Mundo > Crisis de los misiles

Sesenta años atrás la Unión Soviética y Estados Unidos estuvieron al borde de la guerra nuclear

Un avión espía de Estados Unidos hizo un vuelo secreto para fotografiar territorio cubano y así Washington pudo constatar que se estaban montando bases misilísticas soviéticas a 150 kilómetros de su territorio. Kennedy manejó con estricta reserva la crisis que planteaba hasta que tomó estado público. Finalmente, la Casa Blanca y el Kremlin conjuraron el peligro del Armagedón
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20 de octubre de 2022 a las 05:04

Habían pasado algo más de 16 años de las bombas nucleares lanzadas por Estados Unidos en Hiroshima y Nagasaky. El mundo entero tenía terror de que algo así pudiera volver a suceder y el arsenal nuclear que acumulaban tanto la Unión Soviética como Estados Unidos era suficiente como para producir una catástrofe mundial.

No era paranoia la que los medios transmitieron tras las explosiones devastadoras en Japón en setiembre de 1945. Era una realidad porque podría fecharse en ese fin de la Segunda Guerra Mundial, que dejó 60 millones de muertos, el comienzo de la llamada Guerra Fría, una combinación de diplomacia agresiva y juegos de espionaje entre los dos bloques en los que se dividía el mundo.

El presidente John Fitzgerald Kennedy desde la Casa Blanca lideraba el bloque de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), mientras Nikita Jrushchov hacía lo propio con el Pacto de Varsovia desde el Kremlin. Las naciones europeas occidentales eran las socias de Washington, las del este europeo eran las aliadas de Moscú. Alemania estaba partida entre medio de esas dos alianzas. El llamado Muro de Berlín era mucho más que un símbolo de la división, era también la confirmación de que entre ambos bloques no había casi relaciones comerciales y financieras.

En esas tensiones internacionales se vivía cuando el piloto Richard Heyser a cargo del avión espía U-2 partía de suelo estadounidense para relevar en secreto territorio cubano el domingo 14 de octubre de 1962. Cuba era por entonces, el único país aliado de la Unión Soviética en suelo americano. Con una particularidad: la isla está a menos de 150 kilómetros del territorio estadounidense.

La misión de Heyser era delicada. Debía intentar confirmar a través de fotografías si las sospechas de la CIA eran ciertas. En efecto, información de los servicios secretos habían informado a la Casa Blanca que Moscú había enviado armas nucleares a La Habana.

El U-2 volando a baja altura no fue detectado por los radares cubanos y en pocos minutos tomó casi mil fotografías. El lunes 15, el Centro de Interpretación Fotográfica Nacional de la CIA comenzó a analizar las imágenes. Las conclusiones eran irrebatibles, Heyser había logrado fotografiar componentes de misiles balísticos de medio alcance en un campo de San Cristóbal, en la provincia de Pinar del Río, en el lado oeste de Cuba, el más cercano a Estados Unidos.

El operativo de tener armamento estratégico en la isla había comenzado en Moscú a fines de junio de ese 1962. Fidel Castro, por entonces, tenía muy fresco en su memoria la invasión de Bahía Cochinos de abril de 1961, cuando mercenarios cubanos exiliados con apoyo militar de Estados Unidos intentaron ahogar la Revolución Cubana. Pero fue un fracaso y a la vez un impulso para que La Habana terminara de definir el carácter socialista de la revolución, las nacionalizaciones de empresas estadounidenses y un mayor acercamiento a Moscú.

De inmediato, en aquellas febriles horas del 15 de octubre de 1962, y en absoluto secreto, el Pentágono y la CIA mandaron más vuelos secretos para verificar la tremenda noticia que significaba que, en plena Guerra Fría, Moscú tuviera la posibilidad de montar una plataforma capaz de atacar territorio norteamericano. Y Washington había tomado la precaución de montar plataformas de lanzamiento de ojivas nucleares llamados Júpiter en Turquía, país miembro de la OTAN y vecino de la URSS. Los misiles Júpiter podían impactar en cuestión de minutos en territorios soviéticos.

