Mundo > Lula a prisión

Una tragedia al ritmo de samba

Escenario confuso y ambiente enrarecido reinan en Brasil por el encarcelamiento de Lula y el futuro de la elección presidencial
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08 de abril de 2018 a las 05:00
Como si se tratase de una extraña mezcla de tragedia griega y realismo mágico, el drama del expresidente Luiz Inácio Lula da Silva promete seguir dando que hablar, a pesar de que, en la madrugada del jueves 5, el exmandatario recibió un golpe devastador cuando el Supremo Tribunal Federal (STF) rechazó en una dramática votación sus últimos recursos para evitar la prisión; y ahora purgará en la cárcel una condena de 12 años por actos de corrupción que lo vinculan al caso Lava Jato, más allá de la polémica en torno a su detención.

A pesar de su condena en primera y segunda instancias, Lula ya había lanzado impensadamente su campaña presidencial para las elecciones de octubre y encabezaba las encuestas, en un giro de la política brasileña que ya superaba las tramas más extrañas de lo real maravilloso.

Más allá de lo que ahora implica para su improbable candidatura y para el futuro de la carrera presidencial del Brasil de cara a los comicios, la decisión del STF tiene una significación histórica: permitir el encarcelamiento del presidente más popular que Brasil ha tenido en más de medio siglo supone un poderoso mensaje contra la impunidad, en un país donde la corrupción es un fenómeno estructural, que atraviesa a todos los partidos políticos y a buena parte de la sociedad.

Pero de ahí a que vaya a poner fin de una vez por todas al desquicio de que un condenado por corrupción pueda integrar la papeleta electoral y, en general, al drama de Lula, todavía está por verse. En la práctica Lula es hoy un recluso. Sin embargo, en teoría, y por descabellado que parezca, eso no quiere decir que no pueda ser candidato.

Según la ley de Ficha Limpia, que el propio Lula promulgó en 2010, un ciudadano procesado puede inscribir su candidatura mientras tenga recursos de apelación pendientes. Incluso algunos dirigentes del PT ya especulan con que podría tener más votos si está preso que en libertad. Por disparatado que fuera que Lula terminara haciendo campaña presidencial tras las rejas, no es un delirio pensar que tal situación abonaría el papel de víctima con que sus partidarios lo han tratado de pintar en el relato de su causa penal.

En lo que hace a la causa en sí, la defensa de Lula ha presentado ante el STF un recurso de inconstitucionalidad contra el procesamiento con prisión de los condenados en segunda instancia, el caso del exmandatario. Y curiosamente el voto que en la madrugada del jueves 5 decidió la suerte del expresidente en el máximo órgano de Justicia –por seis votos contra cinco– fue inesperadamente el de la ministra Rosa Weber, quien en su alegato dejó constancia de que lo hacía en contra del pedido de hábeas corpus de Lula solo por razones de conformidad con el criterio establecido por el Tribunal en 2016. Es que en realidad la magistrada se opone a la prisión para las condenas en segunda instancia. Y así, de admitir el Tribunal este recurso, lo más seguro es que Weber vote en tal sentido y revierta el tanteador a favor de Lula. Y si finalmente se declara la inconstitucionalidad de la norma, el expresidente deberá ser puesto en libertad.

Parece un gran galimatías procesal; pero, si después de todo eso, Lula llegara a salir de prisión en plena campaña electoral, lo más probable es que arrase en las encuestas y, acaso, también en las urnas.

Como sea, en ese caso –y en cualquiera– la última palabra la tendrá el Tribunal Electoral, que si Lula finalmente inscribe su candidatura presidencial el 15 de agosto, deberá decidir si procede. Si en cambio lo declara "inelegible" para la contienda, como es dable esperar, el PT tendrá plazo hasta el 17 de setiembre para nombrar otro candidato. Seguramente sería Jaques Wagner o Fernando Haddad, quienes ni sumados concitan la mitad del apoyo de Lula.

Según los sondeos, en un escenario electoral sin Lula, quien capitalizaría la mayor parte de sus preferencias sería la ambientalista Marina Silva, exministra de Medio Ambiente de Lula que fuera derrotada por Dilma Rousseff en las dos últimas elecciones. Se postula por el Partido Verde con una plataforma marcadamente antiminería y antiagronegocios.

Pero en una muestra de la polarización que ha alcanzado el electorado brasileño y de su hartazgo con la clase política, quien quedaría en primer lugar, según Datafolha, sería el candidato de extrema derecha Jair Bolsonaro, un militar retirado, nostálgico de la dictadura, que ahora mismo ocupa el segundo lugar en las encuestas con 21% de la intención de voto, detrás de Lula con 34%. Marina Silva está tercera con el 9% de las preferencias.

En un país con serios problemas de inseguridad –que los brasileños señalan como su principal preocupación junto a la corrupción– y el desprestigio sin precedentes de los políticos, las promesas de mano dura y manos limpias han ido ganando peligrosamente adhesiones entre diversos sectores del electorado.

Siempre según cifras de Datafolha, el Ejército tiene hoy un índice de aprobación de 65%. Y seguramente fue con esos números a la vista que el comandante en jefe del Ejército, Eduardo Villas-Boas, se animó en vísperas de la votación en el STF a lanzar un mensaje en Twitter contra la impunidad que provocó la indignación de los seguidores de Lula y la condena de varios juristas e intelectuales que no necesariamente apoyan al exmandatario.

El ambiente está enrarecido en el país norteño, y las vicisitudes del caso de Lula prometen seguir tensando la cuerda.

Otro presidenciable con posibilidades de arrimar en ausencia de Lula es el gobernador de San Pablo, Geraldo Alckmin, quien perdió frente a Lula en las elecciones de 2006 y actualmente se ubica cuarto en los sondeos con el 6% en la intención de voto. Pero para ello deberá ganarle la candidatura de su partido, el PSDB, a su correligionario y coterráneo paulista, el alcalde de la ciudad de San Pablo, João Doria, que le pisa los talones en las encuestas con el 5% de las preferencias.

A la par de Doria en las mediciones se encuentra el carismático exgobernador de Ceará, Ciro Gomes, hombre de izquierda que le disputaría con buenas chances los votos de Lula a Marina. Y en una suerte de candidatura testimonial del gobierno Temer y su partido, el PMDB, se podría citar al actual ministro de Hacienda, Henrique Meirelles, que ha ido y venido sobre sus aspiraciones presidenciales, pero no levanta cabeza en los sondeos, hundido en 1%.

Un escenario es que, si Lula no está en la foto, se imponga en segunda vuelta el candidato del PSDB (sea Alckmin o Doria), que acapararía su natural electorado de centro con dos puertas de entrada y ninguna de salida: una a la derecha para los más radicales hartos de la corrupción del PT, y otra a la izquierda para los desencantados de Lula que decidan no votar a Marina o a Gomes.

Pero nada se puede dar por seguro, ni siquiera por probable, en el realismo mágico de la política brasileña, donde un condenado por corrupción puede ser presentado por sus partidarios como víctima sin siquiera sonrojarse, y acusar de ello a los medios, al Poder Judicial y hasta a Netflix.
Las palabras de Dickens pueden servir para avizorar un futuro posible: puede ser "el peor de los tiempos" para Brasil, puede ser "el mejor de los tiempos, la primavera de la esperanza, el invierno de la desesperación".

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