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Sin esqueletos en el armario

Tengo una muñeca en el ropero vuelve al Teatro Circular con Fernando Amaral
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14 de agosto de 2016 a las 05:00
La presencia del ropero es, tanto en el título como en la escenografía, una de las pocas cosas que acompañan al actor Fernando Amaral sobre el escenario. Sin embargo, más allá de las imágenes que el mueble pueda llegar a evocar, el personaje de Amaral, Julián, no "sale" de él, sino que relata todos los recuerdos que dejó dentro. "La obra trata de cómo un joven cuenta su evolución de encontrarse siendo gay", comentó el actor de Tengo una muñeca en el ropero, actualmente en Teatro Circular todos los domingos de agosto. "Siendo chico, con cinco o seis años, le robó una muñeca a su hermana porque era a lo que le gustaba jugar, y su familia no se lo permitía. La obra habla de eso, cómo se lo prohibían y tenía que jugar a escondidas. Lo que él cuenta son esas peripecias, algunas más divertidas que otras, que tuvo que vivir en ese camino", señaló el actor.

Escrita por la autora argentina María Inés Falconi, especializada en literatura para niños y adolescentes, la obra presenta un "lenguaje muy llano, directo, sin vericuetos ni vueltas de tuerca", comentó el actor. "Con la puesta, lo que buscó el director [Alfredo Goldstein] fue casi que parezca que una persona del público levantara la mano y dijera 'yo tengo una historia para contar', que podría haber sido cualquiera", agregó, señalando que la obra no apunta exclusivamente a jóvenes, sino que se abre a todo tipo de público.

Esa misma llaneza que se instauró desde el lenguaje se intentó replicar en la actuación, orientada más a una confesión entre amigos que a una representación sobre un escenario. Solo sobre el escenario, Amaral debe relatar la historia de Julián desde la "no-actuación", meramente contando su historia, pero también debe introducir, a medida que se activa el recuerdo, a un variado abanido de personajes: Julián de niño, su hermana, su madre, su primo, su mejor amigo y su profesor de basketball.

"No podía hacer personajes armados, sino que son más bien cambios de actitud y de voz, mínimos, como señas de identidad", compartió el actor. "Actoralmente tengo que representar a alguno de ellos, generar diálogos entre dos personajes, explicarle algo al público aún con la intención de solo contar la historia, y luego volver a los personajes".

No obstante, Amaral no considera que el ir y venir entre distintas personificaciones sea su mayor desafío al enfrentar el unipersonal. "Lo que más me costó fue no actuar. Contar la historia desde la nada, como si estuviera charlando con alguien por teléfono. A veces los actores tenemos la costumbre de pararnos sabiendo que somos el actor, que nos estamos mostrando y que tenemos que representar algo, pero acá te parás desde otro lado. Acá no servía eso".

Para ese relato, entonces, el público se vuelve una parte neurálgica de lo que Amaral quiere lograr. Algo que trasciende la complicidad, y que se convierte, verdaderamente, en una charla entre amigos. "Lo que me encanta de esta obra es que no tiene secretos. Si bien no es interactiva, el público es fundamental, lo miro a los ojos, le doy maní con chocolate, hago que se pasen una pelota uno a otro. Todo eso genera algo en el público, que sientan que realmente están viviendo ese momento conmigo. Que no son un espectador más".

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