El Liceo 67 de Piedras Blancas fue inaugurado en 2019 y su fachada luce roturas

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Rescate en bicicleta y alumnos solos: cómo se explica el liceo con peor resultado de Montevideo

Un subdirector que rescata en bicicleta a una alumna de una boca de pasta base. Un niño que no conoce el pabellón patrio. Robos, asaltos, clases interrumpidas por balazos. Un sistema que castiga a estudiantes o docentes que deben lidiar con todo eso.
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30 de octubre de 2022 a las 05:00

El auto de Google no pasó por la puerta del Liceo 67, en la calle Zelmar Riccetto A diferencia de casi todas las demás calles de Montevideo, la calle Riccetto, en Piedras Blancas, no se puede recorrer desde la computadora. El edificio, nuevo, moderno, que podría perfectamente ser el de un colegio privado caro, alberga al liceo “con peor resultado” de Montevideo. Así fue presentado el Liceo 67 en un artículo de El País en 2021. Mientras otros tenían apenas el 0,5% de reprobados, este liceo público llegaba al 34,9%.

Averiguar por qué el 67 tiene los peores resultados según el Monitor Educativo no es sencillo. El liceo no tiene director efectivo. La directora interina Mónica Martínez dijo que consultó a la Inspección de Secundaria respecto a si podía hacer declaraciones y la respuesta fue no. La dirección interina del liceo comunicó esa negativa a los docentes, por lo cual muchos tampoco quisieron hablar. “Las autoridades del liceo me recuerdan que no podemos brindar información del liceo o de los estudiantes”, dijo el profesor Pablo Pierrotti, uno de los referentes del plantel docente.  Al mismo tiempo, el núcleo de profesores sindicalizados decidió dar solo una respuesta colectiva a este reportaje, e instruyeron a los docentes afiliados a la Federación Nacionales de Profesores de Enseñanza Secundaria (Fenapes) a no dar entrevistas individuales. Por esa razón, otros profesores también se negaron a hablar. 

Volver al norte

El 67 es un liceo de tiempo extendido: sus 498 estudiantes, además de la currícula oficial tienen talleres opcionales –cocina, huerta, candombe, zumba, turismo, maquillaje y robótica- que completan un doble horario. El edificio actual es nuevo, rodeado de un amplio espacio verde, estrenado en 2018 e inaugurado oficialmente en 2019. El tamaño de la construcción y su arquitectura moderna resaltan en un barrio de casas pequeñas, levantadas a pulmón y de líneas imperfectas.

La entrada al 67 está sobre la calle Riccetto, que hasta 2016 ni nombre tenía. Ricceto fue un poeta minuano que, por azar del destino, vino a ser homenajeado en un barrio pobre de Montevideo, sin paisajes ni serranías. 

Kevin, Mateo y Camila no se quedaron a los talleres optativos. Es mediodía y están en la parada del ómnibus, en la esquina de Riccetto y Pittamiglio. Frente hay una cooperativa de viviendas con medidas de seguridad reforzadas y un pequeño kiosco con un cartel que reza: “No se aceptan billetes pegados con cinta”.

Kevin no asiste a los talleres porque quiere ser futbolista. Practica en las inferiores de un club de primera división y elige ir a entrenar. Mateo, en cambio, no tiene muy claro a qué quiere dedicarse. “Salgo en carnaval”, dice. “Baila bien”, lo apoya Kevin. A Camila le gustaría ser enfermera.
Los tres coinciden en algo. El problema no es el liceo, sino su entorno. A Camila ya le robaron el celular a metros de la puerta, en Riccetto y Capitán Tula. Le apuntaron con un arma. Eran adolescentes como ella.

Los tres dieron sus verdaderos nombres y apellidos para esta nota. Pero por una cuestión de seguridad, lo mismo que en todos los demás estudiantes que aparecen en el reportaje, se optó por alterar los nombres y omitir los apellidos y otros detalles identificables, como el nombre del club donde “Kevin” acuna sus sueños de llegar a triunfar en el fútbol.

