Mujer con el rostro cubierto grita contra inmigrantes

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Una ola de violenta xenofobia recorre Sudáfrica

El Estado, el sistema político y gran parte de la sociedad sostienen posturas de rechazo, discriminación y violencia contra los inmigrantes legales e ilegales
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18 de agosto de 2022 a las 08:28

Desde la abolición del apartheid y la posterior asunción de Nelson Mandela como presidente en 1994, la república de Sudáfrica, que parecía destinada a un futuro de prosperidad, paz social y disminución de las desigualdades, ha transitado en cambio por una senda plena de dificultades hacia una actualidad contradictoria y dramática.

En el país más rico del continente africano (su PBI representa el 25% de todo el PBI continental), con una renta media-alta de acuerdo con los estándares internacionales, campean aún la pobreza, la marginalidad, la violencia social (la tasa de homicidios es una de las más altas del mundo), la desocupación, el racismo y la xenofobia.

En un artículo difundido por Globetrotter, un sitio dedicado al estudio de la democracia y la equidad, el periodista y académico Richard Pithouse se ha centrado en el análisis de la xenofobia actual en Sudáfrica, que, si bien responde a una situación global, en ese país adopta formas particularmente violentas.

La acumulación día a día de insultos, maltratos y hostigamientos en el Estado y en la sociedad se expresa a veces en violencia abierta callejera con personas migrantes golpeadas, atacadas con hachas y quemadas vivas. Esta violencia era hasta ahora privativa de enfrentamientos y reyertas tribales en otros lugares del continente o en comunas de la India.

En estos casos, el Estado tiende a permanecer expectante ante los hechos y sólo cuando la violencia ha cesado se hace presente para arrestar gente, usualmente a los atacados y no a los atacantes. Las víctimas son habitualmente trabajadores pobres de origen asiático o de otras partes de África que se ven enfrentados a un movimiento de pinzas entre las bandas violentas y la policía.

La gravedad de la situación cobró cuerpo y atención internacional cuando en mayo de 2008 la violencia estalló en Alexandra y Johannesburgo y se extendió rápidamente a siete de las nueve provincias sudafricanas, con el resultado de 62 muertos, incluyendo sudafricanos, mozambiqueños, zimbabweanos y somalíes. Miles resultaron heridos, 40.000 extranjeros dejaron el país y más de 50.000 sufrieron desplazamientos internos.

En muchos casos, la intolerancia hacia los inmigrantes se debe a la competencia por los recursos y los puestos de trabajo en una realidad económica que dista de ser floreciente. Resulta particularmente difícil la situación de los más vulnerables, como las mujeres y los niños que suelen ser objeto de agresiones sexuales masivas.

Al año siguientes de los hechos de 2008 asumió la presidencia Jacob Zuma, quien desde el principio dejó claro su postura abiertamente favorable a un chauvinismo étnico que orientaba la acción del Estado en favor de pertenencias a ciertas comunidades, a ciertas etnias o nacionalidades. En KwaZulu-Natal, la provincia de origen del presidente, no era raro constatar la negativa oficial a entregar casas u otro tipo de ayuda social a quienes eran “de otras provincias” o estaban “bajo el influjo de extranjeros”. En muchos casos se promovía la delación y la “limpieza” de las comunidades por sus propios habitantes.

Según Pithouse, a 14 años de las matanzas de 2008, la situación ha empeorado. La mayoría de los sudafricanos ha vivido en estado de crisis permanente desde las épocas de la apropiación colonial de las tierras, el ganado y las riquezas naturales. Pero ahora, para la gran mayoría de la gente joven, la crisis ya no toma la forma de la explotación despiadada del trabajo en el capitalismo racista. El año pasado el desempleo trepó a un 77,4% entre los jóvenes, el nivel más alto entre los países del G20. Según el filósofo Achille Mbembe, la intersección de racismo y capitalismo ha transformado a la gente en “residuos”.

El dolor y la frustración de los jóvenes viviendo en estado permanente incertidumbre laboral deriva en consumos problemáticos, como la heroína, en depresión, ansiedad o violencia, muchas veces de género.

En esta crisis de verdadero abandono social, hay intentos de construir vínculos y asociaciones en torno a objetivos comunes para preservar la dignidad y la identidad humanas. Pero lamentablemente, alerta Pithouse, también se construyen vínculos alrededor de posturas xenofóbicas, incluso con elementos fascistas. Muchos jóvenes, hombres generalmente, se someten a la autoridad de un líder demagógico, se visten con alguna prenda distintiva, como una camiseta de cierto color, y ejercen su violencia compensatoria en actos de “limpieza” de la sociedad.

Como no podía ser de otra manera, los principales partidos políticos, incluyendo al gobernante Congreso Nacional Africano (ANC), acompañan el corrimiento social hacia la derecha volviéndose crecientemente xenofóbicos. El partido histórico de Mandela ha tenido desde hace años una política claramente de exclusión en materia inmigratoria y ahora se apresta a dar por finalizado el permiso, vigente desde hace 10 años, para que alrededor de 180.000 zimbabweanos puedan vivir, trabajar y estudiar en Sudáfrica.

El vocero del ANC, Pule Mabe, ha dicho recientemente que “se declaraba abierta la temporada (de caza) sobre los inmigrantes ilegales”, agregando que el estado “no podía hacerse cargo de resguardar su seguridad”. En una conferencia del partido se propuso “una estrategia coordinada para rastrear inmigrantes ilegales” y recomendó a todas las ramas del partido que tomaran la iniciativa en este tema.

Las perspectivas políticas de cara a las elecciones de 2024 no parecen ser las mejores para el ANC, que se estima ha perdido el control político de las principales ciudades del país, pero los posibles aspirantes a ocupar el poder vacante están todos moldeados en un tipo de populismo autoritario centrado en la xenofobia.

Herman Mashaba, un empresario devenido creciente estrella política en el firmamento sudafricano, profesa un particular credo que mezcla neoliberalismo con xenofobia. En 2018, Mashaba realizó un “arresto ciudadano” de un inmigrante y a posteriori tweeteó “no nos vamos a quedar sentados y permitir que nos traigan el Ébola, la salud de nuestro pueblo está primero”.

En el discurso público del estado y la mayoría de los partidos políticos se asocia a los inmigrantes -documentados e indocumentados- con actividades criminales o violaciones. Cuando la policía actúa en caso de desórdenes o peleas siempre arresta a inmigrantes, aunque tengan sus papeles en regla.

Las organizaciones de masas orientadas por sectores de izquierda con algún arraigo en fábricas, minas o en asentamientos suelen oponerse a estas políticas y no es raro que aparezcan inmigrantes en posiciones de liderazgo en esas organizaciones. Lamentablemente, es escaso el poder de estos sectores para ejercer acciones efectivas contra la ola de xenofobia que se extiende por el país.

 

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