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Se cumplen 20 años de Gladiador, la película que rescató el cine de "espadas y sandalias"

Aunque su rodaje fue un caos y nadie tenía muchas ganas de estar allí, la película de Ridley Scott se convirtió en un hito de los 2000 y de la televisión por cable
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06 de mayo de 2020 a las 05:02

Ridley Scott tenía un nombre. Y una carrera. En pleno arranque de 1990, el director y productor ya contaba con un puñado de películas por las que cualquier cineasta de su edad hubiera dado algunos dedos: Alien: El octavo pasajero, Blade Runner y Thelma y Louise. Esos hoy tres clásicos contemporáneos –sobre todo los dos primeros– le aventuraban un futuro promisorio y abierto, un lugar de privilegio en la mesa de los directores más importantes de la industria hollywoodense. Pero, de la nada, el buen hombre se empantanó. Clavó tres fracasos consecutivos –1492: La conquista del Paraíso, White Squall y Hasta el límite– y perdió pie en la máquina de picar carne del cine industrial. Empezó a ver entre penumbras el futuro y entonces decidió mirar con más atención a los papeles que llegaban a su escritorio de productor. Y entre historias descartables y mal escritas encontró la solución.

El proyecto era, más bien, un rejunte de notas dispersas que intentaban ser una película. Entre apuntes históricos y algún que otro anacronismo, el guionista David Franzoni había delineado una especie de fusión entre Espartaco (1960) de Stanley Kubrick y La caída del Imperio Romano (1964) de Anthony Mann, y quería filmarlo.

Scott se interesó. Y dijo "a esto lo filmo yo". Además de ver una eventual recuperación comercial y crítica en ese proyecto, recordó que siempre le había gustado un género que en la época de oro de Hollywood había estado en auge y que desde hacía años boqueaba al borde de la muerte: el pléplum. En criollo, esto no era otra cosa que el cine de “espadas y sandalias”.

El pléplum estaba formado por historias que sucedían en épocas bíblicas, durante la Antigua Grecia, el Antiguo Egipto o el Imperio Romano y había probado su éxito primero en Italia, donde era muy barato de hacer, y luego en EEUU, en donde se convirtió en un éxito entre el público y fraguó obras épicas y enormes. Algunos de los títulos más emblemáticos del pléplum son Quo Vadis? (1951), Los diez mandamientos (1956), Ben-Hur (1959), Cleopatra (1963), La biblia (1966)  y las mencionadas Espartaco y La caída del Imperio Romano.

El género tenía algunas particularidades. Para empezar, antes de que Hollywood lo convirtiese en algo extremadamente caro de producir, era bastante berreta, y por eso se reutilizaban los escenarios y los vestuarios hasta agotarlos. O sea, una toga griega podía aparecer en una película de romanos o el Antiguo Egipto, y lo mismo con un uniforme de centurión romano. Estas películas, además, estaban marcadas por la presencia masiva de extras, algo que sorprende hasta hoy y que complicaba a sus directores de sobremanera. Las multitudinarias escenas de Espartaco, por ejemplo, le generaron más de una rabieta a Stanley Kubrick, que ya de por sí era un tipo bastante difícil.

En el terreno narrativo el reciclaje también estaba al alcance de la mano: directores como Cecil B. DeMille rehicieron películas como Los diez mandamientos al menos tres veces y algunas líneas argumentales se compartían y replicaban a rajatabla. En las pléplum es usual encontrar un villano malísimo en el poder que tiene bajo la suela de la sandalia al pueblo, un héroe intachable que carga con una cruz física o espiritual y que libera a todos del tirano, batallas con mucha gente, eventuales bailes, arenas de combate, intrigas palaciegas, política antigua y un montón de relleno en el medio. Y eso es importante: estas películas eran largas, muy largas. Algunas pasaban las tres horas y varias arañaban las cuatro. La épica también involucraba a los pobres que cargaban los rollos en los cines donde las proyectaban.

Scott recordó, entonces, que a estas películas les había ido muy bien durante mucho tiempo. Que despertaban la épica interior del público y afloraba en ellos la emoción como pocas cosas en su tiempo. Y apostó. De la apuesta salió Gladiador.

Una de romanos

Repasando ahora el rodaje de la historia de Máximo Décimo Meridio, queda la sensación de que faltaron ganas de hacerla bien. Scott tenía claro que de esta nueva película, que sería la número once de su filmografía y que abriría el nuevo milenio para su carrera, tenía que tener algunas características claves: ser fácil de seguir, sus personajes deberían despertar emociones en la gente y, sobre todo, tenía que ser espectacular.