Otro día a la misma hora. Tres chicas de 14, todas de tercer año, se van porque faltó la profe de literatura. Caminan por Riccetto, cruzan Pittamiglio, toman camino Rinaldi y luego la calle Rafael. Prefieren no decir sus nombres. Siempre se juntan para evitar andar solas por el barrio. A una de ellas ya la asaltaron a plena luz del día: le sacaron teléfono y mochila. “Yo los conocía a los que me robaron, ellos también venían al liceo”.

Es de un departamento del norte del país y quiere volver. “Allá es mucho más tranquilo. El otro día en mi cuadra mataron a dos muchachos; salió en el informativo”. Fue una noticia del 31 de agosto. En la noche del 30 dos jóvenes de 17 y 18 años fueron acribillados a balazos y aparecieron tirados a pocas cuadras de donde ahora estamos caminando. “Quiero volver y entrar en el cuartel. En mi familia la mitad son soldados y la mitad policías. ¡Allá dormíamos con la puerta abierta!”.

Gallos de riña

Para darle una oportunidad a chicos como esta joven norteña, el Estado uruguayo hizo una gran inversión. En la construcción del nuevo edificio del Liceo 67 se invirtieron más de $72 millones, más de US$ 2,2 millones en abril de 2019. El centro de estudio tiene un área de 1.910 metros cuadrados construidos y otros 1.815 de espacios exteriores. Dentro hay diez aulas, dos laboratorios, sala de informática, biblioteca, salón de uso múltiple, ascensor, cantina, comedor, además de bedelía y oficinas. Afuera: canchas de deportes y huerta. Un comunicado de la ANEP lo festejó así: “Piedras Blancas celebró alborozadamente - con una multitudinaria fiesta- la inauguración oficial del flamante local del Liceo Nº 67, un auténtico centro de referencia que cotidianamente articula el trabajo colectivo de la comunidad educativa con las familias y los pobladores de la zona, en clave de inclusión e integración social”.

Pero el esfuerzo en favor de “la inclusión y la integración social” ha chocado desde el primer día con otras fuerzas que empujan en sentido contrario.

María José Guerra fue la primera directora del 67 en su nuevo local. Estuvo en el cargo entre 2018 y 2020, hasta que lo dejó porque el estrés le había dañado la salud y la vida familiar. Hoy es directora del Liceo 18, a metros del Parque Posadas. No tiene problema en contar su experiencia. No le preocupan las prohibiciones de la inspección ni las restricciones del sindicato. “Todos tienen pánico de hablar con la prensa. Terror. Pero hay que hablar de estas cosas”.

Para Guerra, los problemas del barrio juegan un papel central en los malos indicadores del Liceo 67, pero también inciden defectos propios del sistema educativo. Ella inauguró el nuevo local bajo una lluvia de piedras de vecinos que no querían al liceo en esa cuadra. Una de sus primeras gestiones fue la de pedirle a la Intendencia que un ómnibus cambiara de recorrido para pasar por la puerta del liceo. Porque caminar las diez cuadras que separan al 67 de la avenida Belloni era un problema. “El ómnibus paraba lejísimos y a los chiquilines les sacaban los celulares, hasta la ropa… y la cambiaban usted ya sabe por qué”, relata Guerra. En el barrio abundan las bocas de venta de pasta base. Pero el reclamo para acercar el ómnibus fue desoído durante cuatro años y recién se concretó recientemente. 

Me habían autorizado a que la salida más tarde fuera a las 6:25, pero en invierno ya era noche cerrada. Se te caía todo saliendo a esa hora. A los gurises que venían a educación física –el liceo tiene una cancha preciosa- les sacaban los championes en la calle. Venían las madres y me decían: yo prefiero que pierda el año y no que lo lastimen, así que no lo voy a mandar más. Todo el mundo quería tener educación física al mediodía, pero no me daban las horas para todos los grupos”.

