si no fueran vidas que se están perdiendo. Me impresiona esa naturalización de muertes que no son naturales. Lo mismo cuando dicen: “hay que matarlos a todos”.

Hemos hablado más de una hora y no ha aparecido ni un atisbo de política partidaria. Es raro para alguien que acaba de recibir la oferta de integrar la fórmula presidencial del partido en el gobierno.

Nunca hice política partidaria. Siempre tuve más afinidad con una perspectiva de izquierda, más por mis preocupaciones sociales. Pero siempre mi energía estuvo puesta en este trabajo social, y sigue estando.

¿Había algo que le indicara que podían ofrecerle un cargo político tan importante?
No. ¡Imposible! Estaba muy lejos siquiera de imaginarlo.

¿Es afiliada a alguno de los partidos o agrupaciones que integran el Frente Amplio?
No. Soy votante, pero nunca estuve afiliada a nada. Lo que pasó es insólito, pero me genera esta reflexión: hay una coyuntura social y política que hizo posible que alguien que está afuera de la política partidaria recibiera esta posibilidad. Es un signo valioso. Mi posibilidad de estar ahí tenía que ver con mi experiencia y con esta vocación de luchar contra la desigualdad. Me lo dijo Daniel. Fui invitada por eso. No por otra cosa. Y me parece un signo, algo novedoso. Quiere decir que hay una crisis política, un replantearse un modo de hacer. Hay cosas que no se están logrando y hay que hacer un cambio, hay que mover. Mi imperativo ético y político es no aceptar que haya personas que -por la desigualdad- no estén pudiendo ser lo que están llamadas a ser. Que otros vean que ahí hay algo valioso, es muy importante. En ese sentido, Daniel corrió el riesgo. Se lo puede juzgar de muchas maneras, y hay muchos que están en eso. Pero yo siento que hay una novedad y me quedo con eso: estamos en un momento importante de nuestra sociedad donde empezamos a reconocer la crisis.

¿Por qué dijo que no?
Hay gente que tiene mucha más capacidad y experiencia parlamentaria, más experiencia en el mundo político partidario. Estar en la vicepresidencia implica tener un conocimiento profundo de estrategias de negociación y una cantidad de cosas que yo no tengo. Y mi energía no está para generar esas estrategias. Yo no estoy ni para protegerme de otros, ni para desacreditar a otros -como siento que hoy está siendo el mundo político-, sino que por el contrario trato cada vez de vaciarme más de mis prejuicios, porque siento que hay otros modos de hacer. Obviamente siento que hay una oportunidad, y que en la vida hay que dar saltos para que las cosas ocurran. Entonces en lo que pueda, estoy disponible para aportar. Pero desde un trabajo más cotidiano. 

¿Hay mucho radicalismo hoy?
Yo no soy fanática de nada. Ser fanático lo veo como un signo de pobreza. Hay que saber integrar diferentes perspectivas. Solo con fragmentos no se logra interpretar la realidad ni actuar sobre ella.

De golpe entró en el radar de los políticos. ¿Cómo ve el futuro en ese terreno?
El próximo gobierno va a necesitar acuerdos. Vamos a tener que aprender algo nuevo: a trabajar juntos. Hoy no lo sabemos. Hoy el vínculo es el de los prejuicios, el de los buenos y malos, el de la culpa es del otro. Hay un aprendizaje que vamos a tener que hacer: trabajar juntos y que de verdad el imperativo que nos mueva -ético y político- sea poder restaurar este lazo social tan dañado. En eso se nos va a la vida a todos. 

Presos en la radio
Los proyectos futuros de Mercedes Clara poco tienen que ver con la política tradicional o partidaria. En diciembre planea entregar su tesis de maestría, que se basa en su experiencia en la cárcel de La Tablada. Allí fue parte del equipo que llevó adelante el programa radial “Código de barras”, un programa realizado por los propios presos que llegó a emitirse los domingos de noche por radio Oriental.
También tiene lista una novela basada en dos años de diálogos grabados con un amigo en situación de calle.
“Hay una mirada de la sociedad que tiene la gente de la calle y los presos, que los integrados no tenemos”, dice. “Y esa mirada es una fuente de conocimiento que la sociedad también debería recoger”.

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