Las vacaciones de Hilda

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Una mujer, un verano y las fisuras del pasado: Las vacaciones de Hilda llegó de San Sebastián y ya está en cines

La ópera prima del realizador Agustín Banchero es un relato oscuro y memorable sobre una mujer que enfrenta los fantasmas de su pasado
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15 de octubre de 2021 a las 05:01

Hilda es hermética. No hay fisuras en su cara, en su actitud, en la manera en la que maneja camino a su oficina en el pueblo de Concepción mientras canta Puerto Montt de Los Iracundos. Pero las fisuras, de todos modos, la rodean. La luz entra, por ejemplo, a través de las rendijas de los silos viejos que visita como parte de una inspección de rutina. Habitan también en las paredes y los techos de su casa, en donde la humedad se cuela casi como un mensaje, una advertencia. Y, de repente, en ese invierno subrayado, pegoteado y solitario, la vida de Hilda da un vuelco cuando su hijo mayor le anuncia que vendrá de visita desde el exterior. La sombra de una sonrisa le cruza el rostro. Los fantasmas de un pasado que hasta ese momento se desconoce, asoman. Y esas fisuras del exterior, y también de las vidas que quedaron atrás, la alcanzan.

Las vacaciones de Hilda es la ópera prima del realizador uruguayo Agustín Banchero (34), está protagonizada por la actriz Carla Moscatelli, se presentó oficialmente en el último festival de San Sebastián y es una de las películas uruguayas más interesantes y potentes de los últimos años. A partir de un relato que se divide en dos mitades bien diferenciadas –el invierno, ese presente de Hilda mencionado más arriba, y el verano, el recuerdo de unas vacaciones en familia que resignifica todo lo visto anteriormente–, el cineasta, dramaturgo y artista plástico explora la subjetividad del tiempo, trabaja la expectativa del espectador y presenta una obra formidable que se hace fuerte desde lo visual, sonoro, narrativo y semántico. El entretejido de la película es profundo, y se sirve de la ductilidad de Moscatelli, de una edición precisa y de la fuerza de sus imágenes e ideas para sostenerlo en pantalla. La actriz se desdobla en dos Hildas muy diferentes que, sin embargo, se complementan, y así construye un personaje oscuro, serio al extremo, lleno de heridas y profundamente memorable.

Las vacaciones de Hilda

La producción, claro está, no apunta a todos los públicos. Las preguntas son muchas, uno se la queda rumiando durante días, el relato es exigente –sobre todo en esa primera mitad, la más cerrada y demandante– y su director lo sabe. Por eso, en una entrevista que se realiza a horas del estreno y en medio de un martes tan húmedo como las imágenes de las paredes goteantes que filmó, lo dice y lo repite: la mejor experiencia con Las vacaciones de Hilda es la que se vive adentro de la sala. Es allí donde sorprendió a los espectadores y críticos en el San Sebastián 2021 –y en años anteriores, en la sección Cine en Construcción, de ese mismo evento–, y allí es también donde se la puede encontrar desde este jueves. 

¿Cómo recuerda los dos pasajes por San Sebastián?

La primera vez que fui no la pasé bien, porque estaba muy nervioso, pero fue un buen aprendizaje. Me preparó para este 2021. Sentí que tenía las cosas más claras, o al menos entendí que, al fin y al cabo, uno hace películas para que se vean en el cine y para que a la gente le guste o no. Y si yo no podía disfrutar de eso, perdía sentido. Este pasaje por San Sebastián me encontró más relajado, pude tener un intercambio con el público, con la prensa, y eso me ayudó a ganar confianza y a crecer. Porque está todo bien con vivir esto de manera intensa; el asunto es no vivirlo mal.

¿Qué estrategias tiene para evitar eso?

No entro a la sala cuando pasan la película, por ejemplo. Me voy. La película me sigue afectando, aunque la vi millones de veces, y cuando la veo con público es como si siempre la estuviera viendo por primera vez. Escucho como la viven. En San Sebastián preferí presentarla, salir y después volver para las preguntas. Eso fue en la práctica. Y después se trató de compartir con Vicky (Virginia Bogliolo) y Juan (Álvarez Neme), los productores, esas emociones que surgían y conversarlo. Cuando no te sentís tan solo es más fácil.

