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26 de marzo 2019 - 5:02hs

La economía uruguaya no tiene (aún) el grado de dramatismo terminal de la economía argentina. Eso no debería obrar como un tranquilizante, ni hacer creer que con un par de retoques se arregla.

Ni sería plausible prometer o esperar una lluvia de inversiones.
Uruguay tiene los mismos dilemas inducidos y ha cometido parecidos errores a los argentinos, aunque en dosis y velocidades menores y con más prudencia fiscal, pero el virus es el mismo, con los mismos graves efectos. Y los mismos remedios amargos. 

El populismo –corrupto y alevoso el argentino, solapado e ideológico el uruguayo–  se apresuró a manotear vía impuestos y generosidad salarial los ingresos ajenos del maná de las commodities y los transformó en éxito propio, es decir, los repartió como conquistas sociales definitivas. 

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Nadie ahora aceptará volver a su situación previa a la bonanza efímera, en ingresos y en la cantidad de empleo, jubilaciones y prestaciones del Estado, que, además, no se congelaron al nivel que tenían al finalizar el boom, sino que aumentaron. La indexación de salarios, gasto y tarifas por inflación parece justa, pero es una espiral que lleva a más gasto, emisión e inflación, tarifas más altas, más deuda y otra vez más impuestos, que acostumbran al Estado a mayor gasto, con lo que a poco se requiere de más impuestos. La economía se reduce a los sindicatos por un lado y el Estado por el otro, tratando de encontrar modos de financiar las seudoconquistas sociales de los que aún tienen trabajo. 

Esa descripción cuadra perfectamente a los dos países rioplatenses. Argentina está unos pasos más adelante, simplemente. La velocidad de la espiral se hiperpotenció y el gobierno solo atinó a seguir haciendo lo mismo que el gobierno anterior. Hasta que desaparecieron la inversión, el crédito, el empleo, y la actividad. El FMI no cambia nada. El ajuste que se intenta es apenas un aumento de impuestos y cambios cosméticos en el gasto. La emisión acumulada, fruto de esa espiral ruinosa, ahora potencia los intereses y la recesión inevitable.

Uruguay no debe autocomplacerse y  creer que está lejos de ese escenario. Tal vez lo está en las etapas por recorrer, pero no en el tiempo, porque cuando la espiral se hace remolino el desenlace ocurre a la velocidad de la luz. Pero felizmente, aún puede cambiar el rumbo. La triste experiencia de Macri debe servir de guía al futuro gobierno oriental. Más allá de los rótulos, el enfoque de Cambiemos fue el de continuar el rumbo histórico que llevó a Argentina a varios defaults. 

El miedo al ajuste lleva a recurrir sólo al impuestazo, la emisión y el endeudamiento, que desembocan fatalmente en el torbellino imparable de una crisis fiscal, cambiaria y de deuda. Es un gran error para cualquier político creer que él sí puede manejar bien el populismo. Terminará siempre como Macri. 

Uruguay tiene varias ventajas. El nuevo gobierno partirá con una situación más ordenada que Cambiemos en 2015, sin terrenos minados, poison pills ni sabojates. Sin la urgencia electoral a dos años vista, ni la trampa del sistema federal que escamotea los presupuestos provinciales y los hace invulnerables a cualquier racionalidad (y juez).

Estará en condiciones de formular y aplicar un plan de tres o cuatro años, basado en la reducción del gasto estatal, rebaja en los costos laborales y cambios en los sistemas de agremiación y negociación salarial y de jubilación. Y –aunque suene hereje– podrá aliviar la carga impositiva. En cambio, todo plan basado en el aumento de impuestos culminará en el drama-sainete de Argentina. 

Las voces que sostienen que el gasto es inflexible a la baja, y que la presión tributaria uruguaya es baja con relación a Europa, son el eco de lo que se dijo en Argentina en 2015, simplificación que llevó a Macri al abismo. 

La Princeton University Press publicó en estos días el libro Austerity, de tres experimentados economistas. Se analizan allí 200 planes de reducción de déficit y deuda de los últimos 30 años con sumo rigor estadístico y nueva tecnología para excluir externalidades. Las conclusiones son aleccionadoras. 

La más imporante es que no es igual un ajuste por suba de impuestos que por baja de gastos. Los períodos de recesión fueron mucho más largos cuando se aplicó suba de impuestos como herramienta principal. Cuando se usó la baja de gastos, se logró la reactivación entre uno y dos años del comienzo del plan. 

El solo anuncio de la suba de impuestos, anticipó la recesión antes de la aplicación efectiva de los aumentos. Cuando se anunciaron bajas de gastos, se anticipó la reactivación antes de la aplicación real de los recortes. Por eso es tan importante formular un plan y difundirlo.

Expectativas. 

En los casos de suba de impuestos, el déficit bajó un corto período y luego regresó y hubo que cobrar más tributos. El impuesto creó un estímulo para un mayor gasto estatal. Espiralización. 

La pérdida de empleo privado y de inversión fue siempre peor en los ajustes por suba de impuestos que en los casos de baja de gastos. Y la deuda se mantuvo o creció en los casos de suba de impuestos y bajó siempre en los casos de baja de gastos. 

El crecimiento posterior fue siempre mayor y más sostenido en los casos de ajustes por baja del gasto. 

Los gobiernos que ajustaron gastos no perdieron las elecciones casi nunca. 

El populismo, y la sociedad, desprecian los resultados empíricos, porque el relato y la conveniencia inmediata son más cómodos que la realidad. Por eso cuando se llega a cuadros terminales como en Argentina la culpa se carga sobre la gestión, y no sobre las ideas aplicadas.

Claro que siempre hay políticos optimistas que creen que ellos sí podrán gestionar bien el populismo y el solidarismo barato. También se les llama irresponsables. 

 

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