El Estadio Charrúa está, por estas horas, en calma. Se fueron Los Teros XV, y aunque quedan los sevens, en el inicio de su preparación a los Juegos Olímpicos 2024, la locura quedó atrás. En los últimos días de julio y agosto el estadio fue un hervidero: el final de la preparación del seleccionado mayor a Francia 2023, incluidos los tres partidos de preparación, la vuelta de Los Teritos tras el Mundial juvenil y una serie de eventos para sponsors como nunca se habían visto.
El presidente de la URU, Santiago Slinger, se ofrece de guía a un tour por el corazón de esa mole que se fue construyendo con cientos de personas a lo largo de los años. Y es por esa razón que le tienen un cariño especial: es parte de ellos.
El recorrido arranca por uno de los pasillos laterales, el que da al vestuario que antes era del local y ahora es del visitante, un cambio que tiene que ver con la lógica de trabajo diaria, porque el nuevo vestuario locatario está más cerca del gimnasio. La sala de conferencias, que en una primera época era un agujero con césped, hoy es el salón donde el plantel se reúne a analizar videos, o a tener charlas. Y aparte, es el lugar donde se dan las capacitaciones a entrenadores de clubes.

Inés Guimaraens
Sala de charlas
Siguiendo por el pasillo, y subiendo una pequeña escalera, se llega al hotel: una estructura que existió desde la primera época del estadio. De hecho allí concentraban en la década de 1990 las selecciones de fútbol, incluida la sub17 que disputó el Sudamericano juvenil de 1999, donde estaban Horacio Peralta y Ruben "Pollo" Olivera, entre otros. Sin embargo, cuando la URU llegó, esa estructura estaba abandonada, y fue una de las que requirió más trabajos para ponerla a punto. Hoy, las 17 habitaciones dobles están equipadas de forma sencilla (camas, televisores, mesas de luz) pero suficiente para que concentre una delegación deportiva.
Este año las usó Peñarol los días de partido, ya que salvo en las instancias finales el plantel no concentró la noche previa cuando jugaba como local. También se alquila a equipos de diferentes deportes, y en la previa al Mundial fue el hogar de los dos preparadores físicos extranjeros que forman parte del equipo: el irlandés Dean Lester y el italiano Lorenzo Consonni. Ese hotel incluye un salón común, que en los últimos tiempos tuvo una renovación total de amoblado, gracias al acuerdo con uno de los sponsors de la URU.

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Hotel del Charrúa

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Hotel del Charrúa

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Hotel del Charrúa
El hotel, que durante la pandemia sirvió de refugio a personas en situación de calle con síntomas de covid-19, forma parte del edificio de entrada de la tribuna oficial, que da al Parque Rivera, y que antiguamente se unía a la tribuna propiamente dicha a través de puentes, que estaban separados por un patio exterior. Los patios exteriores ya no existen, o se han visto reducidos al sector central del estadio, porque el resto lo ocupan, de un lado el gimnasio y del otro la el comedor y la parrilla, que además es la zona donde se realizan los terceros tiempos. Con una operativa diaria que se ha multiplicado en los últimos tiempos, la ampliación de la cocina es uno de los próximos objetivos en cuanto a obras de infraestructura.

Maecello Calandra
Refacciones en el Estadio Charrúa

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Comedor del Estadio Charrúa
Pero quizás la gran joya del Charrúa, al menos en la parte que la gente no ve cuando asiste a un partido, es el gimnasio. Ese al que se le invirtieron varios cientos de miles de dólares desde 2012. Antiguamente era un patio, un espacio abierto, con pasto crecido. Son famosos los cuentos acera de que, en los primeros tiempos de la URU en el Charrúa, los ejercicios físicos se hacían con los arcos de fútbol en plena cancha.
El primer paso fue acondicionar una pequeña galería, de dos metros de ancho, bajo la tribuna. Allí apenas entraban los primeros aparatos que el entonces presidente Chelo Calandra consiguió con un sponsor. Pero la obra grande llegó en 2013, cuando se tiró abajo el muro de esa galería y se techó el patio abierto, con lo que la superficie del gimnasio se multiplicó y pasó de 100 a 400 metros cuadrados. Luego llegó el césped sintético para el piso, y más tarde un
upgrade para que fuera el mismo sintético de la cancha. En 2020 llegó una renovación total de los aparatos desde China, y hay planes para seguir transformándolo. No en vano el jefe de preparación física del Charrúa, Federico Izeta, asegura que en cuanto a infraestructura el gimnasio no tiene mucho que envidiarle a los principales países del mundo.

Maecello Calandra
Refacciones en el Estadio Charrúa

Maecello Calandra
Refacciones en el Estadio Charrúa

Maecello Calandra
Refacciones en el Estadio Charrúa

Inés Guimaraens
Gimnasio
Alrededor del gimnasio está el resto de las oficinas del staff: la sala de fisioterapia, con entrada directa desde el gimnasio y con actividad permanente, la sala médica, del lado del pasillo que lleva al vestuario, y la sala de entrenadores, del otro lado de la entrada principal. Junto a ellos, una de las últimas obras del estadio: una sala que antiguamente era un agujero, igual al que en la otra ala hoy es la sala de conferencias.
A esta nueva sala se le subió el piso y le bajó el techo, y se prevé ponerle cuchetas para que puedan usar equipos juveniles del interior que vienen por el fin de semana a jugar a la capital. Algunos dirigentes sueñan que, en un futuro, esa sala pueda tener piscina de recuperación, de las pocas cosas que le faltan al estadio. Pero antes vendrá la renovación de los vestuarios, a los que se les quieren hacer mejoras para que sean más cómodos para los jugadores.

