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Quién es el hombre que –después de dos derrotas– se encamina a ser el presidente electo de los mexicanos

Las caídas y el ascenso del candidato Andrés Manuel López Obrador
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01 de julio de 2018 a las 20:00

También vamos a ganar la península de Yucatán. Hoy fue la locura en Cancún, Mérida y Campeche. Mañana Tuxtla, Villahermosa y están invitados al cierre en el Estadio Azteca.

Ricardo Anaya
New York Times News Service


Andrés Manuel López Obrador volteó hacia la marea de camisetas color vino tinto y rojo y seguidores que ondeaban banderas en una plaza de Guadalajara. Nunca antes lo había recibido allí tanta gente. En sus campañas presidenciales anteriores, muchos habitantes de la acaudalada capital de Jalisco lo habían rechazado porque consideraban que su plataforma de izquierda era demasiado radical. Pero esta vez (cuando faltaban pocos días para las elecciones mexicanas más importantes en décadas) los aplausos con los que fue recibido reflejaban un giro en todo el país, y la habilidad que ha tenido López Obrador para aprovecharlo.

A medida que la corrupción y la violencia desgastan la paciencia de los mexicanos, los votantes han volteado hacia López Obrador, un rostro reconocible que ha sido dos veces candidato a presidente y alguna vez organizó un plantón de varios meses en Ciudad de México tras perder por un margen mínimo, rehusándose a aceptar la derrota.

Presumiendo de una conexión profunda con los pobres, construida durante una década de visitas a casi todos los municipios del país, ha logrado afianzar una ventaja considerable para las elecciones del domingo.

Si se cumple lo pronosticado en las encuestas, López Obrador —quien ha prometido que venderá el avión presidencial y que convertirá la residencia presidencial en un parque público— podría tener un triunfo aplastante, lo que ubicaría a un líder de izquierda a cargo del segundo país más grande de América Latina por primera vez en décadas.

Las persistentes tasas de pobreza y una gran desigualdad, sumadas a una serie de escándalos de corrupción y un aumento de la violencia en los últimos años, han impulsado a los votantes hacia López Obrador, quien ocupó un cargo público por última vez en 2005, cuando era jefe de Gobierno de Ciudad de México.
Ahora, López Obrador podría enfrentar a un presidente estadounidense que ha llevado las relaciones con Estados Unidos a su nivel más bajo en la historia de los últimos años.

A pesar de las actitudes duras y de confrontación que ha tenido, López Obrador ha sido sorpresivamente moderado en el tema del presidente Donald Trump, al asumir una postura pragmática que suena muy similar a la del poder establecido que él tiene la esperanza de derrocar.

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López Obrador se ha ganado varias comparaciones con Trump. Ambos hombres fustigan a sus críticos y a quienes perciben como enemigos. Ambos sospechan de la prensa y ponen a prueba su poder. Un sentido de nacionalismo y de nostalgia por un pasado perdido son parte central de sus plataformas y de su atractivo.

No obstante, allí donde Trump reacciona como político de derecha, López Obrador se apega a la izquierda. Y a pesar de que Trump ha convertido a México en uno de los blancos favoritos de sus ataques, López Obrador describe el Tratado de Libre Comercio de América del Norte como una parte vital del sustento de México.

Durante gran parte de su carrera, López Obrador se ha enfocado en dos temas principales: pobreza y corrupción, flagelos nacionales que él considera como inseparables. Para las masas en México, ambos pilares de su plataforma son poderosamente atractivos.

López Obrador se ha comprometido a elevar las pensiones para los adultos mayores y las becas de estudio para los jóvenes. Promete disminuir los salarios de los altos funcionarios del gobierno, incluido el suyo, y aumentar en cambio los salarios de los servidores públicos peor pagados. Sobre todo, asegura que combatirá la corrupción y que usará las decenas de miles de millones de pesos al año que se ahorrarán para pagar los programas sociales.

López Obrador cosecha las recompensas de los errores de Peña Nieto. Él afirma que puede ahorrar 20.000 millones de dólares al año al atacar la corrupción, una cifra que esgrime en discursos pero cuya fuente es incierta.
Las posturas de López Obrador prácticamente no han cambiado desde la época en que era un joven organizador de comunidades indígenas en su estado natal, Tabasco.Lo que ha cambiado es el clima político de México.

Las persistentes tasas de pobreza y una gran desigualdad, sumadas a una serie de escándalos de corrupción y un aumento de la violencia en los últimos años, han impulsado a los votantes hacia López Obrador, quien ocupó un cargo público por última vez en 2005, cuando era jefe de Gobierno de Ciudad de México.

