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Profesor de Casabó estimula a sus estudiantes a terminar con el estigma de su barrio

Los estudiantes del Liceo 50 intentaron aportar otra mirada sobre su barrio para cambiar la imagen que sienten que la sociedad tiene de ellos y los vecinos
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12 de noviembre de 2018 a las 05:02

“Asesinaron a un joven de 19 años en Casabó”; “Asesinaron a un joven de 17 años en Casabó”; “A los tiros intentaron rapiñar a repartidos de chacinados en Casabó”; “Alerta por escalada en Casabó”; “Vecinos de Casabó reclaman prontas medidas de seguridad”. Casabó, homicidios, Casabó, rapiñas, Casabó, narcotráfico, Casabó.

Casabó –como muchos otros barrios periféricos de Montevideo– carga con un estigma: la asociación con la crónica policial, la delincuencia, la violencia, la pobreza: una marca bajo la cual viven sus vecinos y contra la cual crece su juventud. Una marca que obliga una respuesta, dice –peor no solo lo dice– Diego Pérez, profesor de historia del Liceo 50.

A Diego Pérez se le había ocurrido una idea. “Para mí era un desafío trabajar acá. Quería enseñar en un liceo de contexto crítico, y cuando mi familia, mis amigos, algunos colegas, se enteraron que venía para aquí, me empezaron a decir: ‘¿Por qué Casabó? Ese barrio está muy salado, ahí son todos chorros’”, cuenta un jueves al mediodía, en uno de los salones del liceo.

Hacía minutos que sus estudiantes de segundo año habían visto en una pantalla uno de los resultados de su idea. Pérez había propuesto a sus alumnos que se dieran la oportunidad de plantear otras maneras de representar su barrio, su entorno, y elaboraron un breve cortometraje en el que los vecinos contaran cómo se ven, cómo ven Casabó y qué futuro le auguran.

Al frente de la clase donde se iba a proyectar el trabajo, Gonzalo Irigoyen, profesor de audiovisual del Centro Educativo Comunitario que ayudó en la realización, les remarcaba a los adolescentes que el objetivo que se habían propuesto –y que sabía que habían cumplido–  era mostrar “todo” y no solamente lo que transmiten los medios de comunicación. “Está bueno pensar cómo es que sobrevuela todo el tiempo ese discurso, cuando hay cosas mucho más positivas para mostrar”, les recordó, y puso play.

Sin embargo, en el video, de unos ocho minutos, los vecinos y comerciantes que les contestaron a los estudiantes mencionaban la inseguridad como un problema, y hubo quienes lamentaron que, por el efecto de una minoría, el barrio fuera considerado “zona roja”, aun cuando la gran mayoría es gente trabajadora.

Los estudiantes miraban su trabajo con atención: solo una chica jugaba con su celular; los demás ni siquiera lo tenían sobre el pupitre. Y se rieron, con intención de burla, cuando escucharon el razonamiento de uno de los entrevistados: “Hay gente que es bien, de trabajo, y hay otras personas, principalmente la juventud, que tiene la mente en otras cosas. (…) No creo que sea sana, aunque hay de todo: los que son bien, y los que les ofrecés un trabajo y miran para el costado”.

Según el Atlas Sociodemográfico y de la Desigualdad del Uruguay, Casabó está entre los “barrios que se encuentran en peor situación”, con el 44,6% de sus ciudadanos con al menos una necesidad básica insatisfecha.  Y, de acuerdo al Índice de Carencias Críticas, la mitad de los hogares en este barrio se encuentran en “situación de vulnerabilidad”.

La inseguridad, construcción mediática o realidad, también tiene su correlato en las estadísticas: Casabó está entre los barrios con más homicidios de Montevideo –tiene cinco asesinatos consumados en los primeros seis meses de este año–, y 249 denuncias de rapiñas, lo que también lo sitúa entre las zonas de la capital con más asaltos, según el último informe del Observatorio Nacional sobre Violencia y Criminalidad del Ministerio del Interior.

Es ese panorama estadístico, dice Pérez, lo que hace más urgente que aparezcan representaciones que configuren al barrio como “un proyecto obrero, barrial”, algo que por lo general no ocurre. “Nunca se construye identidad de comunidad, de solidaridad, nunca aparece su gente, sus paisajes, como intentamos que aparezcan aquí, en donde mostramos gente trabajadora”, cuenta.

Oportunidades

Florencia Quiroga está sentada mientras escucha al profesor Pérez enumerar a El Observador algunas de esas cifras y citar nociones del marco teórico que también usa en clase y que incluyen palabras como “deconstrucción” y “visualización”, y premisas tales como “los prejuicios se elaboran con base en la ignorancia”, o que el pacto social todavía  vigente consiste en entregar “libertad a cambio de seguridad”.

Cuando le toca hablar, Quiroga asume la misma seguridad que el docente en su tono de voz. “Nosotros sentimos la marginación que nos hacen hacia nosotros, como cuando dicen que somos chorros por el hecho de vivir acá”, dice, con 14 años de edad, ojos verdes, labios pintados. “Este no es un barrio mala, no todos somos malos, y tenemos esperanzas de cambiar”, sigue contando.

Para eso, según Pérez, es necesario que este trabajo continúe su cauce por fuera del recinto educativo.  “Es importante, por ejemplo, que se cree una fotogalería, que se instale un cine, un teatro, una piscina, que haya espacios para la juventud, porque la única presencia fuerte que hay acá del Estado es la represiva”, asegura.

Con ese propósito, una segunda pata del proyecto fue la elaboración de una pequeña exposición fotográfica a la entrada del liceo. Las 15 fotos seleccionadas, sacadas por los adolescentes, muestran atardeceres en Playa del Nacional, la Fortaleza del Cerro, plazas, hamacas, dunas. Imágenes que intentan demostrar que Casabó “también puede ser turístico, con lugares hermosos”. Imágenes, desea Pérez, que también contribuyan al largo trabajo de contrarrestar el peso de “la mochila que llevan los gurises cuando van a pedir empleos, porque una cosa es cómo los miran antes de decir que son de Casabó que después”.

Franco Tito, un año menor que su compañera Quiroga, menudo, de tez oscura, resume en una frase lo que dice su profesor, casi en voz baja: “Ya siendo de acá me miran raro, diferente”. También confía que esa imagen cambie.

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