Miguel Arregui

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We are fantastic: la recuperación tras el desastre

Una historia del dinero en Uruguay (XLVIII)
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05 de septiembre de 2018 a las 05:02

En julio de 2002 los ahorristas corrían a retirar sus depósitos, el Fondo Monetario daba el caso uruguayo por perdido y no quería asistir con dinero, el Partido Nacional exigía echar al ministro de Economía, Alberto Bensión, y nadie deseaba agarrar esa papa caliente. “Esto se va a la mierda. El Fondo Monetario nos saca el apoyo y yo voy a terminar como (el presidente argentino) De La Rúa, subiéndome al helicóptero. ¡Me voy a tener que ir! ¡Voy a tener que renunciar!, gritaba el presidente Jorge Batlle, casi fuera de sí”, narró Claudio Paolillo en Con los días contados, un libro clásico sobre esa crisis.

Por fin, después de un recambio en el equipo económico (Alejandro Atchugarry suplió a Bensión y Julio de Brun a César Rodríguez Batlle en el Banco Central), el gobierno resolvió un “feriado bancario” entre el martes 30 de julio y el lunes 5 de agosto de 2002. 

Tras una “corrida” de medio año, el sistema bancario uruguayo había devuelto el 47% de sus depósitos, un porcentaje increíble, pero ya no había reservas. Un tinguiñazo más, solo uno más, tiraría por fin todo el sistema, como si fuera una estructura podrida.

La severa contracción del crédito y del circulante, que arrasó con las empresas, se pareció en algo a la crisis de 1913, cuando el segundo gobierno de José Batlle y Ordóñez (ver el capítulo XIII de esta serie).

El “feriado bancario” de 2002 fue el primero en dos décadas, desde el 26 de noviembre de 1982, cuando la crisis de la “tablita” del dólar. Y se aprovechó para diseñar una ley que salvara el sistema financiero, al menos una parte sustancial, incluyendo la banca pública.

Bush al rescate

Por iniciativa del presidente George W. Bush, que tenía una buena relación personal con Jorge Batlle, el Tesoro de Estados Unidos aprobó una ayuda directa a Uruguay de 1.500 millones de dólares, con lo que forzó la asistencia del renuente Fondo Monetario Internacional. En suma: la Casa Blanca hizo prestar dinero a corto plazo, hasta que el FMI aceptara los hechos consumados de su accionista líder y asistiera a desgano a Uruguay, que entonces podría devolver el “crédito puente” al Tesoro estadounidense.

La dirección y parte de los técnicos del FMI sufrían cierta fatiga y desconfianza por los líos en América Latina. Y para ellos “la suerte de Uruguay no constituía ni fuente de riesgo sistémico para los mercados financieros internacionales, ni tenía —desde el punto de vista político— valor estratégico”, resumió el economista Carlos Sténeri en su libro Al borde del abismo. Steneri, que entonces era agente financiero de Uruguay en Estados Unidos, cumplió un papel relevante en esas negociaciones.

La asistencia masiva impediría la quiebra de todo el sistema financiero, y no sería necesario un “corralito” generalizado (retención de depósitos), como ocurrió en Argentina. También permitiría devolver el dinero depositado en cajas de ahorro y cuentas corrientes, con lo que se evitaba la ruptura de la cadena de pagos y el colapso de la producción y los servicios.  

El Banco Hipotecario requería una asistencia de 600 millones de dólares, el Banco Montevideo otros 300 millones, y el resto del sistema insumiría unos 500 o 600 millones.

We are fantastic

Con la plata arriba de la mesa desde el 9 de agosto, la “corrida” hacia los bancos se aplacó. 

We are fantastic, llegó a decir un tan eufórico como inoportuno Jorge Batlle el 6 de agosto de 2002, en medio de una gran depresión anímica nacional, ante Paul O’Neill, secretario del Tesoro (ministro de Economía) de Estados Unidos, quien visitaba Uruguay en señal de respaldo y como mensaje al FMI para que apurara su asistencia (en la foto).

En la semana del 5 al 9 de agosto los retiros bancarios sumaron 285 millones de dólares, reseñó Claudio Paolillo en su libro Con los días contados. La sangría luego disminuyó y por fin se revirtió a principios de setiembre, cuando el saldo fue una ganancia de depósitos de nueve millones de dólares. La ola perdió su fuerza y comenzó a remitir.

Es perceptible cierto orgullo hoy entre quienes timonearon aquella salida. Pese a los errores y la falta de previsión tras la devaluación brasileña de 1999, el presupuesto loco, con aumento de gasto, en 2000, y al posterior colapso de Argentina, en el peor momento “Uruguay tuvo la gente correcta en el lugar correcto en el momento correcto”. Ese comentario, recordado en una conferencia el 5 de abril en la Universidad ORT por el economista Fernando Barrán, quien en plena crisis asumió como superintendente de Instituciones de Intermediación Financiera del BCU, fue hecho por un jerarca del FMI a las autoridades bancarias de la República de Irlanda cuando la crisis financiera de ese país iniciada en 2008.

El sistema político uruguayo, incluido el sindicato de empleados bancarios (Aebu), mostró una gran madurez y lealtad a las instituciones, pese al desconcierto, los egos, algún caso de oportunismo o de ignorancia lisa y llana. Fue ese el preciso instante en que Uruguay, cuya economía había seguido casi como un calco a la de Argentina durante muchas décadas, comenzó a diferenciarse y a obtener una ventaja creciente, que se apreciaría en los años posteriores: un largo estancamiento argentino, un largo desarrollo uruguayo. 

Pese a que la economía uruguaya ahora muestra síntomas de parálisis y asfixia, la diferencia en los ciclos ha sido tan grande que en los siguientes tres lustros Uruguay sobrepasó a su vecino en todos los principales indicadores socio-económicos: producto bruto, ingreso per capita, población sobre la línea de pobreza, estabilidad macro-económica.

“La economía se basa en la confianza”, resumió Ricardo Pascale, quien presidió el Banco Central entre 1985 y 1990 y 1995 y 1996, durante los gobiernos de Julio María Sanguinetti. “La confianza se gana por escalera pero se baja por ascensor”.

“Si se miran esos acontecimientos con la perspectiva que da el tiempo, agosto de 2002 fue sin duda la culminación de un proceso que marcó un punto de inflexión en la historia política y económica del país”, resumió Carlos Sténeri, desde una posición optimista. “La crisis incineró paradigmas, educó a su manera sobre los efectos de las fragilidades latentes en materia de regulación bancaria y, por sobre todas las cosas, puso en valor la potencia de las reservas morales de una sociedad que decidió seguir de pie frente a la adversidad”.
 
Próxima nota: la renegociación de la deuda pública en 2003, y un billete de 5.000 pesos que no entró en circulación
 

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