Volodímir Zelenski, presidente de Ucrania

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Ucrania como excusa para una disputa mal disimulada

Una guerra que comenzó con el objetivo de desgastar a Rusia en un conflicto prolongado, ahora es un conflicto militar que a los rusos les conviene alargar
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20 de junio de 2023 a las 05:04

Por Estela Pereyra

Valerii Zaluzhnyi, comandante en jefe de Ucrania, en 2014 –año del sangriento golpe de estado fogoneado por los países de la OTAN- fue nombrado subcomandante de la zona del este ucraniano que se rebeló contra el nuevo régimen. Como tal, se puede deducir que fue el responsable de la masacre de más de 14.000 civiles en el Donbás por manos del ejército de su país.

Desde entonces, los desproporcionados ataques al pueblo rusófono de Ucrania sólo dejaron plasmadas las diferencias político-ideológicas que arrastraba ese país entre el este y el oeste. Efectivamente, el este, habitado por campesinos, obreros y mineros siempre fue pro ruso y mantuvo las costumbres e ideología comunistas de la Unión Soviética. El oeste, en cambio, se caracterizó porque sus habitantes fueron resistentes a la colectivización de la URSS y se mantuvieron ideológicamente afines a un colaborador nazi, Stephan Bandera, responsable de la masacre de cientos de polacos y judíos durante la segunda guerra mundial. El golpe de estado de 2014 entronó a lo más racista de Ucrania: el odio por otras etnias no se hizo esperar, especialmente sobre poblaciones de habla rusa, aunque también se incluyen la minoría húngara del oeste ubicada en Transcarpacia y otras como la rumana, sólo por dar algunos ejemplos. A todas se les prohibió el uso de su lengua madre y se les restringieron derechos desde que asumieran los fascistas del “sector derecho” al mando del Regimiento Azov, responsable de la masacre de trabajadores en Odessa el 2 de mayo de 2014 cuando, literalmente, incineraron a 46 personas adentro de la Casa de los Sindicatos.

Valerii Zaluzhnyi, hijo de un militar soviético, alguna vez expresó su admiración y respeto por el general Gerasimov, jefe del estado mayor ruso, de quien dijo haber leído todos sus libros. Gerasimov es, hoy, uno de los estrategas rusos más destacados. Pero, a pesar de ser Zaluzhnyi uno de sus discípulos más capaces, el presidente de Ucrania lo hizo desaparecer de la escena nacional. Las razones de su “desaparición” son varias y ninguna ha sido confirmada: a) Zelensky lo habría desplazado porque Zaluzhnyi era mirado por occidente como su sucesor debido a su alto perfil y amplio respeto del ejército y hasta del pueblo hacia él pues lo miraba como un héroe nacional. b) porque el presidente chocó con este general respecto de la batalla de Bajmuth (Artemosk para los rusos) dado que, mientras Zelensky quería mantener la toma de la ciudad, Zaluzhnyi sostenía que sería una masacre y deberían replegarse hasta fortalecerse para luego volver a atacar. En este punto, muchos militares de la OTAN coincidían con él, pero el presidente ucraniano, siempre afecto a los golpes mediáticos, se empecinó con mantenerse en Bajmuth. El resultado, la derrota apabullante sufrida por el ejército ucraniano que perdió allí más de 50.000 hombres, les dio la razón a todos los que aconsejaron que lo conveniente era el repliegue. c) Zaluzhnyi podría haber sido gravemente herido en un ataque ruso a los mandos ucranianos sucedido a principios de mayo algo que quedó al descubierto cuando, el 10 de ese mes, el general no acudió a una reunión del Comité Militar de la OTAN. A partir de entonces el general más mediático de los ucranianos dejó de aparecer en redes, videoconferencias y programas de televisión a los que era muy afecto. Lo cierto es que, hasta hoy, se desconoce qué pasó con él y tampoco se sabe si ha sido reemplazado por otro general al mando de las tropas ucranianas.

