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El campeón del mundo: una historia uruguaya de testosterona, músculos y lágrimas

El documental sobre el fisiculturista uruguayo Antonio Osta es más que una historia de victorias y derrotas: es la radiografía de un personaje único que se fue antes de tiempo
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17 de octubre de 2019 a las 05:03

Antonio Osta llegó a la cima y fue el mejor de todos. La élite del culturismo lo consagró entre los mejores y colgó los laureles de sus músculos grecorromanos, que esculpidos entre pesas y esteroides marcaron su vida y lo terminaron matando. Después de probarse el traje del campeón del mundo, el Maradona del fisiculturismo uruguayo llegó de vuelta a su tierra para ser el representante del Olimpo en la tierra, un Adonis autóctono que se valía de su labia y su avasallante personalidad para encantar a los jóvenes y seguir estirando un legado que, sobre el final, se fue mezclando con la pena y el desconcierto. Atrás quedaron los festejos en el recibimiento de su pueblo, los trofeos conseguidos en Europa, las medallas que, antes en su cuello, juntaron polvo durante años en las paredes de su casa en Cardona.

Osta, como otros deportistas destacados del país, fue el mejor y vivió lo suficiente para ver cómo esa reputación se iba diluyendo en la rutina del interior profundo. Pero también vivió lo suficiente para reconvertir su vida y transformarse, de un día para el otro, en actor. Fue coprotagonista en la comedia uruguaya Clever (2016), una película de los directores Federico Borgia y Guillermo Madeiro que, de alguna manera, hablaba de temas que lo concernían: los músculos, lo que significa ser hombre, su propia masculinidad en debate. Osta encandiló tanto a los directores que entendieron que su personaje bien valía una película propia. Decidieron, entonces, hacer un documental: sería un reflejo del Antonio Osta que vino después, el que recuerda sus gestas con emoción mientras discute con su hijo Juanjo por cosas de la casa y las mujeres que los dejaron solos.

Para allí fueron Borgia y Madeiro. Durante un año viajaron de manera periódica a Cardona y filmaron a Osta y a su hijo adolescente en su hábitat natural. Se quedaron uno o dos días seguidos en una casa que estaba a media cuadra de la del culturista y filmaban, pero tampoco era que filmaban todo. Sobre todo fortalecían el vínculo que había comenzado en Clever y se convertían, de a poco, en personas muy cercanas. Los Osta y los directores comían juntos, pasaban horas sin hacer nada, a veces los cineastas hasta se encargaban de despertar a esa familia de dos. Pero un día se terminó. Durante un viaje a México para dar una serie de charlas sobre la química detrás del fisiculturismo, Osta murió. No tenía seguro médico y una insuficiencia renal que venía arrastrando en su maltratado y escultural cuerpo decidió poner punto final a todo. Era agosto de 2017. Y tenía 43 años.

“Fue una piña en la cara”, comenta dos años después Madeiro en el café de Cinemateca. A su lado está Borgia, y en la mesa reposan dos postales promocionales: una lo tiene a Osta en su plenitud, exhibiendo músculos enormes y tersos; en la otra esta pelado, doliente, cansado y con la cabeza de su hijo en el hombro. Sobre ambas imágenes, un título: El campeón del mundo. A pesar de la muerte del protagonista –el imán que lo había iniciado todo– la película se terminó. El material se resignificó y se convirtió en un testimonio diferente. Y desde este jueves, El campeón del mundo se puede ver en Cinemateca y la Sala B del Auditorio Nelly Goitiño.

“Más allá de la película y lo laboral, le teníamos un cariño muy grande y habíamos pasado años intensos juntos. No la vimos venir. Si bien él hablaba de eso, al menos yo nunca se lo creí del todo”, comenta Madeiro, que antes había recordado como durante la función de la película en el Doc Montevideo –el preestreno oficial– la energía que había en el ambiente era increíble. En esa función estuvo su hijo y varios conocidos del malogrado protagonista.

Claramente, el final de Osta llenó de dudas a la dupla detrás de la producción. Después del duelo y de alejarse durante un tiempo del material que habían filmado, la ética de mostrar lo que tenían se puso en debate. “Él tenía muy claro el tipo de película que estábamos haciendo. Sabía que buscábamos una historia que se nutría de un conflicto personal, de los conflictos en los vínculos. Sabía que nosotros no pretendíamos rescatar a un campeón, mostrar su épica. Su hermana la pudo ver hace poco y nos confirmó que a él le hubiese gustado como quedó”, cuenta Borgia.

Lo que dice esta parte de la dupla creativa es cierto. El campeón del mundo puede que aparente ser una película sobre lo que viene después de la gloria, pero encierra varios temas más que le dan una profundidad inaudita a la producción. Como pasaba en Clever, el conflicto sobre lo que significa ser hombre, el macho alfa, el proveedor de la familia, se pone constantemente sobre la mesa, y a medida que Osta abre la boca y cuenta su particular visión de este tema, quedan en evidencia las infinitas capas que la masculinidad de estos dos hombres –padre e hijo–  tiene. La diferencia, y los directores están de acuerdo, es que en Clever la masculinidad se ponía en tela de juicio a través del humor. Acá la cosa va por el lado del drama. Y, a veces, roza la tragedia. Como cuando el "forzudo" y un amigo hablan sobre qué películas los hacen llorar.

Es sorprendente el nivel de intimidad al que el espectador accede en El campeón del mundo. La cámara se mete en discusiones e instancias familiares que en cualquier otro lado se barrerían debajo de la alfombra, pero en la familia Osta se exponen y confrontan. Una discusión en particular sobre la relación de cada uno con las mujeres de sus vidas estremece y eriza la piel.

“Nos dábamos cuenta que teníamos un acceso muy privilegiado. El segundo día ya lo estábamos filmando en la ducha”, dice Madeiro. “Ellos eran proclives a ser filmados. Antonio desde un principio, y después descubrimos que Juanjo también. Él también tenía cierto imán, porque cuando empieza a revelarse como persona y personaje en la película, se convierte en un coprotagonista”, agrega Borgia.

Obviamente que el final de su protagonista, más todas las declaraciones sobre la percepción de la muerte y la vida que muestra durante los 75 minutos que dura El campeón del mundo, conspira para que este sea uno de los documentales uruguayos más removedores que se hayan visto en los últimos años. Con el diario del lunes, la muerte de Osta hizo que el material recogido por Borgia y Madeiro alcance una potencia emocional increíble, pero es cierto que también podría haber salido muy mal si no se manejaba correctamente. Por suerte, no es el caso.

Hay un momento, sobre el final, que es particularmente hondo y profético. Osta, tirado en una cama tendida y con una gorra de lana puesta, mira al techo y habla de la muerte. Dice: “Quizás con 43 me esté muriendo, pero lo hago como yo quiero. Quizás sea un día más de una década más, o dos o tres. Igual siento que falta, me siento inconcluso. Y un hombre debe sentirse lleno, satisfecho”. Pausa. Piensa. Remata: “Como después de comer mucho asado”.

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