Artigas dictando a su secretario José Monterroso. Óleo de Pedro Blanes Viale
Miguel Arregui

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Su excelencia el Protector sentado en su cabeza de vaca

Crónicas de dos escoceses en la región del Plata en los años de apogeo de José Artigas (II)
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24 de mayo de 2017 a las 05:00

John Parish Robertson, un joven escocés aventurero y culto, que llegó al Río de la Plata en 1807 para comerciar, fue robado y secuestrado en 1815 en Corrientes por una banda de "artigueños": los tumultuosos gauchos seguidores del oriental José Artigas, entonces el caudillo más más poderoso de la región.

Después de salvarse por intercesión del jefe naval inglés en la zona, John Parish, de acuerdo con su hermano menor William, resolvió viajar hasta Purificación, el campamento y capital artiguista ubicada sobre el río Uruguay, unos 100 kilómetros al norte de Paysandú.

Robertson
Las cartas de los Robertson editadas en Buenos Aires en la década de 1950
Las cartas de los Robertson editadas en Buenos Aires en la década de 1950

Su descripción se hizo célebre:

"Me hice a la vela atravesando el Río de la Plata y remontando el bello Uruguay hasta llegar al Cuartel General del Protector. Y allí (les ruego no ser escépticos), ¿qué creen que vi? Pues al excelentísimo Protector de la mitad del nuevo mundo sentado en una cabeza de vaca, junto al fogón encendido en el piso de barro del rancho, comiendo carne de un asador y bebiendo ginebra en una guampa. Lo rodeaba una docena de oficiales mal vestidos, en posturas semejantes y ocupados lo mismo que su jefe. Todos fumaban y charlaban ruidosamente.

El Protector dictaba a dos secretarios que ocupaban junto a una mesa de pino las dos únicas desvencijadas sillas con asiento de paja [...].

El piso de la única habitación de la choza (que era grande y hermosa) estaba sembrado de pomposos sobres provenientes de todas las provincias (algunas distantes 1.500 millas de aquel centro de operaciones) dirigidos a 'Su Excelencia el Protector'. A la puerta estaban los caballos humeantes de los correos que llegaban cada media hora, y los frescos de los que partían, con igual frecuencia. Soldados, ayudantes y exploradores, llegaban al galope de todas partes.

Todos se dirigían a Su Excelencia el Protector. Y Su Excelencia el Protector, sentado sobre su cabeza de vaca, fumando, comiendo, bebiendo, dictando, hablando, despachaba sucesivamente los varios asuntos de que se le noticiaba con tranquila y deliberada nonchalance [indiferencia], que me mostraba de manera práctica la verdad del axioma "vamos despacio que tengo prisa".

Creo que si todos los asuntos del mundo hubieran estado a su cargo no hubiera procedido de otro modo. Parecía un hombre incapaz de atropellamiento, y era bajo este único aspecto, si se me permite, semejante al jefe más grande de la época [...]. Cuando leyó mi carta de presentación Su Excelencia se levantó del asiento y me recibió no solamente con cordialidad, sino lo que me sorprendió más, con maneras relativamente caballerosas y propias de un hombre educado. Habló conmigo alegremente acerca de su casa de gobierno y me rogó que, como mis muslos y mis piernas no estarían tan habituados como los suyos a la postura de cuclillas, me sentase en la orilla de un catre de guasquilla que se veía en un rincón del cuarto y que pidió fuera arrastrado cerca del fogón. Allí, sin más preludio o disculpa, puso en mi mano su cuchillo y un asador con un trozo de carne muy bien asada. Me rogó que comiese, luego me hizo beber e inmediatamente me ofreció un cigarro. Participé de su conversación y, sin darme cuenta, me convertí en un gaucho [...]".

Un ejército de jinetes andrajosos

"Por la tarde su excelencia me dijo que iba a recorrer a caballo el campamento e inspeccionar sus hombres, y me invitó a hacerle compañía", continuó John Parish Robertson. Las fuerzas artiguistas podían ponerse en movimiento a caballo casi de inmediato, señaló el inglés, y viajar a marchas rápidas hasta 125 kilómetros en una noche. "De ahí muchas de las sorpresas, los casi increíbles hechos que realizaba y las victorias que ganaba".

