"El Séptimo Sello", una película de Ingmar Bergman

Estilo de vida > Cambio radical

Un futuro incierto: ¿qué pasa si alguna vez logramos vencer a la muerte?

Los adelantos tecnológicos están poniendo a la muerte –una de las pocas certezas que tenemos– contra las cuerdas; ¿qué tan ético es tratar de vencerla? ¿A cuánto estamos de ese paso definitivo?
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29 de febrero de 2020 a las 05:02

"Al día siguiente no murió nadie”.

Con esas seis palabras, José Saramago abre Las intermitencias de la muerte, publicado en 2005. En la novela, el premio Nobel portugués imagina un país ficticio en el que uno de los miedos más arraigados del hombre ya no tiene razón de ser, porque la muerte decide no pasarse más a cobrar sus deudas. En su planteo, el fin biológico del ser humano desaparece, pero nuevos problemas que antes no eran tales empiezan a materializarse. 

Con esta idea sencilla y radical, el autor de Ensayo sobre la ceguera hace germinar una semilla plantada por varios a lo largo de la historia que, a su vez, se ha constituido como una de las grandes batallas de la humanidad. O al menos como uno de sus grandes misterios. O una de sus partidas de ajedrez más difíciles, si tomamos a El séptimo sello, esa obra maestra del cineasta sueco Ingmar Bergman, como referencia. Porque es cierto: casi que le hemos encontrado respuesta a todo, pero la muerte todavía está en el grupo de las dudas insondables, pegadita al Universo, las pirámides y otros enigmas parecidos.

Pero las cosas cambian. El mundo se mueve y algunos conceptos que antes eran más sólidos que el mármol del Palacio Legislativo hoy se resquebrajan ante el avance de las tecnologías. Aunque la parca siempre esté rondando y al acecho, aunque siempre pueda caer de improvisto y sobre cualquiera, está claro que hoy tenemos muchas más posibilidades de alcanzar los 80 o los 90 años que hace dos o tres siglos. Y ni que hablar si comparamos nuestra esperanza de vida con épocas más antiguas, en donde un resfrío te mataba a los 22. Año a año, avance a avance, la línea final se corre cada vez más a edades lejanas, al mismo tiempo que el período de vejez también se va retrasando. De hecho, muchos científicos declaran que la primera persona que vivirá 200 años ya nació, solo que no lo sabe aún.

De todas formas, lo que está claro es que el final está bien marcado, llegue cuando llegue. O, mejor dicho: llegar va a llegar. Y no vamos a poder volver, no al menos de manera completa. Y si aclaramos esto que a todas luces es obvio, es porque queremos dejar en claro que allí está la motivación de esta nota. Que la duda, incómoda y punzante, aparece y abre debates científicos, filosóficos y hasta religiosos. Porque, ¿hasta qué punto la muerte es, de verdad, el fin?

Hay algunos ejemplos recientes que plantan la duda y que hacen levantar una ceja. El primero tiene lugar en Corea del Sur. Allí, como parte de un documental titulado Meeting you (Conocerte, en español), una madre pudo reencontrarse con su hija muerta por medio de la realidad virtual. Durante ocho meses, un equipo de producción trabajó para crear una imagen tridimensional de la niña –que al momento de su muerte tenía 7 años–, que se fabricó a través de la captura de los movimientos de un niño de complexión similar, a lo que luego sumaron los rasgos y la voz de la hija.

El resultado final está lejos de ser impactante. De hecho, la imagen de la niña parece formar parte de un videojuego que sus fabricantes terminaron sin muchas ganas. Lo que sí remueve, lo que hace que la piel del cuello se erice, es la reacción de la madre. Sus lágrimas y balbuceos ininteligibles mientras “abraza” a su hija son terribles. Nos lleva, inevitablemente, a otra de las preguntas que dispararon esta nota y, además, abre unas cuantas más. ¿Cuáles son las implicancias morales y éticas de un experimento así? ¿Hasta qué punto no causa más problemas que soluciones? ¿Estamos listos para una revolución de este tipo, una que nos traiga de vuelta, de manera mentirosa, a personas que ya no están?

El siguiente ejemplo, además, le agrega un costado lucrativo a la cuestión. Se trata de la creciente tendencia de Hollywood en “recuperar” actores y actrices muertos para sus estrenos. Ya pasó en 2015 con Rápidos y Furiosos 7, en la que revivieron al malogrado Paul Walker, y desde 2016 se convirtió en algo recurrente para las películas de Star Wars. En la saga de George Lucas, el actor Peter Cushing regresó de entre los muertos para volver a interpretar a Moff Tarkin en Rogue One, un spin-off estrenado en ese año; la actriz Carrie Fisher, en tanto, siguió apareciendo como la princesa Leia en todas las entregas de la última trilogía a pesar de que murió en 2016, previo al estreno y filmación de las dos últimas películas. 