¿Cuál es la incidencia de este hecho en la guerra? Pues que, a partir de su posible desplazamiento, Zelensky no logra que su ejército le muestre un mínimo triunfo a sus patrocinadores occidentales y, desde entonces, lo único que ha hecho es sumar más y más derrotas manteniendo la política de exponer a sus tropas como carne de cañón. Zelensky, obviamente, está lejos de ser un estratega político ni, mucho menos, militar: apenas si es un comediante venido a presidente que, inflado por los medios de occidente, está convencido de que tanto Europa como Estados Unidos le “deben” que él ponga el territorio de su país y la carne humana para una guerra que libra la OTAN contra Rusia para debilitarla, teniendo en cuenta que occidente, especialmente los políticos estadounidenses, visualizan la pérdida de su hegemonía en manos tanto de Rusia, como de China. Así, este sujeto interesado en ampliar su patrimonio y, también, su prestigio como si siguiera siendo el actor de televisión que fue, se pasó varios meses cacareando una contraofensiva que le daría el triunfo sobre los rusos.

Para ello, Alemania puso a su disposición los tanques Leopard, Estados Unidos le prometió los Abrams, Gran Bretaña lo proveyó de municiones con uranio empobrecido y todos los demás gobiernos de los países de la OTAN aportaron sistemas antimisiles, municiones, grandes sumas de dinero, vehículos, drones y armas de todo tipo. Sin embargo, Ucrania tiene, desde el principio, uno de los mayores problemas para lograr un “éxito” militar y mediático: no posee superioridad aérea, algo imprescindible y fundamental para enfrentar el poderío armamentístico ruso o cualquier guerra. Lo primero que sucedió fue que, a poco de llegar a Kiev, los antimisiles Patriot de Estados Unidos fueron destrozados a bombazo limpio por los rusos; el arsenal de municiones con uranio empobrecido también fue aniquilado con bombas rusas cuyas explosiones contaminantes durante varios días fueron de gran preocupación para los polacos porque el viento llevó hasta ellos la contaminación. Posteriormente, en la primera semana de la “contraofensiva”, los rusos arrasaron con los Leopard alemanes, los vehículos franceses y norteamericanos y causaron miles de bajas en las tropas de Zelensky.

Pese a que la OTAN en apariencia sigue firme con mantener la provisión de armas a Ucrania, ya hay varios países que se resisten a continuar con la guerra, más allá de que para los medios occidentales mantienen un discurso único y dominante de apoyo al gobierno ucraniano, a la vez que sostienen las sanciones de todo tipo contra Rusia. Además, muchos de los pueblos europeos, sumidos en una pobreza que no conocían desde hace años, con alta inflación y estancamiento de su economía, han empezado a repudiar que sus gobiernos destinen fondos para una guerra ajena que no les importa.

Apenas hace quince días que comenzó la contraofensiva y las pérdidas materiales y humanas son extravagantes, algo con lo que no contaba el occidente otanístico. Por otra parte, pese a que Biden sigue destinando fondos para esa guerra proxy, la proximidad de las elecciones del año que viene y la falta de “triunfos” visibles y demostrables ponen al presidente de Estados Unidos en una situación incómoda que se suma a los cuestionamientos del Donald Trump y sus seguidores. Si Ucrania no obtiene una victoria contra los rusos, la situación de Biden, quien ya es el presidente con menor popularidad en la historia de su país, se ve comprometida hasta el punto de que deberá abandonar a Zelensky a su suerte, algo absolutamente previsible si se observa lo que ya ha sucedido con otros países, como Afganistán, por ejemplo. 

En la segunda semana de la contraofensiva ucraniana, Rusia le termina de asestar un nuevo golpe: como en Bajmuth, en Zaporozhye se repite la “picadora de carne”, consecuencia de un avance ucraniano poco inteligente que pretendió llevarse por delante a los rusos a fuerza del número de sus tropas. Con municiones termobáricas que incendian todo lo que tocan, prácticamente miles y miles de soldados fueron calcinados. Esta nueva derrota, ocultada por los medios occidentales pero publicada por decenas de canales de la red Telegram con videos terribles, se suma a los fracasos de Zelensky y deja al descubierto que al mando de sus tropas no está el inteligente general Valerii Zaluzhnyi, sino algún desesperado que opera presionado no sólo por el presidente ucraniano, sino por un occidente urgido de asestarle un contundente revés a Rusia. Para la contraofensiva fueron al frente tropas entrenadas por la OTAN pero ni aun así lograron evitar ser diezmados por los rusos.

