Firme, pragmático y solidario. Humilde en recursos técnicos pero opulento en su entrega y convicción, Uruguay tuvo la gran virtud en el Mundial de Sudáfrica de meterse entre los cuatro mejores del mundo sin comulgar con las ideas en boga del fútbol de aquellos años.
Sí. La irrupción del modelo de Pep Guardiola en Barcelona, a partir de 2007, le impuso al fútbol de elite un nuevo norte. El juego de posesión y posición, las formas ofensivas y la presión alta desde un patrón dominante de sistema táctico de 4-2-3-1.
Y ahí quedaron entre los cuatro mejores la España de Vicente Del Bosque, sostenida por la columna vertebral del Barça, la Holanda del pase corto de Wesleij Sneijder y la explosión por banda a pierna cambiada de Arjen Robben y la nueva versión de Alemania, la de Joachim Löw.
Contra esas propuestas se paró el Uruguay de las respuestas. El que llegó con una versión de tres defensores ya archivada por las potencias y la caduca figura del enganche (Ignacio González solo duró 63 minutos en el Mundial) para cambiar y adaptarse rápidamente a lo que más le convenía.
A partir del segundo partido, con Sudáfrica, Uruguay sostuvo su firmeza defensiva en un sistema de cuatro defensores y un doble 5 que trabajó en todo el Mundial con una sincronía perfecta no solo en la contención sino también a la hora de dar el paso al frente, arpón en mano, para tirar la presión sobre campo enemigo (¿recuerdan el quite del Ruso Pérez a Bastien Schweinsteiger para el primer gol mundialista de Edinson Cavani?).
Diego Forlán se encargó del resto. “No recuerdo a ningún jugador tan influyente como Diego Forlán en ese Mundial ni en los siguientes que vi; fue increíble”, dijo a Referí Álvaro Fernández quien sumó minutos desde el banco ante Sudáfrica y México y que fue titular ante Ghana en cuartos de final saliendo en el entretiempo.
Óscar Tabárez logró en ese Mundial que cada jugador rindiera al tope de sus posibilidades. Y fue así cómo no solo se vio la mejor y descomunal versión de Forlán sino también la de Lugano, Victorino, Maxi Pereira, Fucile, el Ruso Pérez, Arévalo Ríos y Palito Pereira.
Fernández explicó que parte del secreto del éxito estuvo en el búnker celeste: Kimberley. “Era una cuidad súper linda y tranquila donde nos sentimos como en casa, en familia y eso nos potenció a dar mas de lo que podíamos dar. Los resultados fueron el fruto de nuestra convivencia y nos lo merecíamos por haber sufrido tanto las Eliminatorias. Por eso fuimos con la mentalidad de disfrutar del Mundial”.
Andrés Scotti, quien entró para cerrar el 1-0 ante México y saltó al campo de juego a los 38’ contra Ghana por lesión de Lugano, coincidió en que la Eliminatoria fortaleció al grupo: “Como grupo se llegó a ese pico de rendimiento tras una clasificación dura que nos enseñó y nos hizo fuertes como colectivo”.
“Llegamos a Sudáfrica con la ilusión y la expectativa de ser una selección fuerte, capaz de hacerle difícil un partido a cualquiera y también fuimos a disfrutar del privilegio de poder representar a Uruguay”, agregó Scotti que tenía 34 años y defendía a Colo Colo.
Tanto Fernández como Scotti fueron protagonistas del partido que más marcó a la selección en décadas: el 1-1 contra Ghana y el triunfo 4-2 en los penales.
"En los días previos el entrenador empezó a probarme a mí y a Palito y quedó claro que iba a jugar uno u otro. El día previo me di cuenta y después de la práctica Mario Rebollo me lo confirmó y me dijo que hiciera lo mío y que jugara tranquilo", recordó.
Tabárez, fiel a su estilo de conducción de no sobrecargar la carga emocional de sus jugadores, no tuvo palabras previas con Fernández que se ganó su lugar en la selección tras un notable pasaje por Nacional.
“A mí me quedó un sabor agridulce porque tuve que salir en el entretiempo, pero la sensación de ser titular y cantar el himno es única”, dijo Fernández que entonces jugaba en Universidad de Chile y tenía 24 años.
“A mí me mandaron a calentar cuando se lesionó la Tota que estaba que salía y no salía”, dijo Scotti.
“Cuando repitieron el partido en los canales de aire, hace un tiempo, lo volví a ver y me di cuenta que fuimos superiores, tanto en la propuesta como en el dominio del juego ”, agregó.
Scotti no se dio cuenta de que el foul que le sancionaron a Fucile sobre el final del alargue fue inexistente. “En el partido no te das cuenta, el único que lo notó fue Fucile que lo protestó. Y ni siquiera vi la mano de Suárez. Cuando cobró penal pensé que me lo había cobrado a mí y dije: ‘A la mierda, me quiero matar’. Porque tanto yo como Victorino le pusimos una plancha de karateca al que cabeceó la pelota. Me di cuenta que no me cobró el penal a mí cuando echó a Luis”.
"Pero ojo: nadie gritó, nadie se agarró la cabeza, nadie se tiró al piso. Y eso que era el último minuto. No me preguntes por qué, pero había una sensación de que eso seguía", explicó dándole un aire místico a su relato.
Después le llegó el turno de los penales. Esa larga caminata de la media cancha hasta el punto de ejecución.
“Con los años vas laburando más la parte mental para enfocarte mejor en cada tarea. Y en ese momento lo que traté fue de no agregar información extra. Fue algo que me enseñó Daniel Carreño que me dijo que en esa situación hay que evitar pensar en positivo, como por ejemplo imaginar dedicarle el gol a mi hijo en el festejo, porque eso te puede llevar a ser displicente. Pero también evitar pensar en negativo, en la posibilidad de que no lo vas a hacer. Yo solo pensaba que la Jabulani era una pelota complicada y solo quería que no se levante. Por eso tenía que patear fuerte y al medio. Mi carga emocional fue: ‘Vamos que somos tres millones’. Me enfoqué en eso y cuando entró no sabés el alivio que sentí”, recordó Scotti.
Así Uruguay volvió a meterse entre los cuatro mejores del mundo. Después de cuarenta años y nueve mundiales en los que faltó a cinco por no haber podido ni siquiera pasar las Eliminatorias.
Entre 1974 y 2002, Uruguay jugó 14 partidos mundialistas de los que ganó uno (en la hora), empató seis y perdió siete. A partir de Sudáfrica, y de la mano de Tabárez, la celeste ganó nueve partidos, empató dos y perdió cinco. La historia cambió.
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