"Orientales, la patria o la tumba, libertad o con gloria morir”, canta con acento caribeño Laura Colina, una niña venezolana que llegó a Uruguay el año pasado, sentada en un salón de la escuela N°53. Canta entusiasmada pero nerviosa, titubea algunas oraciones y acierta en otras. Quiere demostrar que sabe el himno del país que la adoptó aunque aún le falta aprendérselo del todo. Lo canta en el salón y lo volverá a cantar cinco días después, en el acto de fin de año, previo a convertirse en la nueva escolta de la bandera de Artigas del centro educativo.
“Es el voto que el alma pronuncia y que heroicos sabremos cumplir”, entona otra niña que también es venezolana pero estudia en la escuela N°20. Canta el himno en el gimnasio de la escuela, repleto de túnicas blancas, moñas azules y padres orgullosos por el año que culmina. Lo canta previo a que por los parlantes se escuche “primer escolta del pabellón nacional entrante, Valeria Granja” y ella entre a escena con una sonrisa estimulada por el aplauso de todos.
“Libertad, libertad orientales, este grito a la Patria salvó”, recita Luca Vigo, un niño español de 11 años que no tiene acento castellano y que se vino junto a su madre hace tres años desde Mallorca. Entona el himno minutos antes de que, después de días de ensayos y expectativas, lo llamaran oficialmente como el nuevo portador de la bandera de Artigas de la escuela N°94.
Laura, Valeria y Luca integran el “equipo de honor” de sus escuelas porque estuvieron entre los 12 con mejores notas de sus respectivas clases y luego fueron elegidos por sus compañeros mediante una votación.
Valeria quiere ser actriz de películas y, a juzgar por su soltura a la hora de abordar la charla con un periodista, tiene todo el potencial para serlo. No tiene problema en decir que en la primera escuela a la que fue cuando llegó a Uruguay le hacían bullying y la discriminaban por ser extranjera. Era la única en todo el centro educativo.
Ahora en la escuela Sanguinetti (N°20) la situación es diferente por el entorno. Es una escuela en la que muchos de sus estudiantes saben lo que es migrar en busca de un mejor futuro. “El año pasado, en 4°, empecé en esta escuela y me tratan bien todos los maestros y compañeros”, dice sentada en la sala de la dirección junto a su maestra y su madre.
Laura estudió en la misma escuela de su abuela. Su familia por parte de madre es uruguaya, pero ella nació y se crió –al igual que su padre- en Venezuela. “Ahora me siento más uruguaya”, dice. Se jacta de estar perdiendo el acento venezolano y de lograr decir “ya” como buena rioplatense.
A Valeria y Laura lo que más les gusta de Uruguay es su gente. “Son buenas personas, sociabilizan bastante, te preguntan las cosas: a mí me preguntaban de donde venía, palabras que se decían diferente”, dice Valeria y nombra algunos términos que son diferentes en Venezuela y Uruguay. “A la banana le decimos cambur, a la campera le decimos chaqueta, a los championes le decimos zapatos de goma. A veces se me entreveraban las palabras y tenía que corregir rapidísimo para que me entendieran”, cuenta luego de explicar que manejarse con los nuevos vocablos fue lo que más le costó.
En ese sentido, Laura agrega que “a la goma en Venezuela le dicen borrador” y usan muy seguido el término “naguará”, que se utiliza para darle énfasis a una expresión de sorpresa.
El clima y el horario también constituyeron desafíos para la adaptación de Valeria. El frío del invierno uruguayo fue duro de soportar para ella –al igual que la mayoría de venezolanos migrantes- porque en la mayor parte del territorio del país caribeño están adaptados a temperaturas anuales de entre 18° a 28°. El horario escolar también fue otra complicación porque en Venezuela, Valeria iba a la escuela desde las 7:00 horas hasta las 12:00 y acá va de 8:30 a 16:00. “Al principio me parecía cansador”, recuerda.
