Ricardo Peirano

Ricardo Peirano

Reflexiones liberales

Si no es corrupción, es locura

Después de su reelección, Blatter parece pensar que fue una conspiración norteamericana para vengarse por haber perdido la sede del mundial 2022
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31 de mayo de 2015 a las 00:00
Había una época en que la sede de los campeonatos del mundo de fútbol se elegía con regularidad seis años antes. Así, Italia 1990 fue elegida en 1984; Estados Unidos 1994 se eligió en 1988 y así sucesivamente hasta el mundial de Sudáfrica 2010, que fue electo como sede en 2004. A partir de allí las cosas comenzaron a cambiar: Brasil 2014 fue elegido en 2007, quizá porque se preveía que Brasil necesitaba mucho trabajo de infraestructura deportiva y de todo tipo. Pero la mayor sorpresa vino en 2010. Allí la FIFA adelantó el voto y en un mismo congreso otorgó el mundial de 2018 a Rusia y el de 2022 a Catar. Rusia competía con Gran Bretaña y Catar con Estados Unidos. En Rusia había interés por el futbol y mucha plata y en Catar no había interés por el fútbol pero si mucha, mucha plata. En Gran Bretaña y Estados Unidos había mucho interés por el fútbol y había dinero suficiente para organizar un mundial sin generar los traumas políticos y sociales que surgieron en Sudáfrica y en Brasil, donde las exigencias de la FIFA llevaron a dispendios ridículos de por sí (un estadio en Manaos para jugar una serie y nada más) y agobiantes para economías emergentes con enormes necesidades sociales.
Pero la FIFA no se detuvo ante el dispendio y la locura. Todo eran éxitos. Cada mundial costaba más que el anterior. En Catar, hubo que construir tres ciudades para alcanzar el reglamento FIFA de seis sedes como mínimo. También hubo que planificar la instalación de aire acondicionado en los estadios para que los jugadores no sucumbieran ante los 50 grados de temperatura que habría en la cancha. Y Catar ganó a Estados Unidos pese a que este país había recibido 100 puntos sobre 100 en un estudio solicitado por la FIFA mientras que Catar solo llegó a 70 sobre 100. Y todo ello sin entrar en el delicado tema de las condiciones de trabajo en las obras de Catar, que no cumplen los estándares mínimos de la OIT y que están generando más accidentes de trabajo que la norma.
Ante el aumento de las protestas, Blatter y sus amigos siguieron impertérritos su marcha como si Rusia y Catar fueran dos minas de oro a conquistar y que bajo ningún punto se podían resignar. Especialmente Catar, donde ni espectadores habrá para seguir el mundial. Es como haber elegido una isla casi deshabitada en el Océano Pacífico. Una decisión muy difícilmente justificable en términos racionales.
Ahora, después de la reelección de Blatter para un quinto mandato (¡ay las reelecciones indefinidas que tanto gustan en Venezuela, Ecuador, Bolivia y Argentina!), el mandamás suizo parece pensar que todo lo que ocurrió esta semana en Zurich es una conspiración norteamericana para vengarse por haber perdido la sede del mundial 2022.
Lo que va quedando cada vez más claro es que lo que se sospechaba de la FIFA se está confirmando. Blatter dice que corruptos son los individuos y no las organizaciones, y tiene razón. Pero cuando en una organización hay mucha corrupción, extendida por largo tiempo, ya no es solo un problema de individuos sino de un modus operandi enquistado en esa organización. Por ello, David Gill de Gran Bretaña, elegido vicepresidente ejecutivo de la FIFA, dijo que no iba a ocupar su cargo y explicó las razones: “Reconozco que Blatter fue elegido democráticamente y le deseo a la FIFA el mayor de los éxitos en solucionar los muchos problemas y desafíos que tiene por delante. Pero mi reputación profesional es fundamental para mí y simplemente no veo cómo puede haber un cambio para bien en el mundo del fútbol mientras el señor Blatter siga en su puesto”.
Dicho en otras palabras, ni Gill ni muchos otros creen que la FIFA puede reconstruir su reputación y la limpieza de sus procedimientos mientras que el señor Blatter siga atornillado a su sillón. Y eso parece obvio: Blatter no puede haber estado ajeno a una corrupción en gran escala como la que tuvo lugar en la CONCACAF y la CONMEBOL durante dos décadas. Su mano derecha era Julio Grondona, presidente de la AFA y mandamás de la CONMEBOL. Y el escándalo era muy grande. Por lo demás, cuando en una organización ocurre un escándalo de esta magnitud, la responsabilidad va hacia arriba. Hoy es cada vez menos frecuente asumir esa responsabilidad, pero debe hacerse. Máxime en el caso de la FIFA, porque si no hubo corrupción en toda la línea, hubo locura. Y de esta última, Blatter sí es responsable.

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