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No estamos malditos

La famosa libertad responsable que, desde Juan XXIII, se propone desde antaño y que Luis Lacalle Pou popularizó en los inicios de la pandemia, es el quid de la cuestión y trata de la vida misma.
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24 de enero de 2021 a las 05:00

Me quedé pensando y quizá vos también -si leíste la columna de la semana pasada- respecto a lo tan abarcativo que es el tema de la memoria. Queda más que claro que en cierta forma dirige nuestra vida al ser uno de los factores determinantes en cada una de nuestras decisiones. Una de las conclusiones es que, con solo saber esto y estar atentos, es posible disminuir la gran participación de esos recuerdos alojados en nuestro cerebro y que sean nuestros sueños, metas y por sobre todo valores, lo que tenga mayor participación en nuestras decisiones.

Con nuestros recuerdos se conecta la famosa libertad responsable que desde Juan XXIII, se propone desde antaño y que Luis Lacalle Pou popularizó en los inicios de la pandemia.

¿Cómo? ¡Permitime explicarme! Es muy frecuente escuchar personas que le achacan a sus padres sus propias elecciones de ser y mantener determinados hábitos o características. Cierto es que cuando niños aprendemos muy rápido y cala profundo lo que nuestros padres nos enseñan -más con el ejemplo que con las palabras-, y que nos quedan huellas profundas en nuestras memorias cognitivas y emocionales.

Lo mismo sucede con nuestros hijos, alumnos y personas de quienes somos referentes: cada cosa que hacemos deja una huella.

Hay un gran pero en todo esto y es que cuando somos adultos o mejor dicho grandes en años -aclaro porque en ocasiones son conceptos que no van juntos- todos y cada uno de nosotros somos quienes decidimos ser y vivimos según decidimos vivir. Un común denominador es que tenemos recursos, fortalezas y esas características que nos hacen únicos y  nos diferencian de otros.

Están de las que nos copan, las fortalezas que pavoneándolas o no, nos hacen sentir bien con nosotros mismos y en la mayoría de las ocasiones las reconocemos.

Y las otras, esas que son debilidades o defectos -mal llamados desde mi punto de vista, porque creo que son oportunidades que la vida nos da para seguir creciendo-.

Aunque a veces no nos demos cuenta, a la larga -si queremos,  sabremos- para qué estuvo esa persona o situación en nuestra vida.

Esas oportunidades de mejora son las que se nos hacen más difíciles de reconocer y por eso las arrastramos en el pasar de los años.

Si no las reconocimos aún,  nos dominan una y otra vez. Las que cada vez que actuamos surcan más profundo en nuestro cerebro.

Y en esto no solo cuenta lo que vivimos en carne propia, también lo que aprendimos de la forma en que actuaban nuestros “modelos”.

Parece que lo más fácil en estos casos es adjudicar las “culpas” a nuestros progenitores y referentes.

Pensamos o aun decimos: porque ellos eran así, nos enseñaron de esa forma y un montón de disparates que nos permiten poner la responsabilidad afuera para no hacernos cargo.

Da igual que se trate de hábitos, comportamientos o características personales.

¡Es una declaración de: “soy una marioneta y quiero serlo”. Tan triste como gracioso por simplista. 

No estamos malditos por las herencias sino que son nuestras propias elecciones en todos los casos y que tiene que ver con hacernos cargo o no.

La certeza de nuestras potentes capacidades son cada vez más tangibles debido a los avances de la ciencias o, mejor dicho, a tantos científicos que la hacen progresar.

Responsabilidad implica consciencia: es el estado que tenemos cuando estamos despiertos y también lo que nos permite conectar con nuestras experiencias, recuerdos, aprendizajes, elecciones, entre otras cosas. Christof Koch, neurocientifico norteamericano, estudioso de la consciencia comenta sobre la consciencia primaria y la reflexiva.

La primera es justamente la que tiene que ver con nuestras percepciones, sensaciones, pensamientos, memorias… siendo la reflexiva la que nos da la posibilidad de observar nuestra propia mente para conocernos, reconocernos y saber qué sucede en nuestro interior.

Si ponemos en acción ambas, la consciencia primaria y la reflexiva, a pesar que nuestra realidad estará teñida por nuestra forma de percibirla y explicarla, podremos ser más libres tanto para tomar decisiones como para vivir mejor. ¿Cómo? Simple. Todos vivimos experiencias, las que calificamos como buenas, neutras o malas, y sería genial preguntarnos: ¿buenas y malas con respecto a qué?

Cada experiencia en la vida es en si misma, una oportunidad que entraña aprendizajes, opciones y elecciones en la vida adulta.

Si sos de esos que andan por la vida culpando a los padres, ¡reflexioná!

Ya no tiene que ver con ellos, lo tuvo en un momento de la vida, hoy es tuyo. Lo elegís y lo perpetuas, por alguna razón. Ahora, si sos padre, dale a tus hijos la vida más congruente y responsable que te sea posible.

 La responsabilidad más la consciencia es lo que nos permite ser libres, así como la voluntad y la acción, generar cambios y transformación. Tiene todo que ver con hacernos cargo, con la certeza que es de cada uno la responsabilidad por cada inevitable consecuencia de cada pensamiento, emoción y acción que emprendemos.

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