(La falsa) Carrie Fisher en "Star Wars: El ascenso de Skywalker" (2019).

En estos tres casos se utilizaron efectos especiales y material histórico de los intérpretes, y el resultado final fue extraño. Mientras que en los dos primeros casos ambos actores parecían casi bastante reales y  “vivos” –de hecho, los minutos del Walker “falso” son tan pocos que son difíciles de identificar–, Fisher no tuvo mucha suerte y su personaje terminó siendo una especie de “botonera” digital que lanzaba frases y reacciones con poca humanidad.

Pero la maquinaria ya está aceitada y en marcha. El año pasado trascendió que el rebelde sin causa de Hollywood, James Dean, volverá a la vida para protagonizar una cuarta película, que nunca pudo filmar dado que murió en 1955 en un accidente automovilístico. Tenía 24 años y apenas tres películas a sus espaldas. Con este experimento en el horizonte, la pregunta es quién para ahora a la industria. ¿Quién impide que, en un futuro, Cary Grant, Vivien Leigh o James Stewart sigan haciendo de las suyas en nuevas películas por los siglos de los siglos? La perspectiva es rara. Y si se quiere, un poco siniestra. 

Problemas inmortales

Está muy claro que llevar la muerte a estos extremos –o traerla, más bien– ha levantado polémica. Los dilemas éticos que despiertan estas prácticas son enormes y las preguntas, todavía más. Luego del anuncio de que una nueva versión de Dean llegaría a la pantalla, muchos pusieron el grito en el cielo; las calificaciones fueron desde “monstruoso” a “innecesario”. Lo mismo ante el caso de la madre surcoreana. Ser indiferente resulta complicado.

En el ámbito académico la situación está planteada. No son pocos los que se han puesto a pensar en las eventuales complicaciones morales, sociales y económicas de tener una población que cada vez estira más la fecha límite y que, quizás, en algún momento encuentre el remedio contra la mortalidad. 

Para Javier Mazza, licenciado en filosofía y coordinador docente del departamento de Humanidades de la Universidad Católica, un eventual hallazgo de este tipo podría, literalmente, dar vuelta a la humanidad.

“Todo lo que existe a nuestro alrededor, lo que hemos construido como humanidad, lo logramos con la certeza de que nos vamos a morir”, sentencia el académico. Y luego agrega: “Si cambiamos eso, cambia toda la jugada. Toda la cultura, el conocimiento tal y como lo conocemos, los métodos de producción, la organización social actual, todo depende de que en algún momento morimos y otra generación se hace cargo. Todo está armado con esa gran certeza que los seres humanos hemos tenido desde la época de las cavernas. Nuestra vida se organiza en torno a prevenir la muerte, alargar la vida en la medida de lo posible, y en construir el mejor mundo posible para que otros seres humanos lo puedan habitar mejor de lo que lo hicimos nosotros. Si eso deja de ser así, nos vamos a enfrentar al cambio más importante en la historia de la humanidad. Va a transformar toda la organización de la vida humana, desde el sistema económico hasta el social. Incluida la sexualidad. Porque si no nos vamos a morir, ¿nos vamos a seguir reproduciendo? Es inimaginable, pero lo cierto es que si la biología y la química siguen avanzando como lo están haciendo, quizás suceda”.

Casey Affleck abajo de una sábana en "A Ghost Story" (2017), de David Lowery

Cuando Mazza habla de estos temas, lo deja en claro: se refiere a vencer la muerte en términos reales, biológicos. Porque un rato después, las definiciones cambian y el marco se transforma: también se puede vencer la muerte de manera virtual. Ya lo han adelantado series como Black Mirror y Years and years. Y esa realidad está muchísimo más cerca que la anterior.

Hoy, cada uno de nosotros genera millones de datos digitales cada día, todos creados a partir de nuestra constante interacción con las redes sociales e internet. Y todo eso queda, trasciende al final físico, y existe la posibilidad que en algún momento –si no se está desarrollando ya– alguien empiece a reunir todos esos datos que flotan en el ciberespacio y se ponga a crear réplicas que digitalmente se comportarían de idéntica manera a personas muertas. Y que eso se comercialice y se convierta en un negocio millonario. 

