Opinión > OPINIÓN - D. GASPARRÉ

Peronistas somos todos

En los 12 años del gobierno peronista, luego kirchnerista, se profundizó el populismo
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02 de enero de 2018 a las 05:00
En los 34 años de nueva democracia, el peronismo ha gobernado Argentina durante 24 años y medio. Por otro lado, desde 1946 (cuando asume Juan Perón) a la fecha, el PIB del país ha caído del puesto 6 en el mundo al 25. En índice per cápita, según el FMI, ha caído al puesto 60. Desde 1980 a la fecha la pobreza estructural es estimada entre el 25% y 30%, según los cálculos de la UCA.

Los otros dos gobiernos democráticos no alcanzaron a completar sus mandatos. Raúl Alfonsín, con mayoría legislativa propia, soportó 13 paros generales de la CGT (columna vertebral del movimiento peronista, por decisión del fundador de tal corriente) y un sabotaje financiero internacional sobre el final de su mandato por el equipo del presidente peronista electo, Carlos Menem, que lo obligó a abandonar el poder cinco meses antes del término.

Fernando de la Rúa, otro radical, fue virtualmente derrocado a mitad de su mandato por su incompetencia para salir de la trampa financiera de la Convertibilidad y por acciones coordinadas de motines, huelgas, paros, saqueos y el maquiavélico accionar de dos ex aliados menemistas:
Domingo Cavallo y Eduardo Duhalde, mientras su partido lo abandonaba.

La presidencia de De la Rúa fue fruto del oscuro Pacto de Olivos entre el expresidente Alfonsín, jefe radical y el presidente Menem, que permitió con una reforma constitucional la reelección del peronista en 1995 a cambio de que el próximo turno fuera para un radical. Para ello se aceptaron cambios en la Constitución Nacional que destrozan su esencia y la tornaron incoherente, garantista, patriagrandista y populista.

En fiel cumplimiento de ese pacto, Carlos Menem saboteó la campaña del candidato peronista en 1999, Eduardo Duhalde, su exvicepresidente y exgobernador de la provincia de Buenos Aires (lo que éste le reprochó públicamente).

Los 12 años del gobierno peronista (luego llamado kirchnerista por los opositores y el propio peronismo) se caracterizaron por la profundización del populismo y la virtual destrucción del sistema productivo, lo que incluye el retroceso casi suicida en las exportaciones agropecuarias, la aniquilación de las reservas y el crédito externo, el default deliberado de la deuda, la quiebra masiva de las pymes, la herida de muerte al régimen jubilatorio al regalar 3 millones de jubilaciones sin aportes previos, la expulsión masiva de inversiones (ver el libro El estado del estado publicado al comienzo del gobierno de Cambiemos, y los datos crudos que comparan la situación entre 2003 y 2015).

Capítulo aparte merecen las obras públicas, donde se fueron a raudales los dineros del país, por obras casi nunca existentes ni finalizadas, por las que muchos de los protagonistas gubernamentales y privados están hoy respondiendo ante la justicia. Y mucho más importante el proceso mafioso del peronismo de apoderamiento de empresas, como el caso de YPF, una maniobra que merecería el encarcelamiento de todos los participantes, incluyendo a los de la española Repsol. También cayeron otras energéticas, primero apretándolas mediante la fijación de tarifas ruinosas y luego consiguiendo su control vía testaferros. Con un costo paralizante para la nación.

Esta breve e incompleta descripción no es una opinión, sino que surge de los datos, actuaciones judiciales, fallos, balances, libros de actas, y del simple estado de situación en cada uno de esos casos. Y faltan.

En términos no económicos, el peronismo reciente profundizó la grieta que campea a lo largo de toda la historia, desde 1806 en adelante, grieta que se amplía con Yrigoyen, con Perón, con los golpes militares, con la guerrilla de los años 70 y con la guerrilla institucionalizada en el poder por los Kirchner.

Y como culminación, el populismo como forma de poder, la coima a la ciudadanía para conseguir sus votos, como dice Francis Fucuyama, que los Kirchner consolidaron irrevocablemente y que divide a la sociedad en dos continentes, no ya en dos hemisferios: los que producen y trabajan y los que se sienten con derechos a quitarles el fruto de su esfuerzo y vivir de ellos. Grieta final, fatal. Por algo es que, en las dos últimas elecciones, la sociedad eligió a Cambiemos, un rejuntado de diferentes ideas políticas y económicas, no un partido homogéneo.

Como el peronismo va cambiando de nombre a medida que fracasa, roba o destruye valores y futuro, se suele creer con inocencia en la existencia de un peronismo bueno, otro malo y otro "revoltoso", eufemismo por sedicioso o guerrillero. Como ocurre hoy, donde la lucha del movimiento –como con tanta precisión y cinismo lo llamó el propio Perón– es para convencer a la ciudadanía de que es una opción válida al kirchnerismo que hasta ayer integraban.

Por su parte Cambiemos, supuesta alternativa, se sigue comportando en la más auténtica línea peronista. No olvidar que tanto Mauricio Macri como su papá son peronistas de toda la vida, con el agregado que les convenga. Esto incluye estatismo, el populismo, el proteccionismo y el tratamiento dialéctico de la economía, léase relato. Con la influencia decisiva de grandes empresarios con negocios con o desde el Estado, el modelo justicialista ecléctico. Y en la provincia de Buenos Aires, existe una virtual alianza entre la gobernadora Vidal y el peronismo con poder político de cualquier signo.

Tanto el peronismo-ahora-bueno como Cambiemos cobran entidad porque enfrente se alza el fantasma de Cristina, el hada maléfica del cuento. La diferencia es que el peronismo bueno quiere que desaparezca y Cambiemos quiere que su figura vestida de negro siga alzándose como pesadilla sobre la nación, para evitarles el trabajo de gobernar con seriedad. Las grietas en el peronismo suelen cerrarse a tiros. En Cambiemos, con plata.

En algunos de sus momentos de lucidez, Perón dijo: "En Argentina hay quienes son de la izquierda, de la derecha o del centro, conservadores, liberales o socialistas. Pero peronistas, peronistas somos todos". La tremenda cordura.

El futuro no pasa por Cambiemos. Pasa una vez más por el peronismo. Habrá que ver si puede primero cerrar sus grietas internas, abandonar su populismo crónico, convencer a sus adeptos de que hay otro camino más allá del analfabetismo, el punterismo, el piquete, la huelga, la violencia, el populismo y ahora la droga que tanto ayudó a entronizar. No es fácil. 20 millones de personas reciben hoy mensualmente un cheque del estado. 70 por ciento de la población cree que el estado debe ser grande y generoso. Y prefiere "trabajar" en sus generosas nóminas.

El populismo educativo, judicial, penal, del orden público, económico, laboral, junto con la corrupción, son la metástasis que carcomen a la república. Cambiemos da un paso para empezar la quimioterapia, pero retrocede dos recurriendo a la curandera. El peronismo solo atiende a las necesidades electorales futuras y a las necesidades presupuestarias de sus distritos hoy. Pero si Cristina midiera 50% la semana que viene, se encolumnaría detrás de ella sin vacilar un instante.

El populismo es el zapador de grietas. Hay un peronismo bueno, un peronismo malo, un peronismo bélico y un peronismo Cambista. Somos todos peronistas. Cada uno con su grieta.

Borges, que alguna vez dijo que los peronistas no eran ni buenos ni malos, sino incorregibles, opinó sobre el tema sin saberlo: "El camino es fatal, como la flecha, pero en las grietas está Dios, que acecha". Prefiero leer esas estrofas geniales como una esperanza para el nuevo año.

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