Peñarol tocó fondo. En lo estrictamente futbolístico, está hundido en profundidades submarinas. La cara de Diego López luego del segundo gol de Atlético Paranaense, regresando a su asiento porque la debacle era irreversible, hizo pensar en la del capitán del
Titanic sabiendo que la embestida contra el enorme iceberg era inevitable. La analogía viene al caso. López acaba de tomar control de la nave, por lo tanto, no hay que ponerle frente al pelotón de fusilamiento. No todavía. Viene de dirigir en la Serie A italiana, por consiguiente, el cambio de país y de estilo de
juego le debe estar resultado tan drástico como dramático. Seguramente está tratando de entender cómo funciona esta película tan rudimentaria, como es la del fútbol uruguayo, y de figurar alguna forma de salvación, para el equipo y para su reputación.
El sentido común se pregunta: ¿cuánto más puede hacer un entrenador viendo que futbolistas de primera división, ganando buen dinero en Peñarol, como Formiliano, Guzmán Pereira y Lucas Hernández, entre otros, se cansan de dar pases equivocados, y que gran parte del resto no puede parar bien una pelota ni tener visión clara para dar un pase con precisión? A esta altura López debe saber dónde se ha metido. Pero como no está haciendo su trabajo gratis, a partir de ahora la pelota y la plena responsabilidad están de su lado.
Tal como dije en este mismo lugar días después de la derrota ante Francia, comentando los desastres técnicos cometidos por Martín Cáceres, que en ese partido tiró no menos de cinco centros sin destino alguno, el problema principal del fútbol uruguayo, a nivel de clubes y de selecciones, es la falta de técnica de sus jugadores. Con el balón en sus pies, algunos son momias.
Además, López ha heredado un equipo a la deriva, sin fundamentos ni estilo de juego definido, pues de esa forma lo heredó del anterior técnico, inconvincente a más no poder. Bajo su égida errática Peñarol no jugó un solo partido completamente bien. La tarea por delante, pues, será ardua. Hay que reconstruir a partir de las ruinas. Así esta Peñarol hoy. Como Rotterdam después de haber sido arrasada por los bombardeos nazis. Como Hiroshima y Nagasaki tras las detonaciones nucleares.