La foto muestra más roturas en la fachada del liceo

Guerra tiene muchas historias de su pasaje por el 67. “Teníamos un laboratorio divino. Ceibal nos proporcionó unos microscopios que nadie más en Secundaria tiene y que logran ver cosas extraordinarias.  Acá, en el 18, no tengo microscopio. Allá tenía de alto poder, y también impresoras 3D y una cantidad de ceibalitas. Un día una profesora vino con un ataque de nervios: ‘Se llevaron una computadora de Ceibal”. Empezamos a averiguar con una psicóloga que era de la zona y dimos con uno que sabía quién se había robado la computadora. Lo llamamos y dijo que sí, que había sido él y que la había cambiado por un gallo de riña. ‘Tienes que conseguirla, tenemos que recuperarla’, le dije. Era increíble. ¿Vos podés creer que alguien hoy diga que cambió una laptop por un gallo de riña? Consta en las actas del Consejo Asesor Pedagógico”.

Aquella computadora fue recuperada, pero los problemas siguieron. Guerra se vio desbordada con los robos del tejido perimetral del liceo.

“Comenzó una racha impresionante. Y eso que tenía guardias, pero no se animaban a salir, porque empezaban a los tiros. Yo no podía más. Me llamaban a las 4 de la mañana para decirme que estaban robando el tejido, y yo salía para el liceo. Tenía líos en casa, con mi marido, era todo muy intenso… me dio una chiripiorca mental…”

Jorge González, subdirector entre 2018 y 2019, hoy en ese cargo en el Liceo 54, también debió renunciar por problemas de salud derivados del estrés. “Me fui, porque me costó mucho, son cosas personales… Fue mucha dedicación, mucho tiempo invertido, mis hijos más chicos se criaron adentro de mi camioneta… Era llegar al liceo y ver a una madre llorando diciendo que su hija no venía clase porque andaba por ahí. Y yo agarraba prestada la bicicleta de algún estudiante y sacaba a la gurisa de adentro de la boca. Subía a los chiquilines a la bicicleta y volvíamos juntos al liceo”.

La bandera de pañuelo

Muchos de los estudiantes del Liceo 67 han crecido viviendo experiencias similares, violentas y cotidianas. También padecen la pobreza y falta de alimentación. La respuesta pedagógica, entonces, no puede ser la misma que en otros liceos, sostiene la directora Guerra.

“Los problemas que arrastran los chiquilines se notan sobre todo cuando escriben. Vienen de hogares con muchos hermanos, muchos son consumidores de sustancias o crecieron con carencias alimenticias. Hay una cantidad que no pueden sostener la atención, ni siquiera la presencia en el aula, durante 40 minutos, tampoco 30. Es una condición sociopsicológica llamada excitación psicomotriz. No se pueden quedar quietos, necesitan pararse, o ejercer la violencia verbal o física. No es raro que alguno haga una crisis de nervios o un ataque de pánico. Hay muchísimos que no saben normas de educación: no saben que hay que decir buen día, ni pedir permiso para ir al baño. Entonces se levantan y se van. Cuando el profesor les pregunta ‘a dónde vas’ y responden de mala manera y se arma todo un revuelo. Y ya la clase no se da”. 

Guerra recuerda una vez que uno de los chicos se sonó la nariz en el pabellón nacional. “Cuando lo llevé a la dirección y le pregunté si sabía lo que había hecho, no tenía noción: no sabía lo que eran los símbolos patrios. Era como si no hubiera pasado por la escuela. Vivía más allá del bien y del mal, con total naturalidad. Es triste porque ellos creen que son impunes y libres, pero son rehenes de la ignorancia de sus familias. Están devastados”.

La directora reclama que todo esto se tome en cuenta, que no se trate a todos los liceos como iguales.  

