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Violencia doméstica: las denuncias que no paran de crecer y son récord en siete departamentos
“Estaba en el cuarto y de repente escuché un golpe, como si se hubiera caído una bolsa de papas en el suelo: ¡paf! Cuando salí de mi habitación, mi madre estaba en el desnivel, caída… era ella ‘lo que se había caído en el piso’ y se había lastimado la oreja con una madera. Mi padre estaba pegándole, recostado en la pared, con algo en la mano, con una chancleta o un zapato o no sé qué: ¡paf, paf! Si yo no hubiese salido del cuarto en ese preciso instante, ¿en qué momento mi papá iba a parar? ¿Iba a parar?”.
La escena es una de las muchas que Ana padeció detrás de las paredes de su hogar. Escenas de violencia que el Estado uruguayo iba enterándose acorde su madre fue cargándose de coraje para denunciarlas. Escenas que —a juzgar por la estadística oficial— están cada vez más extendidas.
En siete departamentos de Uruguay las denuncias por violencia doméstica —como le llama la Policía, aunque en su mayoría son de género— están en su nivel más alto desde que hay registros. Y a este ritmo el país se encamina a un nuevo récord estadístico de este delito a escala nacional.
En Montevideo, donde Ana soportó su calvario y donde cada 39 minutos se registra una nueva denuncia por violencia doméstica, las denuncias se engrosaron 38% en solo una década. Pero también hubo subas significativas en Canelones, Cerro Largo, Maldonado, San José, Soriano y Tacuarembó.
Esta crecida —cuyo correlato es una suba del 5% respecto al ya récord del año pasado— convierte a la violencia doméstica en el tipo de delito que más sube en el país, incluso habiéndose declarado una “emergencia nacional” hace casi cuatro años.
Pocas semanas antes de ceder el mando, el expresidente Tabaré Vázquez decretó la “emergencia nacional” por violencia basada en género. Pero “la falta de prioridad política”, dijo la activista y consultora Teresa Herrera, hizo que este tipo de violencia no cediera. Al contrario.
La organización Mujeres de Negro, la cual integra Herrera, lleva contabilizados 16 femicidios en lo que va del año. Esa es la demostración más feroz —y menos reversible— de esta “emergencia nacional”. Pero debajo de esos asesinatos por el solo hecho de ser mujer hay miles de denuncias que demuestran un flagelo más extendido de lo que se piensa.
Porque a diferencia de los delitos contra la propiedad —como los hurtos o las rapiñas— en que el delincuente ve oportunidades para actuar, en el silencio de las paredes de un hogar la violencia contra una pareja no conoce barrios, clases sociales ni horarios.
Los datos del Ministerio del Interior indican que se denuncia (un poco) más los domingos y en las noches, pero las tendencias son menos marcadas que otros delitos.
Pese a esta extensión, las víctimas muestran que las instituciones uruguayas no están haciendo frente al problema.
Luana, otra adolescente criada en un hogar violento, reconoce: “Las instituciones, en mi experiencia, no funcionan. No funcionan y no funcionaron. Y en el caso de mis hermanos tampoco. Los tres transitamos por educación pública, primaria, secundaria. Mis hermanos fueron universitarios […]. Pero en todo lo que hemos transitado nunca hubo una institución […] ni que te promoviera ni que nada”. Así lo declaró en un estudio reciente de Unicef que da cuenta de cómo las huellas de la violencia del hogar acaban perjudicando a las futuras generaciones, incluso hasta incrementando sus chances de querer acabar con sus vidas.