Los vuelos de reconocimiento de aquel 15 de octubre sobre Cuba dieron la certeza de que Moscú efectivamente estaba haciendo algo similar de lo realizado por Washington en territorio turco. Confirmada la información, la CIA le dio la información al presidente Kennedy el martes 16.

La Casa Blanca formó un organismo de consejeros para analizar las respuestas posibles.

En efecto, el Comité Ejecutivo del Consejo de Seguridad Nacional (Excomm por sus siglas en inglés), comenzaba a sesionar bajo la dirección del secretario de Defensa, Robert McNamara, un experimentado político.

El Excomm, con la presencia de Kennedy, planteó tres variantes. La más diplomática era el acercamiento a Fidel Castro y Nikita Jrushchov para buscar una solución dialogada. Una intermedia, que era un bloqueo naval a los barcos soviéticos que transportaban las armas a Cuba, y que habían sido relevados por los vuelos secretos en medio del Atlántico. La tercera opción era atacar Cuba. Kennedy se volcó por el bloqueo, ya que todavía no estaban montadas las ojivas nucleares. Su plan era presionar para negociar.

No caben dudas de que la tercera opción era una catástrofe mundial. Comenzaba una semana en la cual la flota de Estados Unidos iba hacia el este de la isla y comenzaban a moverse las piezas diplomáticas que conectaban Washington con Moscú y La Habana.

El domingo 22 de octubre, Kennedy hace una aparición televisiva en la cual advierte sobre el escenario que se vivía. Con una retórica firme, dice que Estados Unidos respondería con todo el arsenal necesario ante cualquier ataque. Todo el planeta se entera de que el Armagedón era posible.

Desde su despacho de la Casa Blanca, Kennedy dice que la flota naval iba a evitar que llegaran más armas a Cuba desde la Unión Soviética. Los analistas y estudiosos de aquella crisis afirman que el presidente norteamericano escogió las palabras con sentido diplomático. Por caso se refirió a una "estricta cuarentena" en cambio de "un bloqueo" para denominar esa operación que frenaría los buques o aviones soviéticos con dispositivos atómicos.

Kennedy convocó a una reunión de urgencia del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas al tiempo que exhorta a Jrushchov a "detener y eliminar esta clandestina, temeraria y provocadora amenaza para la paz mundial".

Ese mismo domingo, Kennedy envió una carta a Jrushchov pidiéndole que no enviara más armas a Cuba y desmantelara las bases misilísticas y regresaran a Moscú ese armamento.

El 24 de octubre se instaló el bloqueo naval a los buques soviéticos que iban hacia Cuba. Jrushchov respondió ese mismo día a Kennedy que eso era un "acto de agresión" y que no detendría el curso de navegación de esos barcos.

Pero la flota naval norteamericana inspeccionó buques soviéticos cerca de La Habana y confirmaron que no contenían armas y les permitieron ir a la isla. Washington estaba al tanto de que en esos diez días, el montaje de misiles soviéticos en Cuba lejos de detenerse se aceleró. Y el propio Fidel Castro convocó a una movilización de 300.000 hombres y mujeres, entre soldados y reservistas.

Sin embargo, a esa escalada bélica, según documentos desclasificados en la década del 90, había una línea diplomática en curso. “Si no paramos esto a tiempo usted y yo nos vamos a encontrar en el infierno”, le dijo Jrushchov a Kennedy. La respuesta del presidente norteamericano, según los papeles de Washington fue: “Dos jefes de Estado como nosotros no podemos pasar a la historia como los responsables del fin de la civilización humana”.

No eran solo los dos jefes de Estado de las dos grandes potencias que querían detener la eventual Tercera Guerra Mundial. Se alzaron voces en todo el planeta, como la del británico Bertrand Russell, filósofo, Nobel de Literatura y pacifista por excelencia, quien envió e hizo públicas sus cartas a ambos mandatarios. El Papa Juan XXIII hizo lo propio.

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