El stock ovino sigue descendiendo.

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Trampas al solitario

Carrasco: "El mundo nos avisó hace ya mucho tiempo que necesita más carne que lana y que si le ofrecemos lana deberá ser muy fina"
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18 de junio de 2021 a las 21:00

Por Pablo Carrasco, @confin48, especial para El Observador

- Hola Roberto, ¿cómo estás? Te quería invitar a un remate de carneros que haremos este viernes en la agropecuaria.

- ¡Qué bueno!, la verdad no me interesa comprar carneros, pero... ¿te puedo llevar 300 ovejas para el remate? Gracias.

¿Hay alguien que conozca la ganadería de nuestro país que no tenga clara la extinción del rubro ovino más temprano que tarde? Nadie, absolutamente nadie. Es una actividad comercial insólita, en la que cuanto mejor es el precio más rápido el productor se deshace de lo que produce.

Sin embargo, nos anestesiamos y creemos que algún día serán efectivos los argumentos tan trillados como que los ovinos generan más producto bruto por unidad ganadera o que se destacan en los años de sequía.

Si por el contrario lo miramos desde las amenazas, diremos que el abigeato, la resistencia de los parásitos, las jaurías y otras tantas adversidades serán las limitantes insuperables que nos condenan.

En realidad, no alcanza el “vamo’ arriba”, ¿por qué debería ser viable un rubro que permanece congelado desde hace 100 años frente a un mundo que, entre otros muchos cambios, se transformó totalmente para este rubro?

Seguramente estoy ofendiendo a mucha gente que me endosará la esquila preparto, la encarnerada de otoño, el cordero pesado y tantos otros aportes de la investigación que son indiscutibles.

Pero, de nuevo, nada es más porfiado que la realidad y con una matemática básica cualquiera podría ponerle fecha al exterminio final, de modo que no parece haber relación entre los adelantos tecnológicos y la evolución del stock.

Por un lado, el mundo nos avisó hace ya mucho tiempo que necesita más carne que lana y que si le ofrecemos lana deberá ser muy fina.

Por otro lado, los “talones de Aquiles” reales nunca han sido definitivamente enfrentados. No es posible vender un producto que resulta para la industria frigorífica un comodín de relleno de faenas incompletas. Si vendemos un commodity entonces por definición, a algún precio se puede vender. No es posible convivir con tres zafras de lana en el galpón o con una majada gorda amontonada por seis meses.

Separemos la lana y la carne. La primera seguirá existiendo como la conocemos y donde la conocemos si resolvemos los problemas de comercialización. La carne necesita lo que siempre hemos reclamado y recién últimamente existe: frigoríficos que faenen exclusivamente ovinos de todas las categorías y hambrientos de materia prima.

Para cuidar su permanencia, el rubro deberá dejar de ser zafral haciendo viable y continua la actividad, con un cambio total del protocolo tecnológico.

Se necesitan sistemas de producción sobre pasturas de altísima producción, donde la cría no se distingue de la invernada con venta de corderos al destete, donde la producción de lana sea la mínima que permita el mejoramiento genético, donde el pastoreo rotativo se realice con todo detalle y un nivel de robotización tal que el rubro deje de estar secuestrado por la mano de obra especializada.

Todo me lleva a proponer un esquema de producción de remitentes fazoneros a semejanza de la avicultura o de la agricultura, sistemas de producción bajo contrato con plantas frigoríficas, proveedoras a su vez de insumos y fechas de entrega acordadas.

Como si fueran galpones de pollos parrilleros, las inversiones deberían ser obligatorias y su financiación bancaria debería ser canalizada a través de la industria, que se encargaría de la elección del productor, como de la supervisión de la gestión.

La financiación, por fin, debe elegir “galpones” tecnológicos confiables a los que ciegamente se le asiste, porque es “jugar y cobrar” y que se aparten de nuestro “cada productor es un mundo” al que la academia nos fuerza bajo la temerosa premisa de formar nuestro espíritu crítico.

El costo de esta propuesta podría ser un pasaje a Nueva Zelanda para ver, como en mi caso, una señora sexagenaria y sus perros descolando 3.000 ovejas.

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