Conseguir un actor para interpretar al personaje del título no fue fácil. Probaron con Mel Gibson y los mandó a volar. Y después de mucho insistir, el australiano Russell Crowe les dijo que sí. La convivencia no fue fácil y Crowe enseguida se encaprichó y molestó con varias situaciones del proyecto. Como ha contado varias veces, lo primero que lo sorprendió –para mal– fue el guion. “Teníamos 21 páginas cuando empezamos a rodar. Un guion normal tiene unas 110. Era la forma más estúpida de hacer una película”, contó el actor hace algunos años en una entrevista con la BBC. Por ese mismo motivo, Scott no tenía muy claro qué filmar, ni siquiera cuando ya estaban instalados en las locaciones de Inglaterra, Marruecos y Malta. “En cierto momento, Ridley tuvo que dar un día libre al equipo porque, sencillamente, no sabíamos que íbamos a filmar al otro día. Tuvimos que volver a mi casa para ver si lo podíamos resolver”, recordó el actor.

Uno de los grande problemas llegó al final. Nadie tenía claro cómo iba a ser el tercer acto. Ni siquiera dónde lo iban a filmar. A último momento decidieron ir a Malta, recauchutar unas líneas entre todos y ponerse a rodar. La falta de previsión y los malos diálogos molestaron a Crowe, del que se dice que varias veces amenazó con abandonar el proyecto. En un momento el australiano encaró al guionista y le dijo: “Tus diálogos son una basura, pero yo soy el mejor actor del mundo y puedo hacer que hasta esta basura suene bien”. Aunque un poco vanidoso de más, hay que decir que tuvo razón.

Porque Gladiador, que en Uruguay estrenó en junio del 2000 y que en el mundo fue una de las películas más taquilleras de ese año, es bastante superficial, larga y por momentos tediosa y su último tramo –producto del desorden que había en el rodaje– es caótico, pero dejó cosas interesantes a la posteridad. Para empezar, rescató al pléplum y lo colocó de nuevo en el mapa. Lo convirtió en un nuevo espectáculo masivo de Hollywood. Tras ella vinieron Troya, Alejandro Magno, 300 y toda la camada de películas sobre la antigüedad clásica de los 2000.

También es destacable que a pesar de los enojos de Crowe el personaje de Máximo se convirtió en un ícono del cine, al punto que fue seleccionado como uno de los mejores 100 de toda la historia por la revista Time. Al mismo tiempo, impulsó las carreras de Joaquín Phoenix, que interpreta al tirano Cómodo con solvencia, y también la de Crowe, que pasó a ser una de las grandes estrellas del cine. Y, a la par de grandes batallas y escenas de lucha en la arena del coliseo, marcó la que sería una de las frases más célebres de los últimos años: “Mi nombre es Máximo Décimo Meridio, comandante de los ejércitos del norte, general de las legiones Fénix, fiel servidor del verdadero emperador Marco Aurelio, padre de un hijo asesinado, esposo de una esposa asesinada y juro que me vengaré, en esta vida o en la otra”. A Crowe, claro, la frase le pareció una basura. Pero la dijo igual.

Así, con problemas y apuestas, Gladiador sobrevivió. Tiene veinte años y sigue estando tan presente en la televisión por cable como en el imaginario popular. Sus escenas épicas, la espectacularidad de su acción, la música de Hans Zimmer y algunos personajes bien delineados –la ambigua Lucila de Connie Nielsen y el esclavista Próximo de Oliver Reed, que murió durante el rodaje– le devolvieron a Scott, al menos en el terreno comercial, el prestigio perdido. Y por último, pero no por ello menos importante, la película se llevó cinco Oscar, incluido el de Mejor película. Algo que todavía ni Crowe ni Scott, que son buenos amigos y socios desde hace muchos años, se lo creen.

“De vez en cuando nos juntamos a tomar algo y nos reímos de todo. ¡Qué bala que esquivamos! Porque no sólo la hicimos, ¡terminó ganando el Oscar a la mejor película!”, cuenta entre risas el hombre que fue Máximo Décimo Meridio, comandante de los ejércitos del norte, general de las legiones Fénix, fiel servidor del verdadero emperador Marco Aurelio, padre de un hijo asesinado, esposo de una esposa asesinada y el gladiador que logró vengarse en esta vida y para siempre.

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