Agustín Banchero

¿Cómo se viven los años previos a la ópera prima? ¿Cómo se prepara el cuerpo y la mente para esa instancia?

Yo considero los cortos como películas, porque con ellos uno se va curtiendo. No tienen nada que ver, y no llegan a tanta gente, pero participé en otros festivales con algunos de ellos y la exposición, a otra escala, había estado. Digo esto porque a veces se confunde la idea de que la primera película es el primer largometraje. No quiero decir que antes hice una obra buena, sino que esos cortos también son parte y el día de mañana no me va a preocupar volver a ese formato si creo que lo necesito. Hay una idea preconcebida de que uno hace cortos para hacer largos. Y mucha gente lo ve así, pero pensá en la literatura. ¿Escribís cuentos para escribir después novelas, y después no podés volver a los cuentos? Raymond Carver decía que enseguida se dio cuenta de que le aburrían las novelas largas, y que por eso nunca iba a poder escribirlas. Y si nunca podía escribir novelas, nunca iba a poder ser un gran escritor. Entonces se dedicó a escribir lo que podía, que eran cuentos, se sacó un peso de encima y mirá cómo terminó. Como uno de los mejores escritores de la literatura universal.

Dicho esto, sí hay una expectativa sobre la ópera prima, que viene de la mirada externa, de la pregunta, de la presión. Hay un fantasma que corre, que te dice que si te queda mal la película nunca más vas a filmar, como si fuese una prueba de fuego. Eso existe. Pero toda esa presión desaparece cuando te concentrás en el día a día, o por lo menos a mí me pasa. Si voy al detalle del trabajo diario, ya está. Quizás los miedos vienen de nuevo cuando terminás la película, pero ahí ya no podés cambiar nada.

Y dentro de las partes de esa presión que hay que apartar, también imagino que está la de la línea del éxito y el fracaso.

Intento no pensar en términos de carrera. Y la variante éxito intento no manejarla porque tampoco quiero manejar la variable fracaso. Cuando estaba haciendo Las vacaciones de Hilda pensaba que tal vez no iba a hacer otra película. Hay cinematografías e industrias que hacen que los directores no solamente crezcan como autores, sino también que sea un oficio. Acá en Uruguay sucede, y lo respeto muchísimo porque sé que es difícil y es un trabajo. En mi caso, intento ver la película como un todo, y en el momento. Es algo que lleva mucho tiempo, y más con los procesos míos, más todos los temas de financiación que ya sabemos, y no podemos estar pensando en una eventual carrera. Es más, ahora me sucede algo particular, que es que enganché un proyecto con el otro. Las muertes pasajeras se enganchó sin querer con esta película y para mí fue rarísimo. Sobre todo porque Las vacaciones de Hilda se iba a estrenar el año pasado, y por la pandemia no se pudo. Y como no pude reestrenar mi obra de teatro y me quedé quieto, avancé mucho en la escritura, mejoré un guion y tuvimos la suerte de ganar fondos. Me pasó algo que nunca hubiese estado dentro de mis planes. Y me gusta vivirlo así: con honestidad, intensidad, y con los tiempos que marque el contexto.

Las vacaciones de Hilda

Su obra se extiende por fuera de los márgenes del cine; también es dramaturgo y artista visual. ¿Cómo confluyen todas esas aristas?

Hay una cuestión práctica que nos hace dividir las expresiones artísticas en distintos formatos. Por ejemplo, dónde se ven las cosas, si en un museo o en un cine, o en una sala de teatro. Ahora, desde el punto de vista de la creación, no lo concibo desde ahí. Yo empiezo a trabajar un material y después veo para dónde va. Me pasó con una obra de teatro, La segunda luna de Júpiter, que iba a ser un corto, después pasó a ser un medio y en un momento me di cuenta de que tenía que ser una obra de teatro. Las vacaciones de Hilda también tiene un proceso de trabajo muy parecido al teatral, en el sentido de que intentamos trabajar en un proceso de largo aliento, donde no se trataba de tirar una escena y esperar que me dieran algo. Quisimos construir personajes, indagar en la investigación actoral, y eso es más parecido a lo que se hace en el teatro. Por otro lado, en artes visuales yo en general hago instalaciones y video, tampoco es que hago algo tan alejado de la imagen en movimiento. Evidentemente eso también permeó en la película: el trabajo con las proyecciones a la hora de mostrar el interior del personaje, las texturas, el movimiento, la pantalla dentro de la pantalla.

