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El Observador | Margarita Morales

Por  Margarita Morales

Politóloga, diplomada en Comunicación Política y doctoranda en Política y Gobierno (Universidad Católica de Córdoba). Fue parte del equipo de comunicación del expresidente Luis Lacalle Pou.
9 de septiembre 2025 - 15:18hs

Una reciente encuesta de aprobación mostró un dato inusual: un número alto de personas eligió la opción “ni aprueba ni desaprueba” cuando fueron consultadas sobre la gestión del gobierno. Ese espacio intermedio, más que indiferencia, puede leerse como un tiempo de observación, una suspensión del juicio. Una pausa que nos permite salir del ruido y mirar más allá de la coyuntura y de la rutina del día a día. Una invitación a pensar, desde un plano más abstracto, cuáles son nuestros valores y cómo los ejercemos. Días después, un hecho doloroso e indignante -la muerte de dos niños a manos de su padre- nos recordó que la política no ocurre en el vacío: sucede en medio de la vida real, donde se ponen en juego los valores más íntimos de una sociedad.

En medio de la consternación social, cuando una voz gritó “ustedes son responsables”, la respuesta del gobierno fue clara: “sí lo somos”. Ese reconocimiento no es solo una acción política: es un gobierno presente y un Estado que se hace cargo de la realidad. Con limitaciones, sí; pero también con carácter. Vale aquí una distinción necesaria. La moral es el conjunto de valores vividos: aquello que practicamos cotidianamente como comunidad. La ética, en cambio, es la reflexión crítica sobre esos valores: preguntarnos si son los adecuados, si los ejercemos de forma justa, si realmente construyen la sociedad que decimos querer.

En ese cruce aparece la política, que no es solo gestión de recursos o administración de problemas. Política y ética confluyen en la idea de bien común: el “bien” nos remite a la reflexión ética, el “común” a la dimensión política. Quizás este sea el momento para pensar cuáles son nuestros valores comunes, más allá de las acciones políticas. Lo que nos une puede ser el punto de partida para darle sentido a nuestro presente y proyectar un horizonte compartido como nación.

Ya habrá tiempo para volver al juicio y a la crítica, imprescindibles en democracia. Pero también hay un tiempo para detenernos en lo que nos sostiene como cuerpo social: si somos capaces de vivir valores, reflexionarlos éticamente y proyectarlos políticamente hacia un bien común que no deje a nadie atrás. Y en esa pausa, también cabe preguntarnos por nuestras utopías, como horizonte de sentido. No como sueños inalcanzables, sino como motores movilizadores de lo posible. Tal vez sea hora de imaginar nuevas utopías que nos sirvan de criterio para vernos como sociedad y para reencontrarnos con los valores que nos hacen más solidarios, más democráticos y más empáticos. Porque si la utopía impulsa lo posible, la política es el arte de hacerlo realidad.

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