Además de eso, los jóvenes, que se espera representen alrededor del 40 por ciento del voto en esta elección, se han inclinado ampliamente por él, quien, a los 64 años, es el candidato de mayor edad en la contienda.

Tanto en estilo como en su discurso, él transmite austeridad. Vive en una modesta vivienda de dos pisos, viajó en clase económica a sus eventos de campaña y solo posee un puñado de trajes. No obstante, detrás de la humildad de su enfoque hay una ambición compleja y tenaz por remodelar a México.
Las perspectivas electorales de López Obrador deben tanto al actual presidente, Enrique Peña Nieto, como a su lenguaje populista y a las promesas de ir contra los poderosos.

La gestión de Peña Nieto ha estado marcada por la corrupción. Después que se reveló que su esposa había comprado una residencia de lujo con un enorme descuento de parte de un contratista del gobierno, una investigación federal lo exoneró de cualquier ilícito.

Ahora, López Obrador cosecha las recompensas de los errores de Peña Nieto. Él afirma que puede ahorrar 20.000 millones de dólares al año al atacar la corrupción, una cifra que esgrime en discursos pero cuya fuente es incierta.

Pocas personas pensaron que un líder de izquierda podría tomar el timón de México —país que permanece como una nación católica y muy conservadora para los estándares de América Latina—.No obstante, López Obrador ha logrado reunir un amplio movimiento que incluye a sindicatos, conservadores de extrema derecha, grupos religiosos, personas de la izquierda tradicional y algunos de los mismos funcionarios manchados por la corrupción contra los que arremete cada uno de sus días.
Ante los críticos, su cruzada es representativa de los peligros que podría traer la presidencia de López Obrador. Algunos temen que simplifique demasiado el problema de los sobornos y la tarea de erradicarlos, así como el precio de sus grandes ambiciones.

Esos mismos críticos señalan que, cuando gobernó Ciudad de México, fue incapaz de erradicar la corrupción a pesar de su amplia popularidad.

Tanto en estilo como en su discurso, él transmite austeridad. Vive en una modesta vivienda de dos pisos, viajó en clase económica a sus eventos de campaña y solo posee un puñado de trajes. No obstante, detrás de la humildad de su enfoque hay una ambición compleja y tenaz por remodelar a México.
Al referirse a los problemas de México, López Obrador a menudo divide el mundo en dos: los buenos contra la élite que le ha robado al país la igualdad y la justicia.

Ha confrontado abiertamente con los medios en México, al acusarlos de su corrupción y parcialidad. Su enojo es para muchos una señal de una característica preocupante: una incapacidad para recibir críticas.
Muchos de los activistas anticorrupción más prominentes del país temen que llegue a la presidencia; les preocupa que su incipiente movimiento quede fuera de la discusión.

López Obrador, esencialmente, ha estado en campaña a tiempo completo durante más de una década; y su partido, Morena, está construido por completo alrededor de su imagen. Ahora, Morena se encuentra a punto de dar un vuelco a la política en México, que dejaría a los partidos más antiguos al borde de la ruina.

Pocas personas pensaron que un líder de izquierda podría tomar el timón de México —país que permanece como una nación católica y muy conservadora para los estándares de América Latina—.No obstante, López Obrador ha logrado reunir un amplio movimiento que incluye a sindicatos, conservadores de extrema derecha, grupos religiosos, personas de la izquierda tradicional y algunos de los mismos funcionarios manchados por la corrupción contra los que arremete cada uno de sus días.

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¡Gracias, gracias, gracias! De todo corazón.

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Mientras algunos consideran su cercanía con los sindicatos y con la extrema derecha como contradictoria, otros ven las alianzas como evidencia de su lado pragmático.

Como jefe de Gobierno de Ciudad de México mantuvo límites estrictos en el gasto y trabajó junto al sector privado, incluido el magnate de las telecomunicaciones Carlos Slim, para renovar el centro histórico de la ciudad.

Cuando dejó el cargo, López Obrador gozaba de cerca del 80 por ciento de índice de aprobación. La presidencia, en ese momento, no se veía tan lejana. Fue derrotado por menos del uno por ciento de los votos en la elección de 2006.

Perdió de nuevo en 2012, por una diferencia mucho más amplia. Sin embargo, López Obrador continuó construyendo su coalición y se preparó para una nueva contienda.

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