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Una tarde de delito en vivo en mi barrio (vía Whatsapp)

Indignación y temor y la persecución virtual y real de un ladrón en una zona cualquiera de Montevideo
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09 de octubre de 2018 a las 09:52

“El tipo ya se escapó, mamá. Salió haciendo parkour. No lo agarran más”. Mientras mi hijo me decía esto por teléfono, mi mente intentaba procesar qué era parkour. En ese momento no tenía ningún sentido esa digresión porque lo que me contaba mi hijo era que había visto al ladrón que durante una hora y poco conmocionó a todo mi barrio y generó temor e indignación en un grupo de Whatsapp de vecinos. El hombre casi termina dentro del jardín de mi casa, pero yo pensaba… ¿qué es el parkour? y buscaba en los resquicios de mi memoria datos para definir algo que alguna vez había visto en algún lado.

El parkour es una disciplina que se trasladó desde los entrenamientos militares a los deportistas urbanos, que consiste en superar obstáculos (techos, paredes, rejas) utilizando solo el cuerpo: saltos, piruetas aparentemente imposibles y otras acrobacias para moverse en la ciudad. Busque en YouTube y lo entenderá mejor.

Algo así es lo que hizo un hombre que rompió la calma de una tarde cualquiera en mi barrio. Y lo hizo para escapar prontamente de la Policía luego de entrar en una casa, separar su botín y terminar saltando muros y corriendo sobre los techos.

Pero lo que realmente experimenté ese día fue una persecución en vivo y minuto y minuto –real y virtual– de un ladrón que una vecina había detectado casi una hora antes, mientras miraba la tarde primaveral desde su ventana.

Todo esto lo viví virtualmente desde el diario, siguiendo los mensajes que se cruzaban por Whatsapp vecinos que estaban en sus casas y otros que, como yo, desde sus trabajos se preocupaban por sus hijos y sus pertenencias. Todo desde el grupo llamado Vecinos Alerta, que se creó hace poco más de un año.

El primero fue un mensaje de audio de Beatriz, una vecina de mi misma cuadra, a las 16 horas. Con voz preocupada decía que un hombre había bajado de la azotea de una casa cercana y que ya había llamado a la Policía. Lo escuché unos minutos después y lo primero que pensé es que en un rato llegaría mi hijo del liceo, caminando solo y seguramente distraído. Lo llamé para que estuviera atento y para que en todo caso hiciera tiempo para entrar a casa.

Para entonces medio barrio estaba revolucionado, porque el hombre efectivamente se había metido en el fondo de una de las casas, pero entre tantos mensajes no quedaba claro dónde. Poco después mi vecina Laura, que vive en la casa lindera a la mía, se dio cuenta de que estaba en su jardín, mientras lo veía desde el segundo piso. En la planta baja vive su madre, que ese día no estaba.

Para entonces mi hijo ya estaba en casa y mientras hablaba con él por teléfono (y le recomendaba que no saliera por ningún motivo, ni al frente ni al fondo) y mientras que la Policía había llegado –media hora después del primer mensaje–, me dijo que había visto al hombre subido al muro que separa mi casa de la de mi vecina. “Miró y rajó, mamá. Está todo bien”.

El “está todo bien” de un adolescente de 14 años más que dejarme tranquila me generó una gran pena. Denotaba algo de acostumbramiento a una situación que no debería ser común pero que él ya había experimentado y que había escuchado más de una vez de boca de sus amigos.

En Whatsapp continuaba el relato, con mensajes de texto y de audio. “Le dijeron que se tirara al piso (la Policía)”. “Se fue a lo de Silvia, lo pueden agarrar ahí”. Paso a paso, cada vecino iba aportando datos precisos de cómo se movía el hombre en su ruta de escape.

Poco antes otra vecina había pedido ayuda porque su hijo estaba solo en la casa; una señora de la cuadra lo fue a buscar para que se quedara en la suya. Desde el exterior, Nacho, mi vecino del fondo, pedía datos, porque su casa estaba vacía.

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“Soy L. Estoy arriba. Cerré todo pero espero que no esté metido abajo el hombre”

“Cerrá todo; yo ya llamé a la Policía”.

“Está en el fondo”, con voz aterrorizada. “Abajo está abierto. Estoy llamando a la Policía…Puso todo lo que se afanó en el jardín”.

Habían pasado 24 minutos desde la primera llamada y la misma vecina que dio la voz de alerta explicó que su hijo lo estaba viendo en ese momento, con una valija de herramientas (que resultó que también había robado).

A las 16.29, según la crónica de Whatsapp, llegó la Policía y le pidió a mi vecina que le tirara la llave del frente para entrar a la planta baja de la casa, donde supuestamente todavía estaba el hombre.

Enseguida, minuto a minuto, se dio algo así como una persecución en vivo, mientras el ladrón se movía de casa en casa; pero los que alertaban eran los vecinos que lo veían escapar. La Policía ya no intentaba atraparlo.

“Lo veo en el pasillo. Dejó la bicicleta y está corriendo”. “Va a quedar ahí porque esa puerta (que sale a una calle lateral) está cerrada”.

“Está encerrado acá, anda de arriba y para abajo”.

A las cinco de la tarde los mensajes seguían llegando. Ya no había ladrón ni policía a la vista, pero en Whatsapp había quedado la foto de perfil del hombre que tuvo al barrio en vilo, subido a un muro, tomada por un vecino.

El “está todo bien” de un adolescente de 14 años más que dejarme tranquila me generó una gran pena. Denotaba algo de acostumbramiento a una situación que no debería ser común pero que él ya había experimentado y que había escuchado más de una vez de boca de sus amigos.

Quedaba también preocupación e indignación. “Qué barbaridad. Nosotros lo veíamos desde acá. Se llevaba la bicicleta y parecía un malabarista. ¿Están todos bien? ¿Cómo puede ser que no lo hayan podido agarrar si les dimos todos los datos?”.

Según la bitácora de este grupo de Whatsapp hubo cuatro llamadas al 911 en el correr de media hora.

Una hora y media después de esa primera alerta, mi vecina escribió: “Gracias a todos; está buenísimo sentirse acompañados”.

En la confusión de personas que viven a pocos metros, algunas de las cuales se conocen desde hace años y otras que nunca se han cruzado, esta vez un grupo de Whatsapp no fue un ruido molesto ni un bombardeo incesante de palabras inconexas, sino un mecanismo de apoyo incluso emocional. “Es que en realidad ninguno estamos preparados para actuar en momentos límites. Lo importante es hacerlo y hoy fue una buena muestra de cooperación. Ya, a partir de hoy, estamos más preparados”, escribió otro vecino.

En la nochecita se cruzaron algunos otros mensajes. La solidaridad entre vecinos y la importancia de estar atentos eran el tema de conversación. Y también el temor y la indignación, así como las explicaciones de la Policía (“lo de las balas de goma, señora, es de las películas. Si le tiramos y está desarmado terminamos nosotros en la cárcel”).

Ahora miro más seguido si hay algún mensaje nuevo en el grupo Vecinos Alerta. Y ya no está silenciado.
 

 

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