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Un síntoma llamado Bolsonaro

El hastío con la corrupción del PT y los problemas de violencia, dos asuntos que explican el giro de Brasil hacia una candidatura extrema
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14 de octubre de 2018 a las 05:02

Cuando durante su concierto en San Pablo, el martes 9 por la noche, el músico británico Roger Waters decidió condenar la candidatura de Jair Bolsonaro a la presidencia de Brasil, se enfrentó a la rechifla y el abucheo generalizado de los 45 mil asistentes al estadio Allianz Parque, que habían ido allí para vivarlo y cantar sus canciones.

En una parte del show, el exlíder de Pink Floyd desplegó una pantalla sobre el escenario donde exhibía los nombres de los líderes mundiales que él considera “neofascistas”. Allí uno a uno fueron apareciendo Donald Trump, la francesa Marine Le Pen, el británico que encabezó la campaña del Brexit Nigel Farage y el primer ministro húngaro, Viktor Orbán, ente otros. Pero cuando al final se sumó a la lista el nombre de Bolsonaro, la respuesta de sus fans no fue ni cerca la que el músico esperaba. Los insultos le empezaron a llover en portugués y, por si acaso no entendiera, también en inglés: “Babaca” (imbécil), “filho da puta”, “go fuck yourself in the arse”, “son of a bitch” “fuck you”, le gritaban a Waters entre otras lindezas, salpicadas con alguna que otra consigna contra el Partido de los Trabajadores (PT), cuya candidatura encabeza Fernando Haddad, rival de Bolsonaro para la segunda vuelta de las presidenciales el 28 de octubre. Y rematando todo con repetidas vivas al “Mito, Mito…”, como le dicen a Bolsonaro sus seguidores. 

La sorpresa que Waters se llevó en su recital fue un poco la que muchos nos llevamos el domingo 7 en la primera vuelta, cuando 50 millones de brasileños votaron por el candidato de extrema derecha y lo dejaron a un paso del Planalto. Las últimas encuestas lo dan como el claro favorito para ser el próximo presidente del Brasil, con cerca de 60% de la intención de voto. Lo que ha desatado una gran campaña entre sectores de izquierda de la región, que advierten contra el advenimiento del “fascismo” que, consideran, encarna el candidato; y llaman a los votantes brasileños a evitar “una dictadura en la región”.

Bolsonaro es conocido por sus exabruptos xenófobos, machistas y homófobos, además de por haber elogiado en repetidas ocasiones la última dictadura militar. ¿Pero quiere decir esto que la gran mayoría de los brasileños son entonces xenófobos, homófobos y que quieren que se instale una dictadura en su país? Seguramente no. Seguramente Bolsonaro no es propiamente la dolencia sino el síntoma. 

Las razones de su popularidad habría que buscarlas en otra parte. En primer lugar, en el hartazgo de los brasileños con la corrupción del PT, que durante 13 años en el poder encabezó un proceso de corrupción regional de dimensiones gigantescas y sin precedentes en la historia del continente. Las revelaciones de esos interminables megaescándalos de corrupción asquearon de tal manera a los brasileños, que terminaron con la destitución de la ex presidenta petista Dilma Rousseff y con el popular Lula en la cárcel.

A ello se sumó el hastío y el verdadero terror que producen en la población la inseguridad y la violencia fuera de control, en un país con 60 mil homicidios por año; lo que equivale, en un solo año, a la cantidad de asesinatos que hubo en México durante el sexenio de Felipe Calderón (2006-2012), el más sangriento en la historia de ese país, en plena guerra contra —y entre— los carteles de la droga.

Por último hay tres o cuatro cosas que irritan profundamente a la mayoría de los brasileños: el apoyo de los partidos progresistas de la región a la dictadura venezolana de Nicolás Maduro, la institucionalización e imposición de lo políticamente correcto, la demonización del pensamiento crítico y la fractura social que crearon los sectores de izquierda tanto para llegar como para mantenerse en el poder.  