“La posibilidad de convivir con seres humanos virtuales no es algo de otro mundo ya. Sería vencer a la muerte de manera virtual. Y esto se eleva a la N potencia para gente que tiene producción intelectual, o periodística. Cuando se descubra, seguramente será una máquina gigante de hacer dinero”, opina el profesional.

Así, la trascendencia virtual hoy es casi tan real y palpable como la genética, la histórico-cultural o la religiosa o espiritual.

Una especie de infinitud

Por el momento, y por fuera de estos extraños experimentos que se mencionaron en la primera parte de la nota, a lo único que pueden aspirar los seres humanos que sueñan con la inmortalidad es a vivir cada vez más. A que los avances científicos y médicos logren aplazar la línea de meta, a un punto extremo que tenga a seres humanos de 500 o 600 años poblando el planeta. Parece utópico. Pero en la Edad Media también era utópico que alguien viviera hasta los 80 años o volara en una especie de pájaro de metal de cientos de toneladas.

Eso sí: la cantidad de problemas que traería esa “especie de inmortalidad” son miles. Incluso si se dejan de lado las concepciones económicas y la imposibilidad del Planeta Tierra de aguantar esas camadas infinitas de humanos.

El partido de ajedrez en El séptimo sello

“Mientras que no hemos disminuido los esfuerzos para aumentar la expectativa de vida, tampoco hemos hecho demasiados esfuerzos para aumentar la calidad de esos años extra. Si vivimos 200 años, ¿cómo va a ser la vida en esos 120 años que ganamos? Porque si vivís 200 años para estar, después de los 80, tomando mate y mirando el techo, creo que tendríamos que cortar con estas investigaciones, porque no tendrían sentido. Es deprimente de solo pensarlo. No podríamos bancar un mundo así. No tenemos ni el espacio ni la capacidad de producir alimentos como para hacerlo. Las proyecciones, ya con la cantidad de gente que nace hoy, muestran que de acá a cuarenta o cincuenta años vamos a empezar a tener problemas de suministros. Los medios que tenemos a mano ya no dan abasto”, opina Mazza.

Romper la barrera de la muerte, entonces, no parece muy agradable. Porque aparte de la enorme lista de complicaciones y cambios circunstanciales que experimentaríamos, ¿la vida no perdería un poco de sentido? Habrá opiniones disímiles y encontradas, pero queda patente que la vida carecería den miedos y por ende de emociones, además de que estaríamos atados a una existencia permanente hasta que decidiéramos ponerle fin. Como dice Mazza, la humanidad cambiaría de cabo a rabo, en maneras que nos son incluso imposibles de imaginar. 

Por eso, y volviendo a El Séptimo Sello, lo mejor es que la partida de ajedrez se siga jugando. Y al menos por ahora, es preferible no conocer el resultado y esperar, con esa certeza casi única que tenemos, a que la muerte eventualmente nos declare su jaque mate. En ese sentido, un diálogo de la película, que mantienen la muerte y el caballero Antonius Block mientras se juegan encorvados sobre el tablero, sigue y seguirá vigente por un rato más:

La Muerte: ¿Has perdido interés?
Antonius Block: ¡Por el contrario!
La Muerte: Pareces preocupado. ¿Estás escondiendo algo?
Antonius Block: Nada se te escapa, ¿cierto?
La Muerte: Nada se me escapa. Nadie se me escapa.

 

Si te interesó el tema, podés ver algunas de estas películas:

El Séptimo Sello (1957), de Ingmar Bergman. La muerte, el silencio de Dios ante ella y una carga filosófica pesada y contundente . 
El hombre bicentenario (1999), de Chris Columbus. Sobre estirar la expectativa de vida, órganos recauchutados y sus consecuencias.
Rogue One: Una historia de Star Wars (2016), de Gareth Edwards. Para ver cómo un actor muerto regresa a la vida mediante los efectos digitales. Y porque es un gran entretenimiento.
Gattaca (1997), de Andrew Niccol. Manipulación genética y otros yuyos para alcanzar la inmortalidad o la sanación permanente. 
Destino final (2000), de James Wong. Para pasar un rato agradable entre sangre y vísceras y entender que, sea como sea, la muerte te alcanza.
Cementerio de animales (1989), de Mary Lambert. Porque a veces es mejor que la muerte sea definitiva.
A Ghost Story (2017), de David Lowery. Porque la vida después de la vida puede ser muy extraña y enigmática.

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