“En un liceo con este contexto hay que reforzar los cargos estables: en lugar de dos adscriptos tenés que tener cuatro”, sostiene. Esos adscriptos adicionales son necesarios, explica, para atender a aquellos que por un motivo u otro saldrán del aula. Y para solucionar los problemas que seguro van a surgir.

“Yo se lo dije a la inspectora: necesitamos dos cargos estables para la mañana y dos para la tarde. Entonces cuando los gurises no se sostienen en la clase, salen con una actividad, salen a trabajar con uno de esos docentes, por ejemplo en un ejercicio de matemáticas. Pero como no hay un profesor que los reciba, generalmente todo termina en que su profesor los suspende. Como no hay quien los contenga, se los castiga. Y los castigos los terminan expulsando. Eso es lo que pasa. Y esas son las repeticiones que se ven: porque estuvieron más días suspendidos que yendo a clase”. 

Las suspensiones, según Guerra, tampoco surten efecto. “Ellos no saben lo que es ser duro. No los calmás con rezongos ni con desprecio. La única manera de calmarlos es con amor. Mano a mano esos gurises siempre son buenos. Pero si los enfrentás, redoblan el enojo”.
Sin el suficiente personal, a veces se desencadenan hechos de violencia dentro del propio liceo. “Siempre hay alguien que quiere empezar una pelea, pero yo las evito”, dice Mateo, un alumno de segundo que también quiere ser futbolista y juega en las inferiores de otro club de primera división. “Yo estudio para que me vaya bien en el fútbol. El club me lo exige, nos piden el carnet”.

El subdirector González recordó que era frecuente que los alumnos golpearan y rompieran los paneles que revisten las paredes exteriores del edificio. Muchas veces tuvo que llamar a los padres o tutores para que se hicieran cargo. Hoy varios de esos paneles están rotos, lo mismo que uno de los tableros de la cancha de básquet.

Comunicado del liceo a las familias sobre atención móvil y policlínica

El núcleo sindical de Fenapes coincidió con el reclamo de más adscriptos y profesionales: “Reclamamos la creación de un cargo de adscripción para el turno matutino ya que hoy contamos con dos adscriptos que deben de atender alrededor de 300 estudiantes, lo que hace imposible el trabajo cuerpo a cuerpo que se requiere”, dijeron en un comunicado enviado como respuesta a las inquietudes de este reportaje. “Exigimos además un aumento en horas y cantidad de personas en el equipo multidisciplinario ya que es muy complejo dar respuestas a las diferentes situaciones de gran vulnerabilidad que se viven día a día”.

El equipo multidisciplinario tiene hoy solo una psicóloga y una educadora social. “No es suficiente”, dijo Tabaré Borges, profesor y referente del núcleo sindical.

Además, según el sindicato, algunas medidas tomadas por el gobierno, como eliminar las horas de tutorías, agravaron el problema. “La pandemia generó un aumento y escalada en los índices de pobreza, desempleo y crisis alimentaria. El liceo intenta dar respuestas a todo este panorama de situaciones cada vez más complejas con recursos económicos y humanos cada vez más magros”.

De momento, el pedido de reforzar estos cargos no ha sido atendido. La directora de Secundaria Jenifer Cherro dijo que se comunicaría para concretar una entrevista, pero eso finalmente no ocurrió.

El problema no es solo del 67. “Hoy en el Liceo 18 tengo más de 20 estudiantes que están viviendo en hogares del INAU, y una sola psicóloga para ellos y para los otros 780 estudiantes”, relató Guerra. “Se necesita más gente, más aún en un liceo como el 67. Pero gente elegida con un perfil. No como pide el sindicato, todo según el escalafón, según el cual elije primero el más viejo y más antiguo. Si hacés eso, la quedaste. Todo el mundo se llena la boca con la reforma educativa, pero estos son los temas que hay que discutir”.

Buñuelos de diente de león

Otra pata del problema está dada por cómo se conforma el plantel docente. 