Por eso Bolsonaro es una reacción. ¿Qué les ofrece el candidato de la extrema derecha brasileña a estas personas? Mano dura con la inseguridad: el hombre fuerte que viene a poner orden en el caos. Es tan grande el sentimiento de amenaza y la zozobra social por el tema de la violencia, que el 78% de sus votantes está a favor de la tenencia de armas; y 76% de ellos apoyaría la reinstauración de la pena de muerte. En lo que hace a la corrupción, a Bolsonaro no se le conoce ningún caso en cerca de tres décadas como legislador; lo que en Brasil es decir bastante. Por otro lado, a sus repudiables desplantes discriminatorios, sus seguidores los consideran exageraciones de la prensa y del clima biempensante reinante. Y en ciertos casos —en particular cuando se juntan algunos de estos temas— muchos hasta se los celebran, como cuando Bolsonaro dice que “un buen delincuente es un delincuente muerto”.

Ahora bien, en lo sustantivo, ¿podemos pensar que estas actitudes y dichos de Bolsonaro hacen de él un fascista, o un dictador en ciernes? No lo sabemos, pero parece difícil. Lo más probable es que mucho de ello sea un exceso de mal gusto para la campaña, y que cuando llegue al poder se modere, deje a un lado los agravios y gobierne en forma democrática sin atentar contra las instituciones. Lo que sí parece ser es un exponente tropical de la derecha alternativa, a la usanza de Trump o del italiano Matteo Salvini. En cualquier caso, Bolsonaro ni siquiera ha ganado aún la elección; por lo que “la dictadura en la región” contra la que tanto se predica parecería, cuando menos, un poco lejana.

Donde sí hay hoy una dictadura —y en la región— es en Venezuela, donde el fin de semana murió otro dirigente opositor en las cárceles del régimen. Una dictadura que mantiene presos políticos, viola los derechos humanos y practica el terrorismo de Estado, al tiempo que ha provocado una crisis humanitaria que se desborda por todo el continente. Sin embargo, esto no parece quitar mucho el sueño a quienes hoy advierten de los peligros de dictadura que encarna Bolsonaro. Tampoco figura Maduro en la lista de los “neofascistas” que Waters despliega sobre el escenario en sus conciertos.  

Tal vez esa doble moral sea gran parte del problema, parte de lo que desencadena estas reacciones capaces de encumbrar a los Bolsonaros del mundo. 
Para colmo ahora ya no hay vuelta a atrás; ahora los brasileños solo pueden elegir entre el extremismo de Bolsonaro o volver a la corrupción del PT. La teoría de los dos demonios bailando en el sambódromo. 

 

El Congreso del próximo período de gobierno
Jair Bolsonaro fue el candidato antisistema también beneficiado en la elección de legisladores de Brasil.
El Partido Social Liberal (PSL) de Bolsonaro recogió alrededor de 10 % de los escaños en la cámara baja, lo que le dará una base con la cual impulsar su agenda contra el crimen e introducir reformas económicas liberales si gana el balotaje el domingo 28, aseguran analistas.
De los 81 escaños del senado, el 85 % de los que estaban disponibles para elección en la cámara alta fueron ocupados por nuevos candidatos. El PSL ganó cuatro escaños en el senado, cuando antes no tenía ninguno. En la Cámara de Diputados de 513 escaños, más del 53 % de los escaños fueron ocupados por nuevas personas. 
El partido de Bolsonaro, que ganó 52 escaños, en comparación con ocho en el congreso actual, es el segundo grupo más grande en la nueva cámara baja, que asume el próximo 1° de enero.
El izquierdista Partido de los Trabajadores continúa siendo el partido más grande, con 56 escaños, pero los partidos de centro derecha dominan la cámara.  
Pero, analistas proyectan una “legislatura perturbada” cualquiera sea el presidente electo. (En base a agencias) 

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