Luca quiere ser director de cine. “Cuando era chico me gustaban las películas y siempre me hacía la idea de que yo podía hacer una”, dice. Cuando llegó a Uruguay la primera escena de la película que le tocó vivir fue en Florida, donde vivió el primer año. En la segunda escena le tocó mudarse a Montevideo. En una escuela en Barrio Sur se acostumbró a los nuevos roles. “Me adapté rápido porque enseguida me amigué con muchos compañeros”, dice.
Lo que más le gusta a Luca de la escuela son “los compañeros, las maestras y los trabajos”, siempre y cuando sean de Matemáticas. El mayor cambio al que se enfrentó –aunque lo amortiguó porque sus dos padres son uruguayos- fue el idioma, porque en los centros educativos de Mallorca, en las islas Baleares, se habla y escribe en catalán. “Formatge es queso, mon es mundo, petit es pequeño, gros es grande”, cuenta explicando las diferencias.
Valeria no escatima detalles al contar como fue el día de la votación de abanderados y escoltas. “Estuve todo el tiempo emocionada y muy activa, estuve todo el rato con mis compañeros moviéndome como muy nerviosa”, dice y hace gestos imitando lo que sentía en aquel momento. “Estoy emocionada, muy feliz y agradecida por ser una de las pocas extranjeras que pudo lograr al menos llegar a ser escolta de una bandera tan hermosa e importante”, sostiene.
También cuenta que el hecho de estar en el cuadro de honor de la escuela era un deseo que ella tuvo desde el momento que conoció que esa práctica existía en Uruguay. “Cuando en tercero me enteré que existían yo dije: quiero ser abanderada o escolta. Yo me propuse eso y lo logré. Todo depende de cuánto te esfuerces en tus estudios”, dice.
Pero sabe que no es solo una cuestión de notas. Sus compañeros la eligieron, la votaron y se alegraron cuando finalmente fue elegida. “Cuando dijeron que era escolta todos mis compañeros me abrazaron y gritaban mi nombre, el ruido era impresionante”, cuenta.
Laura también lo explica: “uno está junto a la bandera porque uno se esforzó pero también porque mis compañeros me apoyaron”. Al igual que Valeria, quería estar en el cuadro de honor y lo logró. “Cuando me enteré que había salido, al principio no lo creía mucho. No lo podía creer hasta que me avisó la directora”, recuerda.
Luca dice que además de feliz, le “impactó” conocer la noticia de que el sería el nuevo portador de la bandera de Artigas. “Para mí es un honor, es como raro venir de otro país y terminar siendo importante”, dice sentado en su salón de clases junto a su maestra.
Recuerda que ese día estaba la madre en la escuela y compartió la alegría. Enseguida le dio el celular para llamar al padre – que vive en España- para contarle la noticia. “Él me dijo que también fue abanderado de la de Artigas cuando era niño”, cuenta.
Es martes y el reloj marca las 9:00 de la mañana. El gimnasio de la escuela N°20 está repleto. Todos se ponen de pie y entran los abanderados. Las estrofas del himno nacional se escuchan con fuerza al resonar en las paredes del recinto cerrado. Valeria hace la fila entre las niñas de 5° año.
Al mismo tiempo, Laura espera a que la nombren por los parlantes en la escuela N°53 y ocho horas después Luca entra en escena con los brazos hacia atrás y a paso firme con sus zapatos marrones, cuando lo llaman para recibir la bandera de Artigas.
En los tres casos, los abanderados del pabellón nacional –el entrante y el saliente- repiten el discurso establecido que se memorizaron.
“Esta antorcha de democracia, de justicia y de gloria”, dice una frase en referencia a la bandera bicolor. “Recojo la bandera compenetrado de lo que ella representa en gran honor”, dice otra.
La gente aplaude, ellos sonríen, miran a sus padres, suspiran. Valeria se posiciona frente al pabellón nacional. Lo mira y se llena de orgullo.
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