Opinión > EDITORIAL

Una batalla invisible

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30 de noviembre de 2019 a las 05:03

Una de las batallas que deberá enfrentar el gobierno multicolor liderado por el nacionalista Luis Lacalle Pou a partir del 1° de marzo será invisible y en el territorio de la cultura y el imaginario colectivo.

Cuando pase el tiempo y se calmen las pasiones habrá tiempo para analizar lo que sucedió con artistas y agentes culturales durante el tramo final de la campaña. Es un dato de la realidad que muchos oficialistas cayeron en la cuenta que a más de medio Uruguay le sentó mal que un reducido grupo de figuras conocidas de la música, las letras, el teatro y el carnaval se autoproclamase portavoz de La Cultura, en mayúscula.

La reacción en las urnas de las mayorías ante esa apropiación indebida típicamente capitalina de sectores de clase media que estilan salir casi diariamente en medios de comunicación públicos, y son contratados directa o indirectamente por ministerios o entes públicos, fue clara y de rechazo.

La cultura y los artistas tienen todo el derecho de apoyar a quien quieran, decir lo que piensan sobre política y hacerse cargo. Lo que no se dieron cuenta es de que deberían ser un poco más humildes al decirles a sus seguidores –donde seguro hay de todos los partidos políticos– que si no votaban al Frente Amplio es porque no piensan, son ignorantes.

Acusar a un ciudadano de no pensar es un acto de soberbia y arrogancia propia de los peores regímenes autoritarios, donde un puñado de iluminados se atribuyen la potestad de ser dueños de la sensibilidad artística, las expresiones culturales y los gustos moralmente aceptados.

Fue un dislate por donde se lo mire. Un hecho altanero que permitiría explicar uno de los tantos motivos por los que el Frente Amplio perdió las elecciones ante un Luis Lacalle Pou al frente de una coalición de cinco partidos políticos con identidades bien marcadas.

Debe ser muy frustrante para los artistas devenidos en juntavotos que les pidieron a los ciudadanos que “piensen”, perder en las urnas ante un político de quien pasaron años burlándose, diciéndole “pompa de jabón” o su diminutivo descalificativo, “pompita”.

Ahí radica el meollo de la cuestión que nos lleva al punto de este editorial. ¿Cómo llega un país a esta situación? ¿En qué momento la cultura y el imaginario pasaron a ser propiedad de un grupo de personas que piensan igual, se ríen de los mismos chistes, y aceptan las mismas burlas?  ¿Por qué la otra mitad de Uruguay se mantuvo callada y omisa cuando una élite se apropiaba sin debate de las artes, la academia, la educación, el carnaval y demás expresiones?

La llegada del nacionalista Lacalle Pou al poder en Uruguay abre un signo de interrogación en el territorio de la cultura. La política cultural se encuentra apenas delineada en el programa de gobierno de la coalición para el cambio por lo que es de esperar que lleguen tiempos de mucha anarquía para el arte y la cultura.

Ojalá que el nuevo gobierno que cambia de signo se anime a salir de la zona de confort y no se refugie por pereza o política en los tradicionales arquetipos culturales y artísticos que la izquierda hábilmente impuso en el imaginario y que hoy condicionan la forma de ver el país.

No hay que olvidar que el arte y la cultura liberan.

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