Inicialmente, la fábrica se dedicaba a la elaboración de azulejos de estilo valenciano, pero en 1942 la compañía diversificó su producción al incorporar porcelana sanitaria y vajilla, y se consolidó como una de las principales industrias del país. Así nació Cerámicas Olmos una marca que aún se puede encontrar en algunas piezas que siguen en circulación.
En 1945, el empresario Oscar Sena pasó a formar parte de la compañía, surgiendo así el conocido sello Metzen y Sena.
En los años posteriores el nombre de la empresa fue sinónimo de trabajo en la localidad, llegando a emplear a más de 750 personas en su planta.
Los productos se vendían principalmente en Uruguay. Vajilla, artículos sanitarios y revestimientos cerámicos se comercializaban ampliamente en ferreterías, barracas y tiendas de hogar de todo el país.
Sin embargo, según contaron a Café y Negocios extrabajadores de la fábrica, el declive de esta industria empezó a ser evidente a finales de los años `90. En ese entonces, uno de los dueños de la fábrica reunió al sindicato para comunicarles las dificultades del negocio y a pesar de que surgieron inversores interesados, como Alejandro Barreto, factores como la falta de competitividad en el mercado interno, complicaciones con las exportaciones y problemas en la gestión, hicieron que en diciembre de 2009 la empresa entrara en concurso de acreedores y paralizara su actividad. Por ese entonces empleaba a más de 600 operarios y entró en concurso voluntario con un pasivo cercano a los US$ 100 millones.
“Para mi fueron más de 40 años de trabajo en la fábrica. Más que solo trabajo, eran jornadas de ocho horas de trabajo en equipo, lo que hacía mucho más ameno y reconfortante el día a día. El cierre ya lo veíamos venir porque se empezaron a cerrar las exportaciones e incluso el mercado interno, y problemas con la administración del directorio: fue una sumatoria de cosas. El impacto en la zona fue horrible, 1.500 familias se quedaron sin trabajo, pero muchos se reinventaron y fue para bien”, contó Julia Marrero, una extrabajadora de la fábrica y vecina de la zona.
En julio de 2013, tras cuatro años de inactividad, la fábrica volvió a funcionar impulsada por una cooperativa conformada por varios de sus empleados y un préstamo del Fondo para el Desarrollo (Fondes) de US$ 13 millones.
Sin embargo, las dificultades para poder exportar sus productos al mercado argentino, sumado a las que presentaba el mercado interno terminaron siendo un problema que complicó su viabilidad. Pronto, el grueso de su plantilla, conformada por unos 150 trabajadores, pasaron al seguro de paro rotativo que se fue renovando con el tiempo.
“A pesar de la buena voluntad de los trabajadores y de la ayuda económica del gobierno, no alcanzó para permanecer y competir a pesar de la buena calidad de nuestros productos. Fueron años de cobrar en cuotas y no percibir aumentos”, relató.
Cuando comenzó su actividad, el emprendimiento tenía tres unidades productivas dedicadas a revestimientos cerámicos de piso y pared, artefactos sanitarios y porcelana de mesa. En 2016 se interrumpió la producción de cerámica por problemas de rentabilidad.
De ahí en más se pasó a producir de forma discontinuada, dada las dificultades financieras y los altos costos energéticos que representaba el encendido del horno, hasta paralizar su producción ese año.
Al cierre de 2018 la previsión contable del Fondes para créditos incobrables era de US$ 35,2 millones. Entre ellos estaba la Cooperativa de Trabajadores Cerámicos por US$ 16,3 millones.
En diciembre de 2018, la planta industrial fue adquirida por un empresario vinculado a Belco Pinturas, José Andrés Guichón, por US$ 1,5 millones.
De esta manera, Guichón se convirtió en el adjudicatario del predio, al ser el único oferente en el remate judicial, que incluía las tierras de la ex Metzen & Sena, cuyos últimos propietarios estaban vinculados a la firma postal Tiempost.
El empresario puso en marcha en el predio emprendimientos como la fábrica de pinturas Belco, la distribuidora de productos Olmos, depósitos de bebidas y almacenamiento de mercaderías varias, entre otros. Además, en 2019 se acordó que la cooperativa de trabajadores seguiría fabricando vajilla y artículos sanitarios, mientras que una sociedad anónima propiedad de Guichón se encargaría de su distribución y comercialización.
Café y Negocios consultó al empresario por la actualidad del negocio, pero no obtuvo respuestas hasta el momento de publicación de esta nota.
A pesar de las transformaciones y los cambios a lo largo de los años, el nombre Metzen & Sena sigue presente en la mesa y memoria de muchos uruguayos.
