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Quebracho intenta volver a la normalidad tras el drama

En el pueblo sanducero se vive una aparente calma aunque los vecinos no pueden dejar de hablar de las tres muertes que los golpearon en pocos días
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05 de abril de 2018 a las 05:00
La estatua de la Virgen María que está a la entrada de Quebracho parece imitar el tipo de aparente calma que tienen ahora sus habitantes. Al ardiente sol del mediodía solo se escuchan las chicharras y algún camión que pasa a lo lejos. A los pies de la estatua, hay una maceta con unas flores de colores fuertes, pero, si se pone atención, se descubre que son artificiales. Y se observa con más detenimiento aún, detrás de la colorida maceta hay otras dos, con tierra reseca y las plantas totalmente muertas.

"No estamos tranquilos, ni tampoco podemos decir que todo haya pasado", dirá mas tarde el alcalde Mario Bandera, parado en la plaza de la villa, inmune al sol con su pantalón y camisa, y "enloquecido" por la visita y llamados de periodistas, que no pararon desde que corrió la noticia de que Martín Bentancur, el doble homicida de Quebracho, por fin había aparecido y se había quitado la vida.

"El pueblo de a poco se recupera", sintetiza Luis Mendoza, el jefe de Policía de Paysandú. Esa es la conclusión que extrajo luego de una breve visita que realizó este miércoles, en la que contactó con el alcalde, la comisaría y varios vecinos. Aunque en un principio los rostros sonrientes lo escondan, la realidad es que este pueblo, que en realidad es una villa de 2.853 habitantes, convalece aún del peor calvario de su vida: entre el 29 de marzo y el 3 de abril hubo dos homicidios y un suicidio -el de Bentancur- que dio final a la historia en que acabó muerta de un disparo Nelly Goyeneche, su exsuegra, y Juan Carlos Oviedo, el policía que trató de detener el asesinato y no pudo. Todo porque la expareja del homicida, Valeria, con quien tenía una hija, había cortado la relación semanas atrás para continuarla con quien era su amante.

El único antecedente de una tragedia así en Quebracho fue un femicidio -que entonces no se lo identificaba como tal- ocurrido hace más de 40 años, según recuerdan los vecinos más veteranos, tirando una mano para atrás, entrecerrando los ojos y rascándose la nuca. "Sí, 40 añospor lo menos", rememoran.

Mendoza, midiendo sus palabras, evitando hacer más declaraciones, insiste con su idea: el pueblo, repite, se recupera "de a poco". Y no habla más, porque considera que fue suficiente la conferencia de prensa que brindó el martes, en la que detalló todos los pasos que dio Bentancur mientras estuvo prófugo y los pormenores por los que atravesó antes de dispararse en el pecho a las 6.30 del martes 3, dejando varios mensajes de arrepentimiento y perdón para su familia, Valeria, su hija y algunos amigos.

Los vecinos, que desde entonces no tienen tópico de conversación más importante, coinciden con Bandera en que las heridas aún están abiertas, pero sobre todo se adhieren a la frase de Sirley Guillermo, la dueña y figura detrás del mostrador del Bar y Comedor, el primer boliche que recibe a todos los visitantes: "Hay heridas, sí, pero algunas sanan y otras no tanto", dice.

Las del segundo tipo se entiende enseguida: son las que carga en este momento la familia de Bentancur, a pocas cuadras de allí. Ellos tratan de seguir una receta muy común para combatir los golpes traumáticos: continuar viviendo, como si nada hubiera pasado.

Eso intentó hacer el padre esta mañana, "El gordo Bentancur", cuando salió de su vivienda de la desierta avenida que ingresa en la ciudad y fue a comprar provisiones al boliche de Sirley. "Estaba bien, de buen humor, y compró de todo -cuenta Sirley-. Y hasta hizo chistes y todo".

La vivienda de la familia, cuando el sol de abril parece de mitad de enero, permanece cerrada, como si estuviera igual de deshabitada que la casa fatal en que vivía Nelly -la primera víctima- con sus hijas. La madre murió de un disparo en la cabeza en la madrugada del miércoles 28, y sus hijas, entre ellas Valeria -con la hija que tuvo con Bentancur-, viven en Paysandú, en una casa asignada por la Justicia, quien mantiene la tutela decretada desde ese día para protegerlas.Pero sobre las 16, cuando el sol se hizo más tolerable, algunas sillas de playa comenzaron a desplegarse en el patio. Y allí se sentó "El Gordo", de pelo largo y canoso, vestido con pantalones cortos y una camisa desabotonada, acompañado de dos familiares y su esposa. La rabia que tiene es incontenible, empezando con los medios de comunicación, "que llegaron con cámaras desde el primer día", haciendo preguntas impertinentes, cuenta, y violando la privacidad de su familia. "Son todos unos sinvergüenzas, los tuve que echar, ¡venían de a montones!", grita. Pero el verdadero rencor es más profundo y no es con los forasteros, y larga la frase con la que da por concluida la frustrada entrevista, contraviniendo la orden que dio su esposa -la madre de Martín- de callarse la boca: "Le llenaron la cabeza al pobre gurí, hasta que explotó en mil pedazos. ¡Es una injusticia!", vuelve a gritar.

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