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Sobre los hombros de la revolución

Las sufragistas habla de la lucha inglesa por el voto femenino con un personaje ficcional pero fuerte
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17 de diciembre de 2015 a las 05:00
Algunas llevaban los rostros casi descubiertos, un contorno trazado por el marco negro que ocultaba sus cabellos. Otras, en tanto, revelaban solo sus ojos detrás de una breve rendija. Entre las leves diferencias de aquel mar de túnicas negras, todas, en ese momento, deslizaban sus primeros sobres por las urnas transparentes de Arabia Saudita, y, en ese simple acto, celebraban un hecho histórico. Era un instante que, aunque nuevo para ellas, parecía anacrónico.

Casi planificado, confabulado, el sufragio de las mujeres sauditas fue escoltado por otro. Uno que no acapara páginas en las secciones internacionales de los medios, sino que supone otro tipo de novedad. Uno que, alejado en el tiempo y en el espacio, versa sobre otra realidad, aunque todas, en el fondo, hablen de lo mismo.

Para Las sufragistas, que se estrena hoy en cines uruguayos, las protagonistas no llevaban largas túnicas negras. Sus ropas, en cambio, escondían un poco menos, aunque aún se sujetaban a reglas que ellas no podían dictaminar.

Ambientada en 1912, la película retrata la creciente militancia del movimiento sufragista inglés, con activistas que rompían vitrinas de locales comerciales y plantaban bombas caseras en buzones de correo. Mujeres que se reunían de forma clandestina y renunciaban a dedicarle tiempo a sus demandantes familias y trabajos para poder luchar por los derechos que acompañaran a esas obligaciones.

En esa recreación, Las sufragistas conjuga la historia con la ficción. Aunque mantiene a algunas de las mujeres más notorias dentro del movimiento, otros de los personajes son deformaciones de nombres conocidos, mientras que su protagonista es pura y fascinante ficción.

En el tumulto previo a la Primera Guerra Mundial, Maud (Carey Mulligan), una lavandera, esposa y madre, se ve paulatinamente atraída hacia una lucha que parecía serle ajena. Primero como mero testigo de las manifestaciones, Maud pasa a convertirse no solo en el eje de narrativa, sino también en una de las más valiosas luchadoras.

A sus flancos, cobran fortaleza Edith (Helena Bonham Carter), una farmacéutica, y Violet (Anne-Marie Duff), una colega lavandera. Pese al claro protagonismo de Maud, todas encarnan los sacrificios que demandaba el movimiento y los castigos que implicaba la época.

Mientras que Edith debió abandonar su sueño de convertirse en médica por el mero hecho de ser mujer, y Violet se vio reducida a embarazos constantes, Maud se enfrenta a un pasado de abusos y a un esposo que no comprende ni apoya sus aspiraciones.

En todas ellas las renuncias son representadas con matices, contrastes. En sus rostros la resignación de conocer su propia sociedad se mezcla con la indignación de que debe cambiar. En Mulligan (Drive, Una educación), específicamente, esa contraposición termina de consagrarla como una actriz sutil, pero efectiva. La lucha de ella es representada con templanza y solidez, siguiendo con pasos fuertes la paulatina convicción que la torna de trabajadora a revolucionaria.

Duff, en tanto, haciendo el trayecto opuesto al de Mulligan, aunque con igual ductilidad, promete una caída más estrepitosa. Bonham Carter también se destaca, luciéndose, como antaño, en roles con más actuación que histrionismo.

Entre ellas, la participación de Meryl Streep parece un engaño de marketing. Pese a estar en los pósters y en la difusión promocional de la película, solo aparece un par de minutos. Su papel como la líder Emmeline Pankhurst es efímero y omnipresente al mismo tiempo: las sufragistas la mencionan, la veneran y, mientras que su breve aparición da aliento a los personajes, los espectadores se ven decepcionados por un acento afectado y unas pocas líneas de diálogo.

Aciertos e imprecisiones


Alrededor de las actrices, la reconstrucción de Inglaterra de principios de siglo pasado permite una inmersión total. Sin embargo, la cinematografía no corresponde a la de una clásica película de época. Al tiempo que la ambientación deja de lado toda sofisticación en pos del crudo realismo, la cámara en mano captura el sufragismo con el mismo frenesí que lo caracterizó.

Según comprendieron su directora Sarah Gavron (Brick Lane) y su director de fotografía Eduard Grau (Suite Francesa, Solo un hombre), esta no es una historia de planos fijos, contemplativos. La fotografía misma debe acompañar las manifestaciones que terminaban en golpizas, corrupción policial y barbáricas estadías en la cárcel.

Sin embargo, el guión no sigue esa misma fortuna. De la misma manera que se debilitan los cuestionamientos éticos de las sufragistas, que debían recurrir a los actos violentos en múltiples ocasiones, la película peca de aquella inequidad que demanda.

Aunque incorpora personajes históricos como Pankhurst y Emily Wilding Davison, falla al representar la diversidad racial del movimiento, que incluyó a la exprincesa india Sophia Duleep como una de sus líderes. Asimismo, al comenzar en 1912 y concluir en 1913, Las sufragistas brinda una visión parcial y sesgada de un movimiento que logró sus objetivos cinco años después, conjugando las acciones de las militantes con una estrategia política acertada.

Lamentablemente, por ser una película en esencia feminista y británica, Las sufragistas seguramente vea su público limitado, predicando a feligreses ya convertidos. Al finalizar, el filme deja lugar a un listado de fechas de sufragio alrededor del mundo, evidenciando la actualidad y necesidad del mensaje.
Lo que queda, transcurridos los créditos, es la tristeza de que aquello sucedió y continúa sucediendo alrededor del mundo. Pero, al mismo tiempo, sobrevive la emoción de saber que si se lucha, se logra.

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