La campaña del candidato del Partido Nacional, Álvaro Delgado, incluye un claim que hoy pongo sobre la mesa para analizar cómo percibimos los uruguayos las diferencias entre los partidos, candidatos y propuestas. “No es lo mismo”, dice Delgado con frecuencia. Con buen tino, el candidato nacionalista eligió esta perspectiva en un clima en el que muchos uruguayos, incluyendo analistas políticos, consideran que lo que ha pasado en este país, en por lo menos los últimos 20 años, demuestra que lo que deriva de gobiernos de diferentes colores es similar. No igual, pero bastante parecido.
Claro que no es lo mismo el Frente Amplio que el Partido Nacional o el Partido Colorado o Cabildo Abierto, pero en los hechos y considerando los grandes temas-preocupaciones en grandes pinceladas, como los ve el ciudadano común y corriente, la economía y la seguridad, la salud y la educación, no han cambiado radicalmente para mal, ni para bien en otros casos.
Esto no es de por sí bueno ni malo. Es lo que es. El Partido Nacional llegó al gobierno luego de 15 años de administraciones frenteamplistas por un conjunto de factores, incluyendo los aires de cambio que busca el votante cuando un partido pasa mucho tiempo en el poder. Quien llegue a la presidencia a fin de este mes o a fines del siguiente, ¿lo hará porque no es lo mismo?
Cada partido argumenta, con razón en algunos casos, que lo hizo mejor en alguna de estas áreas problemáticas. Pero en la pasada de raya de la cuenta hecha a mano sin precisión (de eso se trata, de lo que se percibe y no siempre de lo que es), el resultado da más o menos igual. Los números están para afirmar la realidad y por suerte en Uruguay son confiables, pero pueden ser fácilmente tironeados por uno y otro partido para acercarlos a lo que le conviene a cada uno.
El gobierno del presidente Luis Lacalle Pou llegó con la promesa de reducir el déficit fiscal, que se había disparado en comparación con años anteriores, y con el compromiso de bajar los delitos. Sobre el primer punto hay eternas discusiones y el número real, 4,4% (sin considerar coyunturas extraordinarias como la pandemia) es parecido al del cierre de la administración anterior. La inflación está más baja ahora y se espera terminar el año con 5,5%, al igual que el desempleo. Llegó a 8,9% en 2019, el mayor registro anual desde 2007, y cerró en 8,3% en 2024. A grandes rasgos la economía está parecida, o así lo perciben buena parte de los uruguayos.
Sobre los delitos hay incontables discusiones, pero está claro que las cifras que se habían disparado desde mediados de la década de los 2000 –y siguieron creciendo exponencialmente durante los gobiernos del FA–, en esta administración de la coalición bajaron muy levemente, mientra que la violencia más compleja, los asesinatos, se mantuvieron en niveles muy preocupantes. A grandes rasgos, la sociedad sigue siendo insegura, o así lo percibe la media de los uruguayos según las consultas de opinión pública.
Si a lo anterior le sumamos que las propuestas de ambos bandos, FA y coalición, no tienen banderas que logren diferenciarse claramente para el votante poco informado, el no militante y el indeciso, el escenario de “parecidos” se asienta. Si mañana le preguntan a un indeciso: diga qué propuesta apoyaría para combatir la inseguridad, le costaría mucho señalar una que se destaque por claridad, innovación o sorpresa.
Si a lo anterior le agrego la posición ideológica de los partidos en este momento, el parecido se asienta. Es fácil hablar de izquierda o derecha, pero la realidad es que casi todos los candidatos apuntan al centro. La movida del FA de anunciar a su potencial ministro de Economía antes de lo planeado, que incomodó incluso al presidente del partido, es una movida hacia el centro para intentar apagar el efecto más radical del apoyo que importantes sectores frenteamplistas le dan al plebiscito sobre la seguridad social. Esto tampoco es novedad para el FA, que para llegar al poder mantuvo una línea de centro en Economía, con figuras tan racionales y medidas como Danilo Astori, incluso en el gobierno de un exradical como José Mujica.
"He visto algunos analistas decir que en definitiva Uruguay es un país bastante estable, que hay seguridad jurídica y estabilidad política, y que si gana Álvaro y el Partido Nacional y la coalición o si gana otro partido es más o menos lo mismo, no va a cambiar mucho en Uruguay. No es lo mismo, no es lo mismo porque somos diferentes", dijo Delgado a mediados de año, porque su equipo de campaña detectó que así perciben los uruguayos al sistema político.
"Somos diferentes en cómo entendemos a la gente, somos diferentes en cómo entendemos al interior y somos diferentes en la forma de gobernar", agregó. Tiene razón. Delgado representa a una colectividad política con una historia y forma de ser muy diferente a la que representa Yamandú Orsi. Pero eso no es suficiente, hoy en día, para ser diferentes. Las fidelidades partidarias basadas en épica e historia cotizan a la baja.
Tal vez, la aparente apatía que ha caracterizado a este ciclo electoral hasta el momento, tenga que ver con estos parecidos. Tal vez no es que falten propuestas diferenciadas, pero no se perciben claramente en esta ruidosa campaña en la que el show casi siempre le gana a la sustancia, sobre todo en la mente de los votantes.