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Por qué es importante la Antártida para Uruguay con miras al 2048

Tras una larga y azarosa historia, Uruguay logró mantener una presencia continua en el continente blanco e integra un exclusivo grupo de países que deciden sobre una región que no tiene fronteras ni dueños
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06 de enero de 2021 a las 05:00

A fin de año y tras varias demoras, regresó al país una dotación de personal y científicos que habían viajado a la base antártica uruguaya en medio del protocolo sanitario más complejo de la historia reciente en ese continente.

En setiembre, además, el Centro Universitario Regional del Este (CURE) fundó un espacio de actividades antárticas desde el que se incentiva la investigación en el área y se ofrece asistencia técnica al Programa Nacional Antártico. Estos hechos no son aislados sino que son consecuencia de una política nacional sobre la única incursión extraterritorial de Uruguay.

Un futuro de minerales

Año tras año, Uruguay invierte dinero y recursos en ese continente que no pertenece a nadie y sobre el que un exclusivo grupo de países puede decidir.

De la Antártida, por ahora, el país no saca un beneficio económico, pero desde diciembre de 1984 mantiene una base abierta durante todo el año (solo se cerró durante un invierno en sus primeros tiempos). Envía un barco y unos cuatro vuelos al año con equipos, alimentos, personal científico, militar, políticos visitantes y periodistas. Miles de escolares tienen videoconferencias con la dotación en la base y visitan el sector llamado “Viaje a la Antártida” en el Espacio Ciencia del Latu, como forma de promover la actividad uruguaya en esa inhóspita y remota zona del mundo.

“La motivación del país para mantener su presencia en el continente antártico tiene múltiples facetas”, cuenta a Cromo el presidente del Instituto Antártico, contralmirante Manuel Burgos. “Algunas de ellas son las que surgirán en el 2048, como negociar el acceso a recursos minerales. Pero muchas, tal vez más importantes, son las que aparecen en el lapso que media hasta ese momento”.

La fecha referida por Burgos, 2048, corresponde al vencimiento del Protocolo de Protección del Medio Ambiente. Este acuerdo fue firmado por Uruguay como parte de los acuerdos a los para participar del sistema del Tratado Antártico, que es el que regula la actividad en la región. El protocolo fue consecuencia de una campaña de Greenpeace realizada entre 1987 y 1991, y en su artículo 7 prohíbe cualquier actividad relativa a los recursos minerales que no sea científica.

Recién en 2048 se revisará y, a partir de ahí, podría mantenerse, modificarse o caer. Las visiones más optimistas afirman que se mantendría, tal vez con alguna modificación.

“Hay petróleo, gas, cobre, posiblemente uranio, pero todo debajo de una capa de cuatro kilómetros de hielo. Y como por ahora es muy difícil explotarlos, hay consenso en que eso se mantendrá”, aclara el biólogo Álvaro Soutullo, ex director científico del Instituto Antártico e integrante del espacio de actividades antárticas del CURE.

Un presente de biología y medio ambiente

El recurso antártico que se explota de forma industrial es la pesca, que también está regulada por uno de los protocolos del Tratado. La merluza negra y el krill son dos de los principales productos a los que podría acceder Uruguay si tuviera un barco preparado para trabajarlos y procesarlos en altamar. Por ahora, solamente participa de la gestión y monitoreo de la pesquería al integrar la Comisión para la Conservación de los Recursos Vivos Marinos Antárticos.

Soutullo menciona la explotación de recursos genéticos, como una posibilidad a raíz de la investigación científica que generaría patentes de eventuales productos comercializables.

Por su parte, Burgos agrega que  si bien se prohíbe la prospección mineral con fines comerciales, se permite la biológica. “En los hechos se admite la posibilidad de patentar microorganismos o procedimientos y realizar su publicación científica posterior. Uruguay tiene una patente internacional en proceso ahora”.

Con respecto a los vínculos entre patentes y recursos pesqueros, la participación uruguaya es más bien histórica a partir de las investigaciones realizadas por el doctor Bartolomé Grillo en los 80, hechas en las primitivas instalaciones de la Base Artigas. Esos trabajos, relativos a los efectos benéficos del krill en la dieta de los pingüinos, llevaron a la producción nacional de suplementos de Omega 3, aunque su consumo fue perdiendo impulso con los años y ya no se lo asocia popularmente con Grillo ni con la Antártida.

El Tratado Antártico afirma que se trata de un continente dedicado a la paz y a la ciencia. Se prohíben maniobras militares y armas, a pesar de que muchas de las bases (la uruguaya y la chilena entre otras) están bajo conducción militar. La ciencia es el gran paraguas que armoniza la presencia pacífica y cooperación tanto de países que hicieron reclamos territoriales como otros que no los hicieron.

