¿Cómo esta panadera que usted interpreta mezcla la sabiduría y la ignorancia?
Yo creo que tiene sabiduría. Ignorancia porque no sabe leer ni escribir entonces necesita que se lo lean todo. Eso no es bueno para ella. Es muy solitaria. Vive en ese lugar apartado y es la panadera de allí. No es poco.
Usted es una persona y artista que inspira ternura. Esta panadera parece serlo también. ¿Qué lugar tiene la dulzura en Argentina?
(Risas) Y en algunos lugares la tiene. Estamos viviendo momentos difíciles. Pero hay mucha gente dulce, mucha gente abrazadora. Muchísima. Lo que pasa es que muchas veces se cuentan las cosas malas y no las buenas. Hay dulzura. Es fundamental.
Mariana es actriz. Viene de estudiar mucho. Yo la dirigí hace tres años en Romeo y Julieta en el Teatro San Martín de Buenos Aires. Hacía Julieta. También en La Farolera, adaptación de María Elena Walsh. Está rindiendo las últimas materias de dirección. Mariana hace mucho clown y el actor que hace de García Lorca es un clown maravilloso. Mariana hizo dos obras dramáticas de Gorostiza con narices (de payaso). “Goro” fue a verlos y quedó enloquecido. Le escribió una obra para su grupo que se llamó Distracciones, fue la última obra que escribió. Me dio emoción, me dio ganas. Yo le tengo mucho respeto. Me parece que es muy inteligente y sabe contar. Es una cosa que es fácil y no es fácil. Como le tengo mucho respeto y escucho lo que dice, me dice cosas que por ahí otros directores no me las dicen. Fue muy bueno trabajar con ella. Te hace pensar.
La dictadura fue durísima. Ustedes la vivieron acá también. El calificativo es el horror, la barbarie. La condición humana no tenía valor. Me prohibieron trabajar por cuatro años y perdí a muchos amigos. Algunos que se fueron al exilio y murieron en el exilio, otros que desaparecieron. Y yo me quedé haciendo cosas en un teatrito que habíamos hecho nosotros, en un lugarcito pequeño. Y ahí resistíamos.
La televisión, primero es un hecho comercial. Podés ver cosas en cable divinas pero en la televisión de aire es más duro. Tuve la suerte de estar en ese programa porque me lo propuso Tomás Yankelevich. Primero me pareció rarísimo que alguien me llamara para semejante cosa. No podía entender. Yo estaba haciendo teatro en Mar del Plata, una adaptación de María Elena Walsh, y tomé el avión para ver a Tomás. Le pregunté por qué me lo ofrecía. Me dijo cosas lindas. Me dijo: ‘Probá dos meses que te va a gustar’. Fue un éxito impresionante. Estuvimos cuatro años y en ese tiempo me permitían muchas cosas. El destino me había dado esa posibilidad de tener en la tarde el contacto directo con la gente. No como actriz, sino yo Virginia, comunicándome con la gente. Fue bueno encender llamitas. Una vez estaba haciendo un programa de tele donde había varias docentes apasionadas de la docencia. Y decían que la docencia es encender llamitas. Encender la curiosidad en las personas. Y yo pedí (al canal): dejame decir un día Benedetti, un día a Borges, un día a Cortázar, un día a Shakespeare. Pedazos, no todo el programa. Pedazos de poesía, de reflexiones. Porque a la gente le podía hacer bien. Me lo permitió (Yankelevich). Todos los días era el momento de encender llamitas. Y recibíamos miles de cartas. Miles, miles, miles de cartas. Desde adolescentes, gente grande, abuelos, tíos. Y fue muy hermoso. Yo necesito escuchar gente que me enseñe cosas. Que me digan cosas que me abran la cabeza.
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