Ucrania, por su parte, también tiene otra desventaja sobre su atacante: mientras depende del envío de municiones, tanques, vehículos y armamento por parte de la OTAN, Rusia ha puesto todas sus fábricas de armamento a trabajar las veinticuatro horas de los siete días de la semana. El objetivo cacareado por Zelensky de recuperar Crimea y el Donbás está muy lejos de concretarse, a la vez que el Kremlin está más cerca de negociar una paz en términos que lo favorezcan. Son sólo ilusiones occidentales que ambos territorios vuelvan a integrarse a Ucrania. Eso no sucederá y, más tarde o más temprano, la OTAN obligará a capitular al títere de turno que se supo conseguir, se lavará las manos, responsabilizará de la derrota al payaso y dará vuelta la hoja para anotar otra nueva guerra en algún remoto país lejos de ellos, donde la carne de cañón la ponga un nuevo fantoche.

Lo dramático y doloroso son las pérdidas humanas: los soldados ucranianos son reclutados a la fuerza en los pueblos campesinos y perdidos del oeste del país. Ningún hombre o joven de grandes urbes como Kiev es llevado a la fuerza al frente de batalla, sino que el ejército se nutre de los más pobres de las localidades más recónditas. Quizás sea por ello que, en la última semana, han sucedido dos cosas llamativas: la rendición de tropas que se entregan con armas y bagajes a los rusos y el boicot a las armas que manda occidente para evitar ir a la batalla. El aniquilamiento de 50.000 soldados en Bajmuth y las sucesivas derrotas infringidas por los rusos han terminado con lo más granado del ejército ucraniano: al frente van soldados sin experiencia y con pocos días de entrenamiento, mientras que, ante la muerte de sus mandos más experimentados, los nuevos mandos carecen de criterio y experiencia para dirigir las tropas sin llevarlas al suicidio. Además, todo el armamento que manejaron siempre fue soviético, muy diferente al occidental, por tanto, no saben operar las armas ni los tanques ni los misiles que les envían sus patrocinadores.

Nada le ha salido bien a la OTAN: ni las sanciones económicas aplastaron la economía de Rusia ni los ciudadanos rusos voltearon a Putin ni lograron aislar al gran oso euroasiático ni le pueden ganar una guerra colectiva contra un solo país. Rusia ha virado sus negocios energéticos hacia loa asiáticos -especialmente China-, los africanos y ha sellado excelentes relaciones con la OPEP, por ende, con los países árabes. Como si fuera poco, veinticinco países aspiran entrar a los BRICS, mientras ya mantienen relaciones comerciales en las que han abandonado al dólar como moneda de intercambio internacional.

La guerra en Ucrania enmascara, precisamente, la puja por la hegemonía del mundo y la desesperación de occidente por el avance de la multipolaridad. Para los rusos es una guerra existencial: no puede arriesgar la seguridad de su país con la OTAN en sus fronteras. Para occidente es una guerra por la hegemonía de su moneda, sus negocios y su forma de dominar al mundo bajo su zapato para satisfacer estrictamente sus intereses, sobre todo, los de Estados Unidos.

Se han invertido los papeles: una guerra que comenzó con el objetivo de desgastar a Rusia en un conflicto prolongado, ahora, es un conflicto militar que a los rusos les conviene alargar, pese a que China, Turquía, Brasil y algunos países africanos pretendan sentar a las dos partes en una mesa de negociación. Hasta ahora, lo evidente es el rotundo fracaso de occidente no sólo militar, sino político.

La guerra, lamentablemente, seguirá. En el camino quedarán los muertos y heridos rusos y ucranianos. Como siempre, como en toda guerra, la sangre la ponen los pueblos…

 

 

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