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17 de agosto 2024 - 5:00hs

El regreso de Pedro Bordaberry a la política activa dio lugar un sinfín de análisis relativos a cómo influirá en el Partido Colorado y en el sistema político, a las puertas de elecciones nacionales en las que ninguno de los dos grandes grupos que se enfrentan tiene asegurada la victoria, a esta altura del partido y según los sondeos de opinión pública.

La vuelta de un político con experiencia, ex senador, ex ministro y ex candidato a la presidencia, le hace bien sin dudas a su partido y a la política partidaria en general, pero más allá de lo obvio, su regreso es una buena excusa para repasar la evolución reciente de las figuras más destacadas en todos los partidos.

Con el retiro o muerte de nombres fuertes, desde Julio María Sanguinetti a Tabaré Vázquez, una nueva generación de políticos busca su lugar y su personalidad, un proceso que nunca es sencillo. Se ha repetido frecuentemente que estas elecciones no “seducen” y no mueven a los uruguayos, en parte porque los candidatos no son figuras políticas de amplia llegada. Por eso podría ser útil repasar un poco los conceptos y sus significados objetivos y subjetivos.

En el Uruguay en el que los partidos fundacionales (o tradicionales, o como se le quiera llamar a los que desde hace ya tiempo no concitan mayorías si no se alían) fueron consecuencia del caudillismo del siglo XIX, un fenómeno político crucial en toda América Latina, está bueno diferenciar entre caudillos, líderes y candidatos.

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Bordaberry es un líder político en un partido que, entres sus precandidatos, no presentaba líderes. Andrés Ojeda es un candidato que intentará construir liderazgo, aunque solo el tiempo podrá decir si lo logra. Por ahora es un candidato que, sin un sector relevante detrás y con escasa experiencia política, logró votar mejor que sus colegas colorados que se presentaron a las internas.

El resto de los dirigentes que compiten por la presidencia también son dirigentes, y en casi ningún caso líderes. Tampoco lo era Luis Lacalle Pou antes de ser electo; a diferencia de Ojeda tenía un sector fuerte que lo apuntalaba, pero fue el ejercicio del gobierno lo que lo convirtió en un líder que seguirá incidiendo en el destino uruguayo en el futuro cercano.

¿Qué hace a un líder? Un líder es un referente en su comunidad política pero también extiende esa referencia a otras comunidades. Sanguinetti, Vázquez, Mújica, Jorge Battle, Luis Alberto Lacalle, por mencionar alguno nombres contemporáneos, lograron dirigir sus sectores y sus partidos pero, aún más importante, influir en todo el sistema político con sus ideas y decisiones, incluso en las oposiciones que debieron enfrentar.

Bordaberry, por experiencia y dedicación, es uno de esos líderes, incluso si no vuelve a ser nunca candidato; su vuelta a la arena política solo puede ser una buena noticia, incluso si se especula que puede terminar desdibujando al candidato colorado. La figura de su padre, Juan María, presidente de la República que presidió el golpe de Estado del 27 de junio de 1973, siempre le jugó en contra, y no solo ante el Frente Amplio, pero no impidió que fuera candidato a presidente dos veces, electo senador en esas dos elecciones, o que integrara el gobierno de Jorge Batlle.

El regreso de Bordaberry tiene que ver con el origen mismo de los partidos fundacionales y ahí aparece la figura del caudillo. Tal como escribió Adolfo Garcé hace ya unos años en este mismo diario, “ningún rasgo de ambos partidos fundacionales me parece más importante que su origen caudillista. Nuestros partidos no se constituyeron, como en otros países, en torno a las élites parlamentarias, elegantes e ilustradas, sino en torno al puñado de líderes militares que protagonizaron la fase final de nuestras guerras de independencia”.

Lo que destaca Garcé tiene que ver con la forma en que los uruguayos nos hemos relacionado y nos relacionamos con los políticos que terminan o no terminan presidiendo al país, o incidiendo en las políticas que realmente hacen la diferencia. Los caudillos del siglo XIX y principios del siglo XX fueron casi siempre líderes militares no demasiado apegados a las normas, en caso de que existieran. Por eso es que el politólogo dice que los partidos fundacionales nacieron del lazo profundo, “emotivo pero también funcional” entre los caudillos y la gente, casi casi la fórmula medieval de "obediencia a cambio de protección".

Claro que el caudillismo tenía -y tiene, en otros países- sus facetas muy negativas, pero es imposible negar su incidencia en nuestra democracia con todo lo malo -clientelismo, por ejemplo- y lo bueno -legitimidad y lealtad- que tiene el fenómeno. Incide incluso en el nacimiento y triunfo de la izquierda que, como analiza Garcé, surgió criticando el vínculo emocional entre caudillos blancos y colorados con sus seguidores. “La izquierda uruguaya, que nació doctrinaria y principista, se volvió pragmática y particularista. Tiene caudillos, como los viejos partidos fundacionales. Entre estos caudillos y sus electores hay un vínculo emocional: el FA, como dijera perfectamente Jaime Yaffé hace tiempo, se volvió la "tercera divisa", con sus mártires, su epopeya y sus canciones. Pero, el vínculo con los electores se completa con una versión actualizada de la vieja legitimidad retributiva. Los electores aguardan del caudillismo de izquierda lo mismo que esperaban en el siglo XIX: atención, protección, cuidado. Y están dispuestos a ofrecer, a cambio, la misma lealtad”, escribió en 2016.

Hoy ya no hay y seguramente no necesitemos caudillos en el sentido tradicional del término, que supone personalismo, y en muchos casos autoritarismo. Pero si necesitamos líderes hechos y derechos, del color que sean, que logren esa conexión emotiva con los ciudadanos, esa que inspira y permite ver al sistema político más allá de sus falencias.

En este momento de transición política, entre los Vázquez y los Mujica y los Orsi y Cosse, entre los Sanguinetti y Batlle y los Ojeda, entre los Lacalle y los Delgado, hay una línea que es bien complicada de transitar y que no tiene una fórmula infalible para alcanzar el lugar y la influencia de un líder. Pero de que algunos de los dirigentes actuales, candidatos o no, se transformen en líderes, depende también esta democracia que no por objetiva y segura debería dejar de seducir.

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