"Oh patria amada, ¿dónde estás? Tus hijos ya no aguantan más", repetía el estribillo de la samba de Beija-flor, la escuela de samba que se encargó de cerrar este lunes los dos días de desfiles en una de las ediciones más políticas, cargadas de críticas a la corrupción, a la violencia y a la ola conservadora que ha tenido el Carnaval de Rio de Janeiro.
Si bien esa tonalidad de protesta se mantuvo de principio a fin en el Sambódromo, Beija-Flor fue la que más dio que hablar.
La escuela de Nilópolis quiso ilustrar el "monstruo" corrupto, abandonado e intolerante en el que, desde su punto de vista, se ha convertido Brasil.
Una mujer que sostenía el cuerpo de un policía muerto, evocando a la Piedad de Miguel Ángel, niños tiroteados en sus ataúdes, padres cargando los cuerpos de sus hijos heridos, jóvenes apuntando a sus víctimas en la cabeza con armas fueron algunas de las imágenes que dejó el desfile final.
También estuvo presente una réplica de la sede de Petrobras, origen del megaescándalo de corrupción en el país, en cuyos sótanos había varias personas entre rejas que conseguían salir pagando sobornos mientras, en otro punto, niños de la favela se veían abocados a vender caramelos en la calle o a ser víctimas de un tiroteo y quedar dentro de un ataúd.
En Beija-Flor tuvo espacio la intolerancia racial, religiosa y sexual. La cantante drag queen Pabllo Vittar participó en un carro a favor de los derechos LGBT.
En los desfiles del domingo también predominó la crítica política. En ese sentido, una de las escuelas más contundentes fue Paraíso de Tuiuti, que representó al presidente brasileño Michel Temer como un vampiro corrupto.
Mangueira, en tanto, identificó al alcalde de Río, Marcelo Crivella como un espantapájaros. Crivella, exobispo, cortó a la mitad las subvenciones para los desfiles justificándose en la crisis financiera y, durante el carnaval, se fue de viaje oficial a Europa, siendo el primer edil en faltar a la cita desde su inauguración en 1984.
Además de atraer a 1 millón y medio de turistas y generar más de mil millones de dólares para la ciudad, el Carnaval de Río es considerado como un paréntesis a las tragedias cotidianas de la ciudad. "Uno viene aquí y se olvida de todos los problemas. Solo pensamos en disfrutar el Carnaval y ser felices", decía Paulo Ze da Silva, uno de los músicos de Unidos da Tijuca. Sin embargo, esta edición estuvo lejos de olvidar la crisis que vive el país.
Este año hubo mayores controles de seguridad, con tests de alcoholemia para los conductores de los carros.
Hubo también "enredos" (argumentos) más suaves, como los de las escuelas que conmemoraron la creación del primer museo del país o recorrieron la gastronomía brasileña.
Por la pista de Sapucaí pasaron, entre otras, "Portela", campeona del año pasado, que clamó contra la intolerancia valiéndose de la historia de un grupo de judíos que colaboraron en la fundación de Nueva York, y "Salgueiro", que llenó la pista de color en una denuncia contra el racismo y un homenaje a las raíces negras de Brasil.
Más allá de las protestas, lo que se vivió durante dos largas noches y hasta el amanecer en el Sambódromo, con más de 70 mil espectadores, fue una competición. Los más de 3.000 integrantes de cada escuela de samba tenían un único objetivo: coronarse reinas del carnaval.
En una hora, más de 50 jueces examinaron los esfuerzos de todo un año y cada pequeño error se penaliza. La fiesta no estará completa hasta que se anuncie la escuela ganadora mañana miércoles.
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