¿Esa concepción de los formatos más híbridos estuvo siempre?

Nunca lo controlé. Cuando era adolescente lo que quería era ser escritor, y después empezaron a pasar cosas. Estudié cine, pero porque quería contar algunas cosas y pensé que era la mejor manera. El cine se acercó a mí de manera particular, porque mi tía es cineasta, vive en México y vino a filmar acá cuando yo tenía 13 años. Ahí agarré una cámara, me empecé a copar, y me juntaba con amigos como Matías Ganz (NdR: que también es realizador) y filmábamos cortos con la cámara de su madre. Pero no tuve nunca una idea clara de carrera. Hoy tengo muchos vínculos con las letras, soy profesor de guion, me gusta escribir, y en la dramaturgia lo ejercito mucho. Me sirve escribir porque es la primera forma en la que uno exterioriza las cosas, y cuando eso está ahí afuera podés entender lo que querés mucho mejor y empezar a investigarlo.

Las vacaciones de Hilda se propone como una película en la que el espectador debe necesariamente completar las preguntas que deja colgadas. ¿Cómo se trabaja esa búsqueda de un cine más activo?

El cine que más me interesa a mí es el que sale de la pantalla, el que autocompleta el espectador. La película está dividida en dos partes, y en el medio hay un tiempo no contado. Me pasó, hablando con los primeros espectadores de San Sebastián y mis allegados, que cada uno se armó una película diferente en ese vacío. Creo que la laguna genera reflejos, y ese reflejo permite que el espectador se vea a sí mismo. Termina completando la película con algo suyo y para mí eso es alucinante. Por eso intento evitar las explicaciones o las aclaraciones. Yo tengo las mías, pero si las digo puedo direccionar la mirada y, por mi rol, parecería como que esa es la interpretación definitiva. La película está hecha para completarla. Y por eso no la veo como una película hermética, sino al revés: abierta, concreta. Generalmente, los vacíos son reflejos y yo quiero que el espectador tenga la seguridad como para decir "pasa esto, porque pasó esto otro".

Carla Moscatelli y Agustín Banchero

¿De qué influencias se nutre Las vacaciones de Hilda?

En el proceso creativo intentamos laburar con referencias que no fueran cinematográficas, para intentar explorar nuestra mirada. Buscamos muchas referencias literarias, pictóricas, referencias musicales, para no intentar imitar algo ya construido. Pero si tengo que hablar del cine que me gusta, me interesa mucho Carlos Reygadas, Apichatpong Weerasethakul, Andrey Zvyagintsev, Paul Thomas Anderson. Lucrecia Martel también me gusta muchísimo. Todos estamos influenciados por ella, marcó el cine latinoamericano, un antes y un después. Y fue tutora del proyecto en una etapa de laboratorio, también. Pero de nuevo, intentamos en el equipo que esas influencias no invadieran tanto. Se trató de construir nuestras propias reglas para la película. Qué vale y qué no vale. Y a partir de ahí fuimos a los extremos. Pero creo que es peligroso, sobre todo por una cinematografía tan nueva como la uruguaya y más todavía para un operaprimista como yo, tener muy presentes a sus referentes porque tendés a ir hacia allí.

¿Cómo fue el trabajo con Carla Moscatelli, la protagonista?

Yo la conocía del teatro, y después edité una serie que se llamó Feriados y uno de los capítulos lo protagonizaba ella. Para la película casteamos a mucha gente, y cuando apareció mostró unas capacidades actorales impresionantes y una sensibilidad que se acercaba a lo que estaba buscando. Yo quería una compañera de ruta, porque sabía que esto iba a demorar muchos años; quería una creadora, no solo una intérprete. Ella creó muchísimo. Yo tenía mis referencias claras, pero todo lo que pasara en pantalla tenía que ser verdad y no quería caer en estereotipos, en construcciones predefinidas. Quería que Hilda fuera una persona real y Carla lo hizo.

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