Robertson refirió el "séquito" de una veintena de oficiales de Artigas. "No había ninguna afectación de superioridad por su parte o señales de subordinación diferencial en quienes le seguían. Reían, estallaban en recíprocas bromas, gritaban y se mezclaban con un sentimiento de perfecta familiaridad [...], excepto que todos, al dirigirse a Artigas, lo hacían con la evidentemente cariñosa y a la vez familiar expresión de 'mi general'".

Describió las tropas y el campamento de Purificación: "Tenía alrededor de 1.500 seguidores andrajosos en su campamento, que actuaban en la doble capacidad de infantes y jinetes.

Eran indios principalmente sacados de los decaídos establecimientos jesuíticos, admirables jinetes y endurecidos en toda clase de privaciones y fatigas [...].

Chaquetilla y un poncho ceñido a la cintura, a modo de 'kilt' escocés, mientras otro colgaba de sus hombros, completaban con el gorro de fajina y un par de botas de potro, grandes espuelas, sable, trabuco y cuchillo, el atavío artigueño. Su campamento lo formaban filas de toldos de cuero y ranchos de barro; y esto, con una media docena de casuchas de mejor aspecto, constituían lo que se llamaba Villa de la Purificación".

El interior contra Buenos Aires

John Parish Robertson explicó la razón de la fortaleza de Artigas. "El aire de superioridad y, a menudo, arrogante de los porteños disgustaba a muchos de los principales habitantes del interior, y los hacía ver en sus altaneros compatriotas solamente otros tantos delegados substitutos de las antiguas autoridades españolas [...]. Las ciudades del interior se negaron a obedecer, nombraron gobernadores de su elección, y para fortificar sus manos, pidieron la ayuda de Artigas, el más poderoso y popular de los jefes alzados [...].

Cada pequeña ciudad conquistó su propia independencia, pero a expensas de todo orden y ley".

En las décadas posteriores, "la familia sudamericana" se hundió en las guerras familiares y de partidos, contaron más tarde los hermanos escoceses. Las guerras civiles y la inseguridad hundieron el comercio y sus economías.

La pobreza del campamento artiguista convenció a John Parish Robertson que era tiempo de retirar su reclamo de que le pagaran lo que le habían robado en el río Paraná. Sin embargo obtuvo de Artigas algunos "privilegios mercantiles" en Corrientes y un pasaporte hasta la frontera paraguaya, "que me valió todo lo que necesitaba".

Después de una serie de peripecias y confusiones, en 1815 el autócrata Gaspar Rodríguez de Francia expulsó a los hermanos Robertson del Paraguay, quienes se establecieron en Corrientes. La ciudad entonces era un caos por el ataque de los "artigueños", que mataban y saqueaban después de desbaratar un intento correntino de desconocer la Liga Federal. Pese a todo, los Robertson lograron recomponer su comercio de cueros, cerdas y lanas con los estancieros de la región gracias a un personaje novelesco.

Peter Campbell, el almirante artiguista

En procura de asegurar el tránsito de mercaderías, siempre amenazado por los saqueadores, los Robertson tomaron contacto con Peter Campbell, un pintoresco irlandés que sirvió a José Artigas y es considerado el fundador de la Armada Nacional uruguaya.

Campbell, nacido en Tipperary, Irlanda, en 1782, llegó al Río de la Plata en 1806 como integrante de las tropas inglesas invasoras. Desertó cuando la derrota y la retirada británica en 1807, cambió su nombre por el de Pedro, comenzó a vestirse y a comportarse como un gaucho y sostuvo una vida errante, en la Banda Oriental y en las provincias del litoral argentino, desempeñándose como piloto de pequeñas embarcaciones fluviales y curtidor de cueros.

Campbell ganó pronto fama de pendenciero y hombre de cuidado, y mantuvo numerosos duelos personales.

A partir de 1811 participó en los combates por la independencia. Luchó bajo las órdenes de William Brown y estuvo en la toma de la isla Martín García y en la batalla naval del Buceo, que acabó con el dominio español de Montevideo. En 1814 tenía el mando de una embarcación, y con ella desertó de Buenos Aires y se pasó al federalismo. Estableció relaciones personales privilegiadas con José Artigas. Era de los pocos subordinados del caudillo al que este le permitía tutearlo y llamarle "Pepe". Fue jefe de una flotilla fluvial de los federales que –con base en Goya y Corrientes– actuó en los ríos Uruguay, Paraná y Paraguay y participó de un gran número de escaramuzas navales y terrestres. Al producirse la invasión portuguesa de 1816 a la Provincia Oriental se convirtió en uno de los principales apoyos de Artigas, fue designado "comandante de marina" y recibió el trato de "almirante".