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Sala médica del Estadio Charrúa

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Sala de fisioterapia

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Nueva sala Estadio Charrúa

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Vestuario local Estadio Charrúa

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Vestuario local Estadio Charrúa

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Vestuario local Estadio Charrúa
El palco es otra zona que se ha transformado radicalmente, desde una bancada abierta al la sala VIP de hoy, que permite usarlo no solo los días de partido sino que sea un salón de eventos para la URU o incluso para los sponsors en días que no hay actividad en cancha.

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Palco VIP del Estadio Charrúa

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Palco VIP del Estadio Charrúa
En cuanto a otras zonas visibles, las oficinas del Charrúa, ubicadas en la cabecera que da a Camino Carrasco, son otra de las áreas que se construyeron de cero: antiguamente era una puerta de entrada al estadio, y pasó a ser una construcción de cuatro ambientes: recepción, oficinas, sala de reuniones y despacho presidencial, todo con vista directa a la cancha.

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Sala presidencial del Estadio Charrúa

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Sala de reuniones del Estadio Charrúa

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Entrada a las oficinas del Estadio Charrúa
Lo mismo la tienda del estadio, operada por la empresa Kickoff: pasó de ser una puerta de entrada a una tienda completamente equipada y destinada al rugby, lo que hoy es uno más de los atractivos para la gente que concurre el día de los partidos, junto a los
foodtrucks y las bandas en vivo, pero que además abre los días que no hay actividad oficial.

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Kickoff, tienda del Estadio Charrúa

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Kickoff, tienda del Estadio Charrúa

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Kickoff, tienda del Estadio Charrúa

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Túinel de entrada a la cancha

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Vista desde la tribuna
La anécdota de Calandra, Mark Egan y el teléfono del Charrúa
Al frente de esas presiones estaba Mark Egan, el irlandés jefe de alta competencia de World Rugby (por entonces International Rugby Board). Flaco, alto, pelirrojo en su poco pelo, un celta típico. Es, para los países en desarrollo, la cara de la organización, quien supervisa que los planes se cumplan. Por eso, durante mucho tiempo, fue la cara más temida por los dirigentes uruguayos.
Afable pero siempre muy directo, Egan le había dicho sobradas veces a la URU que el organismo no aumentaría su colaboración (de aproximadamente 80.000 libras anuales) hasta que no viera resultados concretos. Es que se habían quemado con leche: fueron muchas las veces que habían aportado dinero que no se había usado para el objetivo propuesto. Por ejemplo, en cierta oportunidad se pidió dinero para reflotar el Country Los Teros, que tenía los problemas de siempre: estaba lejos, tenía malos accesos, por lo que se usaba poco y se deterioraba rápidamente. La URU pidió ayuda económica para reflotarlo, y que fuera el centro de alto rendimiento que el rugby necesitaba. A pesar de las promesas, los proyectos no avanzaban. La IRB envió una misión de incógnito, que constató que el Country seguía siendo apenas más que un terreno baldío, hasta con intrusos viviendo adentro. La URU también había presentado un proyecto para hacer un Centro de Alto Rendimiento en la cancha de El Tanque Sisley, y otro el Club de la Fuerza Aérea. Pero nunca cumplió.
En cada visita a Uruguay, Egan era claro: para que IRB invierta más plata, primero necesitan mostrar trabajo y otras fuentes de donde pueden obtener recursos, proyectos cumplibles. Por ejemplo, en 2008, en una entrevista con El Observador, adelantaba exactamente qué camino se debía seguir: «Uruguay y varias uniones tienen una forma especial de organizarse que no siempre es la mejor manera de llevar adelante un negocio. Las autoridades se renuevan cada dos años, por lo que no hay consistencia en la planificación. La IRB tiene dinero para invertir, y quiere que ese dinero se utilice sabiamente [...] Tenemos que asegurarnos de que haya un staff profesional para administrar la Unión, que haya gente en el desarrollo nacional, y que la Selección tenga un head coach full time. La IRB tiene 116 países que asistir, por eso nos vamos a reunir con el ministro de Deportes, porque el Estado también debe ayudar, nosotros solo podemos dar un parte de la ayuda».
Eso lo sabía Calandra cuando, en marzo de 2012, viajó a Buenos Aires a reunirse con Hernán Rouco Oliva, gerente de IRB para Sudamérica. Le dijo: «Yo sé que no tenemos credibilidad de parte de IRB». «Ninguna –acotó Rouco–. No salgas a pedir nada porque la IRB no cree en el rugby uruguayo». Calandra le respondió: «Yo voy a hacer. Y después le voy a pedir apoyo a IRB».
El 13 de diciembre de 2012 el presidente de la URU volvió a Buenos Aires, donde Egan estaba de visita oficial, para presentarle el proyecto. Con traductor de por medio el dirigente irlandés le dijo, mientras comían sushi: «Chelo, este proyecto es muy bueno. Pero lo voy a creer el día que me llames desde un teléfono instalado en las oficinas de la URU en el Charrúa». Seis meses después, esa llamada se hizo desde un número bien simbólico que Calandra había pedido a Antel para la línea del Charrúa: 2600 2003, por el segundo mundial en el que participaron Los Teros. Se había derrumbado la mayor barrera: la de la confianza.
(extracto del libro Los Teros, una historia de orgullo y sacrificio del rugby uruguayo)