Allá por 2011, las franquicias consolidaban definitivamente su reinado en la taquilla y las carteleras de cine. Con superhéroes, magos adolescentes, minions, pelados de musculosa rápidos y furiosos, transformers y caballeros Jedi, los grandes estudios jugaron siempre a la segura, ofreciendo espectáculo filmado delante de pantallas verdes y sagas interminables, con películas cada vez más caras pero también más taquilleras.
Los señores de traje miraban esto con buenos ojos y dejaban contentos a sus superiores de Wall Street. Cada vez más ingresos para estudios que ya no eran empresas solo de cine, sino parte de conglomerados gigantes con intereses en cientos de rubros.
Tom Cruise vio eso y dijo “no”. Y ese mismo año relanzó su propia franquicia, con la que ha intentado contrarrestar esa tendencia. Y por ahora no viene fallando: desde 2011 hasta ahora ha filmado 12 películas, de las cuales cinco son parte de la saga Misión Imposible. Y todas son excelentes, incluyendo la más reciente, Sentencia mortal: parte 1 (la segunda llega en 2024).
A sus 61 años, y aunque ya un poco hinchado por el botox, Cruise se ha convertido en el representante más ilustrativo de una especie en extinción: la estrella de cine. La que convoca público solo con su nombre (“dos entradas para la de Tom Cruise”), la cara conocida que todos identifican.
Como pasaba en su película anterior, Top Gun: Maverick, a Cruise le gusta interpretar a hombres que se les dice que su cuarto de hora ya pasó y que es tiempo de dejar paso al nuevo mundo, pero que quieren demostrar que todavía les queda algo para decir.
El Hollywood obnubilado con lo conocido y seguro hizo que el recambio generacional haya sido escueto, pero en esa ecuación el propio actor también ha sido clave, al aferrarse a ese rol y autoproclamarse como paladín de un arte amenazado y siempre al borde del colapso definitivo.
Un arte que ahora tiene una nueva amenaza: la inteligencia artificial y los algoritmos. Lo de amenaza es relativo, por supuesto, porque como toda herramienta tecnológica el peligro está en quién y cómo la usa (que suele ser un humano), pero es innegable que estas herramientas están provocando un cambio histórico, incluso en el entretenimiento: plataformas como Netflix cada vez recurren más a datos y algoritmos para encargar nuevas producciones y establecer criterios hasta de cómo tienen que escribirse los guiones para retener al público y que este no se aparte de la pantalla.
Con ese trasfondo, la historia de Sentencia mortal repica fuerte. Una inteligencia artificial llamada La Entidad cobra conciencia y se rebela contra la humanidad. Hasta acá, nada que no hayamos visto antes. A Ethan Hunt –o Tom Cruise, que es prácticamente lo mismo— le mandan uno de esos mensajes que se autodestruyen en cinco segundos con la misión de encontrar las dos mitades de la llave que abre el lugar donde está el servidor que contiene a esa inteligencia. Y allá va, junto a su equipo.
Una premisa simple pero que tira algunas líneas sobre preocupaciones del presente: todos los gobiernos de las potencias del mundo quieren adueñarse de La Entidad y usarla para dominar el mundo, porque el poder nos obsesiona; acá no hay países buenos ni malos, ni patriotismo barato. No hay yanquis buenos y rusos malos. Son todos iguales. Y también hay una expresión de la preocupación por la pérdida de la verdad que puede significar el desarrollo ilimitado de la IA, y la pérdida de humanidad. Algo que aplica a la realidad pero también al cine.
A lo largo de las últimas entregas de esta saga, Cruise y su equipo han puesto por encima de todo el factor humano. El que haya acrobacias imposibles y proezas que dejan la boca abierta, pero que quede claro que fueron hechas de verdad. Las campañas promocionales de Misión Imposible se centran tanto en lo que ocurre en la ficción como en mostrar cómo el actor y productor arriesgó su vida para que el público pase un buen rato en el cine.
Así como en la película pasada hubo líneas y líneas escritas sobre como Cruise se fracturó el tobillo durante una de las escenas de acción, esta vez la narrativa estuvo atravesada por el salto por un acantilado en moto que hizo seis veces, una de las escenas más entretenidas en una película que no frena nunca, que mantiene una tensión constante y que hace que sus dos horas cuarenta de duración pasen volando.
Hunt-Cruise, que ya escaló el edificio Burj Khalifa, que se colgó de un avión, de un helicóptero y realizó un salto HALO (se salta desde 8000 kilómetros de altura y se abre un paracaídas poco antes de llegar a tierra), a veces no parece demasiado humano. Hunt es un personaje del que no sabemos demasiado, salvo que es bueno, quiere salvar al mundo, y quiere a sus compañeros de equipo; no es demasiado expresivo, pero es canchero y divertido. Corre raro, también. Cruise también es un tipo particular, pero quiere salvar al cine con estas acciones.
Mientras que películas recientes como la nueva Indiana Jones derrochan efectos generados por computadora y una pátina artificial que también está en otros taquillazos recientes, en las secuencias de acción de Misión Imposible se nota la artesanía, la obsesión, la colaboración de todas las partes para generar una aventura que cautive a las masas. Y esa es una de las definiciones de lo que es y representa el cine.
Sentencia mortal demuestra que lo de Cruise va más allá de una obsesión. Es una misión sagrada. Una cruzada para que el cine siga siendo relevante. Un culto de la escena de acción y del potencial cautivador de lo que ocurre en la pantalla. Tom Cruise quiere que la sala de cine siga manteniendo esa cuestión sacra, que siga siendo un templo.
Y un poco pasa. Se mira raro al que saca el celular durante la película, como si se estuviera en la iglesia. Hay un respeto por lo que está pasando ante los ojos que es cada vez más difícil de lograr en estos tiempos de hiperestímulo y plazos de atención más cortos. Porque se nota el respeto por el arte cinematográfico que hay del otro lado. El realismo que hay en ese espectáculo irreal.
Aunque claramente es el capitán de la nave, Cruise está muy bien rodeado, tanto por algunos de sus habituales colegas (Simon Pegg y Ving Rhames como Benji y Luther, los hackers/socios de Hunt, y Rebecca Ferguson como la implacable agente Ilsa Faust), como por algunas incorporaciones interesantes, sobre todo entre el elenco femenino, como Hayley Atwell como la ladrona Grace y Pom Klementieff como la asesina Paris.
Saber que es una parte uno siempre deja un sabor algo amargo, pero hay que confiar: Sentencia mortal es una película de acción excelente, de esas que piden a gritos un balde de pop o alguna golosina para acompañar. Es como subirse a una montaña rusa que nunca deja de girar y volar rumbo al final del circuito. Con esta película, la verdadera misión imposible es aburrirse.
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