John Parish Robertson lo conoció de la siguiente forma: "Hallándome sentado una tarde bajo la galería de mi casa, llegó muy cerca de mi silla un hombre a caballo; era un tipo enjuto, huesudo, de torvo aspecto y vestía como los gauchos, llevando además dos pistolas de caballería y un sable de herrumbrosa vaina, pendientes de un sucio cinturón de cuero crudo. Tenía la patilla y el bigote colorados, el pelo enmarañado del mismo color y formando greñas espesas debido al sudor y al polvo que lo cubría; el rostro requemado por el sol parecía casi negro y estaba cubierto de ampollas hasta los ojos [...]. El acento con que habló en español, el rostro mismo, el pelo rojo y los ojos grises y brillantes, me revelaron enseguida que se trataba de un hijo de la isla hermana Irlanda, transformado en gaucho, y en un gaucho de aspecto más imponente que todos los nativos conocidos por mí. Recobrado mi sorpresa, pregunté al extraño huésped: "¿A quién tenía el honor de hablar?". "¡Por Dios! –exclamó–. ¿No conoce a Pedro Campbell? Canbél –agregó, acentuando mucho la última sílaba–. Pedro Canbél, como me dicen los gauchos. ¿Así que nunca me oyó nombrar por ahí? Entonces usted es el único caballero que no me conoce en la provincia". "¡Oh, Mister Campbell! –le contesté–, no solamente lo conocía de nombre sino también de fama, aunque esta es la primera vez que tengo el honor de saludarlo".

El gaucho irlandés

John Parish Robertson calificó a Peter Campbell como "bruto", "pelirrojo y huesudo", y agregó: "Era uno de los muchos desertores del ejército del general Beresford [...]. Tan pronto como dio comienzo la guerra civil, ofreció sus servicios a Artigas y llevó a cabo tales hazañas, que su nombre se difundió mucho, inspirando terror [...]. Sus actos de valor se hicieron proverbiales; tenía el arrojo del león y ningún gaucho le aventajaba como jinete ni en las habilidades propias de la gente de campo, tales como pelear con un gran cuchillo y el poncho arrollado al brazo a guisa de escudo [...]. No hacía más que herir [a su adversario] inutilizándolo de tal modo que nunca volviera a provocarlo".

Robertson afirmó que Campbell "era hombre honesto a carta cabal; en verdad sentía desprecio por el dinero", y también "colérico".

Contó que Campbell era acompañado generalmente por un sirviente y edecán –que él denominaba su "paje"–, tan irlandés y gaucho desgreñado como él, llamado Eduardo. El aspecto de ambos era intimidante: "Creí que se trataba de dos de los peores bandidos de la gente de Artigas"".

Un día Campbell se apareció vestido como "hombre de casaca" y afeitado. Llevaba prendas burguesas, con reloj de bolsillo, aunque conservaba sus aros en las orejas y la faja de gaucho. Su íntimo amigo Eduardo continuaba haciendo de "paje", un paso detrás.

Los hermanos John Parish y William Parish Robertson lo emplearon en 1815 y 1816 para sus negocios en Corrientes. Campbell les daba protección: "Un extranjero (ponía orden) en una comarca sin leyes e infestada de bandidos" y restableció el comercio. Le pagaron por año 1.200 pesos, unas 250 libras esterlinas, y a cambio el irlandés, al frente de una pequeña tropa, también organizaba gigantescas faenas de vacunos y yeguarizos, compraba centenares de miles de cueros, los pagaba y los hacía llevar en carretas –en general en tropas de 18 o 20 tiradas cada una por seis bueyes y otros tantos de refresco– hasta su acopio e embarque, principalmente en Goya.

Próxima y última nota: De cómo el "almirante" Campbell y el "general" Andresito tomaron Corrientes; y de cómo los hermanos Robertson perdieron su reputación en Buenos Aires y regresaron arruinados a Inglaterra

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