El biólogo Juan Cristina, pro rector de la Udelar, integrante del Comité de Investigación Científica Antártica, vincula la investigación y las patentes. “Hay que tener en cuenta la importancia científica de estudiar ecosistemas únicos en el planeta”, afirma. “Una vertiente de esa oportunidad está en el descubrimiento y el patentamiento de microorganismos, como algunas que ya tiene la Facultad de Ciencias. Hay, por ejemplo, un proyecto sobre formas de protección ante la luz ultravioleta”. Agrega que otras investigaciones relativas a los cambios en el clima y la oceanografía afectan el Atlántico sur. “Como nuestra región sudamericana es la más afectada, esos cambios tienen que ver con el futuro de la pesca y los recursos marinos”.

La bióloga Ana Laura Machado está al frente de un proyecto relacionado al medio ambiente y que se realiza en conjunto con institutos de España, Francia y Alemania. El objetivo es estudiar cómo los pingüinos reflejan el ecosistema marino y el impacto de la presencia humana. Hay especies que se han reducido en un noventa por ciento y otra ha aumentado ochenta por ciento en el área de islas en las que está la Base Artigas.

En este caso, el estudio consiste en colocar GPS para rastrear sus movimientos y monitorear su alimentación y estado de salud. Los dispositivos son aportados por Francia y España mientras que Uruguay facilita el acceso a la región y suma el trabajo de campo.

Por otro lado, el licenciado Carlos Serrentino, actual director científico del Instituto, hace una acotación sobre esta clase de estudios: “Tenemos la mala percepción de considerar a la Antártida lejana y poco interactiva con la realidad uruguaya. Está a 3.100 kilómetros de Montevideo, menos distancia que el punto más alto de la hidrovía Parguay Paraná, o sea Puerto Cáceres. La Antártida es una parte de la ecuación climática que debemos resolver”.

Otros dos elementos que se podrían explotar son el turismo y el agua, ya que la Antártida tiene el ochenta por ciento del agua dulce del planeta. Esta segunda es regulada y protegida por el protocolo ambiental y la primera solo es usufructuada con grandes limitaciones. De hecho, Uruguay tuvo durante dos veranos un programa de turismo antártico que fue discontinuado.

La ciencia y su jerarquía

El acceso a la región es un tema no menor ya que de los 37 países que integran el Tratado, solo 29 tienen bases establecidas allí. Una base establecida ofrece la posibilidad de una actividad científica continua, requisito indispensable para permanecer en el Tratado. Hasta hace algunos años se consideraba actividad científica incluso la medición de temperatura y el simple conteo de aves, pero los requisitos y estándares para esto aumentaron.

En la base uruguaya, el laboratorio científico era poco más que un cuarto con una heladera para conservar muestras. Esta realidad cambió en 2018 cuando se inauguraron tres laboratorios y un depósito específico para el trabajo de campo, gracias a la integración del Ministerio de Vivienda al Instituto.

De acuerdo a datos que aporta el presidente del Instituto, el presupuesto nacional le otorga 51 millones de pesos al año, con lo que, entre otros rubros, se paga el combustible de los vuelos y algunas compensaciones de salarios. “Eso no es fiel reflejo de cuánto le cuesta a Uruguay el esfuerzo antártico. Cuento, por ejemplo, con los salarios de los pilotos, que vienen por otro sistema”, aclara.

Esa cifra tampoco abarca la investigación científica, aunque incluyen el mantenimiento del espacio de laboratorio y la logística de traslado y alojamiento a los investigadores. Soutullo aclara que el veinte por ciento de los científicos nacionales han viajado en estos años a bases y buques de otros países, aunque también Uruguay ha trasladado y alojado a científicos extranjeros en reciprocidad.

Por otro lado, Juan Cristina remarca que Uruguay no cuenta en ninguna institución con un presupuesto dedicado específicamente a la ciencia antártica, sino que se financian proyectos de forma independiente. Pone por ejemplo el caso de Chile, que hasta el estallido de la pandemia invertía US$ 5 millones al año solo en ese rubro.

El motivo menos visible

Hay una dimensión que parece ser mucho menos visible y, por lo tanto, menos relevante, que es la política y la diplomática. Tal vez, su poca visibilidad se deba a que esa dimensión se experimenta lejos de la Antártida.  Sin embargo, para varios de los consultados, es la razón decisiva para que Uruguay continúe invirtiendo dinero y trabajo en el continente.

“Una de las cuestiones fundamentales es que Uruguay sea un país consultivo en el Tratado Antártico”, afirma Juan Cristina, “porque es un club exclusivo en el que uno se sienta con delegados de Estados Unidos, China y Rusia y tiene el mismo lugar. Y se trata de toda una responsabilidad para nuestro país”.

Para Soutullo, esta posibilidad pone a Uruguay en un sitio de privilegio para negociar asuntos de política exterior. “Uruguay tiene la posibilidad de vetar, ya que las decisiones se toman por consenso. Y eso genera un espacio importante de apalancamiento de otras negociaciones que el país pueda tener con otros miembros del tratado o con bloques”.

Burgos pone estos elementos en el primer lugar de su lista de oportunidades que surgen a partir de estar en la Antártida y lo hace con el mismo razonamiento: “constituye una excelente herramienta de la política exterior, ya que integra un consenso en la toma de decisiones en el ámbito del Tratado Antártico, con repercusiones en otros foros”.

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