No existen incentivos económicos ni académicos para tomar horas en un liceo donde seguro habrá problemas y se estará expuesto a los dramas de la inseguridad. El 26 de julio, por ejemplo, varios balazos atravesaron los ventanales del Liceo 67. No hubo un muerto de milagro. Al menos cuatro proyectiles impactaron en el edificio. 

Si la moderna sede del Liceo 67 bien podría ser el de cualquier colegio privado caro, los dos policías que hay en una garita a la entrada y los otros dos que hay en el luminoso hall principal son un recordatorio inequívoco de que éste no es un liceo más.

“Yo puedo dar la certeza de que me desesperaba por conseguir profesores y no conseguía. Me desesperaba”, relató Guerra. “Nadie quiere ir, porque tienen terror por el medio social en que está el liceo. No conseguía profesores de física ni de inglés, porque son materias deficitarias. Acá en el 18, tengo seis grupos de tercero sin profesor de física y no estamos en una zona complicada. Los chicos no tienen clase todo el año y después la Inspección les da por aprobado el curso. Cuando estuve en el liceo de Aiguá nunca conseguí profesor de química. Y los chiquilines pasaron a quinto biológico y sexto de medicina, sin nunca haber tenido química. Es dramático, porque después es muy fácil decir que los chiquilines no saben razonar en ciencias. ¡Y claro! ¡Si nosotros no se lo damos!”.

Hoy varios grupos del liceo 67 no tienen inglés. La docente está de licencia por maternidad desde hace meses y no ha sido posible conseguirle un suplente. Son clases que se perdieron y se siguen perdiendo en forma irremediable.

“En algunas materias no se consiguen profesores. No es solo un problema del 67, pero está agudizado porque la gente no quiere trabajar en un liceo tan estigmatizado”, remarcó Guerra.

También está el tema de las aptitudes que hay que tener para estar al frente de un aula complicada en un liceo complicado. El plantel docente debería tener determinadas condiciones profesionales y una fuerte vocación, para afrontar una tarea que es más compleja que en otros lados. Pero el reglamento no toma en cuenta perfiles ni aptitudes. Rige la fría letra que indica que los más antiguos eligen primero. 

“La gran mayoría está en el 67 porque no tiene más remedio”, sentencia Guerra, quien dijo haber sufrido con docentes que no tenían la más mínima empatía con esos adolescentes. “Hay profesores que son muy buenos en el Crandon, donde capaz que a los chiquilines los padres les enseñaron que tienen que callarse cuando el adulto habla. Pero no sirven en el 67”.

“No se buscan perfiles en Secundaria. El sindicato lo resiste porque teme que las decisiones sean discrecionales. Nadie confía en nadie. Habría que tomar en cuenta aptitudes y vocaciones, pero si elegimos así, el sindicato nos mata. Hay un escalafón docente, maldito, que hace que le plantel cambie todos los años y se pierda gente de calidad porque ese puesto fue elegido por algún burócrata que solo piensa en jubilarse”.

El subdirector González remarca, además, la imposibilidad de crear un plantel estable, adecuado a lo que se necesita. “Un gran problema es que los equipos que funcionan, en su gran mayoría, se disuelven por diferentes motivos. Son pocos los que se mantienen en los centros educativos. Los directores y subdirectores no tenemos la potestad para mantener los equipos de trabajo, así como tampoco podemos disolverlos cuando no funcionan”. 

Por supuesto que existen profesores que sí eligen enseñar en Piedras Blancas. Guerra se llena de orgullo al hablar de tres docentes que integraron su plantel en el 67 y que allí siguen allí, contra viento y marea, por elección propia: Pablo Pierroti, María Pallas y Gimena Bertolotto. “Trabajan divino, son excelentes para sostener la atención de los chicos, sin bajarse de su postura de tratar de enseñar de verdad”.

