Lo más probable es que uno se confundiera cuando miraba a Luisa Cuesta o la oyera hablar sin escucharla. Cuesta, muerta hoy a los 98 años, tenía cara de buena y ese andar desvalido y frágil que tienen casi todas las personas que llegan a esa edad. Pero ahí termina cualquier mirada piadosa o indulgente que se quiera hacer de esta mujer que durante cuarenta años buscó a su hijo desaparecido y que recibió un premio Honoris Causa de la Universidad de la República, fue nombrada Ciudadana Ilustre por parte de la Intendencia de Montevideo y el Correo Nacional estampó su rostro en un sello.
Cuesta no solo fue implacable con los dictadores y sus cómplices que en 1976 atraparon en Buenos Aires a su hijo Nebio Melo –militante del Partido Comunista Revolucionario- y lo convirtieron en nada o, más que nada, en memoria. Cuesta también fue muy dura con los presidentes democráticos a los que acusó de insensibles y hasta con compañeros a los que criticó por su aparente tibieza en la búsqueda de verdad y justicia.
Fundadora en 1989 del grupo de Madres y Familiares de Detenidos Desaparecidos, Cuesta emigró en 1976 a Holanda con su nuera y su nieta Soledad, y volvió en 1985 para continuar la búsqueda de su hijo. Desde entonces golpeó muchas puertas pero en las casas del poder casi nunca le abrieron. “Yo digo ¿nunca se les ocurrió ir a un acto nuestro? ¿les parece más honorable ir a un acto de criminales que a un acto de quienes sufrieron la represión de los criminales?”, dijo luego de enterarse de que los expresidentes Julio María Sanguinetti y Luis Alberto Lacalle habían concurrido a un acto de los clubes de militares retirados en donde se defendió lo actuado durante la dictadura.
Y hasta le tiró con todo al expresidente José Mujica. “El nuevo presidente no quiere ni que se hable de la ley de Caducidad ni de los que están desaparecidos. Cuando llegó no quiso hacer nada. Porque para él estaban mejor los milicos que los desaparecidos. Me hizo agarrar unas rabietas… Pareciera que están de acuerdo entre ellos, se acomodan. No sabes por qué ni cómo”, dijo.
En cambio, siempre le reconoció al colorado Jorge Batlle el gesto de haber recibido a la organización de familiares cada vez que pidieron audiencia, y apoyó con resolución a la Comisión para la Paz que era resistida por buena parte de sus compañeros. “A la orden: en mi casa me manda mi madre y aquí me manda usted”, le dijo Batlle mientras le hacía la venia en la misma Casa de Gobierno.
Cuando desde el Frente Amplio se impulsó la anulación de la Ley de Caducidad, Cuesta sintió que la querían “utilizar políticamente” y lo dijo en el libro de entrevistas “Viejos son los trapos” de los periodista Raúl Ronzoni y Mauricio Rodríguez. “(La campaña fue promovida) por el partido Comunista que nunca hizo nada por ninguno de los desaparecidos de ellos, por el Nuevo Espacio de Michelini y por el PVP. Yo lo conozco a Rafael; hoy dice una cosa y mañana se desdice”, apuntó Cuesta.
En marzo de 2012 caminó por los tenebrosos alrededores del Batallón 14 en donde se encontraron unos restos humanos que resultaron ser los del maestro Julio Castro. Mientras dos compañeros la sostenían de ambos brazos, se la vio enfurecida ante las pruebas de la infamia. “Estoy ciega, sorda y muda. Los milicos, uno a uno, son todos unos sinvergüenzas. No se puede esperar otra cosa de ellos”, sentenció.
Luisa sabía que el tiempo se le terminaba y que, seguramente, nadie podría darle ni siquiera los restos de aquel a quien desaparecieron hace más de 40 años.
“Yo nunca le inculqué la política ni nunca le dije nada, pero claro… Él veía cómo yo actuaba en todas las cosas. Y desde chico… vamos a decir… era rebelde por nacimiento”, ha dicho Luisa para explicar la peripecia de ese hijo que, muriendo, engendró la lucha de esta madre que hoy se despidió de la vida.
Una versión anterior de esta nota fue publicada por primera vez el 7 de Marzo de 2014 cuando Luisa Cuesta fue homenajeada con un sello del Correo.
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