Como ya fue dicho, Pierrotti no quiso hablar por no tener autorización. Este profesor de geografía dicta también el taller de turismo. Año a año, en cada Día del Patrimonio, sus estudiantes ofician de guías turísticos en una excursión por los lugares de interés del barrio, que también existen. Se recorre desde la quinta de Batlle y Ordóñez al ex cine Piedras Blancas. Se aprende a partir de los nombres de las calles. Conocen así historias a emular, refuerzan su autoestima y su sentido de pertenencia. Han guiado incluso a turistas chinos.

Con Pallas tampoco fue posible conversar, en este caso por indicación del sindicato. La profesora respondió a un primer mensaje señalando estar “encantada de hablar” de su trabajo. Un par de días después envió un mensaje opuesto afirmando que no lo haría debido a una decisión sindical.

Bertolotto sí accedió a conversar. “Yo viví en Piedras Blancas –dijo- y es importante ayudar a estos muchachos a cambiar su vida”. Es profesora de química, pero dicta física y trabaja en el taller de huerta. Intenta vincular una cosa con la otra mediante proyectos, para interesar más a los chicos y ayudarlos a aprender a resolver problemas. Por ejemplo, han aprendido a usar el diente de león -una planta muy común casi siempre tomada por yuyo- en infusiones y recetas de buñuelos.

Bertolotto se ha llenado de alegría al encontrase en la calle a exalumnos que están estudiando una carrera. Y también ha sentido la desazón de ver a otros que han caído en las adicciones tan frecuentes en el barrio. 

John Alzamendi es profesor de historia, nuevo en el liceo 67. Lo primero que le dijeron sus colegas es que no se le ocurriera caminar las diez cuadras que separan al liceo de camino Belloni. Luego se fue enterando de otros datos: aquel chico fue abusado; aquel otro es hijo de uno que es alcohólico y tenía una boca de pasta base, aquel otro…

“Son chicos que necesitan mucho afecto, comprensión, que necesitan un empuje. Es un barrio con muchas problemáticas…”, dice Alzamendi, que se muestra feliz de estar participando de la tarea de empujar donde tanta falta hace. 

Otra profesora, que por temor pidió que no se publicara su nombre, señaló que le encanta su trabajo por la calidez de los chicos. “Vienen y te cuentan sus historias, necesitan hablar, que alguien los escuche. Y son súper agradecidos con todo lo que uno les da”.

Majo y su amiga Belén, que tiene mechones de pelo pintados de colores y no quiere decir su apellido, están en cuarto. Son muy jóvenes, adolescentes, pero ya son veteranas en el 67. Sobre el liceo y sus profesores, no tienen ninguna queja; al contrario, son solo elogios.

“El trato es excelente, los profes son muy compañeros con nosotros, se nota que se preocupan mucho por los que nos pasa”, dice Majo. “No solo adentro de la clase sino también afuera del liceo”.

Cuentan del caso de una compañera de clase que vivía en una familia donde la violentaban y gracias a los docentes pudo ser rescatada y llevada a un hogar. También estuvieron el día del tiroteo. Estaban en clase de filosofía cuando un balazo rompió la ventana. 

“Salimos al hall y todos los profes trataron de tranquilizarnos”, recuerda Majo. “En los días siguientes, tuvimos ayuda de psicólogos”, agrega Belén.

Ya están pensando dónde cursarán quinto y sexto. Ellas quieren continuar estudiando y les encantaría poder seguir haciéndolo juntas en el Liceo 67, al que quieren más allá de problemas y estadísticas. Pero por ahora el liceo solo ofrece hasta cuarto año.

Belén quiere ser cirujana; Majo profesora de historia y de educación cívica.

Ahora ambas caminan hacia el liceo. Pasan frente a la garita policial y entran. En el hall hay dos policías y también un gran cartel, pintado por alumnos y profesores con letras de colores.

Dice: “No soy lo que me ha pasado. Soy lo que decido ser”.

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