Además, su paso por esa zona del país no sólo impulsó el desarrollo local, y constituyó una fuente de empleo fundamental, sino que también fue clave en la creación de diferentes espacios que aún continúan vigentes en esta comunidad y en el surgimiento del Club Social y Deportivo Olmos, uno de los principales clubes de fútbol de la localidad.
Un viaje al Uruguay de los 90: rock, interior y el auge de la vida nocturna
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En el Uruguay de los 90, el de los conciertos, del auge de nuevos estilos musicales y de la vida nocturna y marcado por la reciente vuelta de la democracia, un grupo de jóvenes del interior del país buscaba posicionar una idea de negocio innovadora: una discoteca para bailar al son de los discos de vinilo.
“Todo el mundo quería cambiar las cosas, trascender, hacer cosas distintas, eso caracterizó a la generación de los `80. Además, en ese momento no habían muchas discotecas o DJs porque significaba tener determinados equipos y ser DJ o ser músico no estaba muy bien visto a nivel social”, contó a Café y Negocios Roberto Machado, uno de los fundadores de la discoteca Sueños, en Minas.
Fue así que junto a sus compañeros de liceo decidió empezar a pasar música en cumpleaños y eventos, un proyecto que fue tomando visibilidad, y que, con el tiempo, les permitió adquirir un lugar propio para convertirlo en un local bailable: Sueños.
“En los 90 se bailaba mucha música en inglés, lentas, para bailar juntos y abrazados. También se escuchaba algo de folklore, así que empezamos a traer a todos los artistas de folklore de la época, como el Sabalero, el Canario Luna, Pepe Guerra, Santiago Chalar, y mucho más”, contó sobre cómo era la dinámica del negocio y de la sociedad en los inicios del emprendimiento.
En los años siguientes, el baile ubicado en la calle principal del centro, 18 de julio entre Aníbal del Campo y José Enrique Rodó fue testigo de cambios en la forma de bailar, de socializar y de escuchar música de las diferentes generaciones.
Para sorpresa de muchos las "lentas" dejaron de sonar, la música pasó del inglés al español, y comenzaron a popularizarse bandas nacionales. La gente dejó de lado algunos prejuicios y se animó a bailar cumbia y ritmos tropicales.
“El rock empezó a tomar cierto auge y la música que no se podía pasar ni en los bailes ni en la radio empezó a ser la más preferida del público. Bandas como el Cuarteto de Nos, Buitres y No Te Va a Gustar y La Vela Puerca tocaron en vivo y Sueños se convirtió en un lugar donde los artistas se pudieron desarrollar y tener sus ingresos económicos para sustentarse y seguir sus carreras, por eso nos sentimos parte de la cultura y la música en Uruguay”, contó Machado.
De esta manera, el entretenimiento nocturno de este baile de Minas se consolidó poco a poco como una opción a nivel país, reflejando cambios generacionales y culturales que se sentían cada fin de semana.
Pero después de más de tres décadas de música, y pese a haber resistido la pandemia y funcionar comercialmente, según detalló Machado, la decisión de algunos socios de retirarse del negocio marcó el final de una era.
“Después de más de 35 años llenos de música, risas y momentos inolvidables, ha llegado el momento de decir adiós. Cerrar las puertas de Sueños no ha sido una decisión fácil, pero nos llevamos el corazón lleno de recuerdos y el alma agradecida por todo lo vivido. Este lugar fue mucho más que un boliche: fue testigo de encuentros, amistades, romances, y tantas historias que quedarán grabadas para siempre”, publicaron en ese momento los dueños de la empresa, que hoy sigue operando con su local de fiestas y bailes al aire libre Jardines, a dos kilómetros de Minas.
“Creo que lo que le genera nostalgia a los uruguayos es recordar los momentos que vivieron en su juventud, las distintas formas de bailar, de vestirse, de peinarse. Más allá de eso nos sentimos orgullosos porque el proyecto dinamizó la vida social y turística de la ciudad, atrayendo gente de muchos departamentos en una época en la que casi no existían discotecas”, recordó Machado.
De alimentar soldados en la guerra a vivir en nuestra memoria
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Cuando se piensa en empresas históricas del país es imposible no pensar en el Frigorífico Anglo, una compañía que es sinónimo de una época de transformación industrial y comercial del país.
Los inicios de la historia del frigorífico se podrían situar a mediados del siglo XIX, cuando el químico alemán Justus von Liebig inventó un sistema de extracto de carne que permitía concentrar más de 30 kg en uno. El producto ofrecía así una ventaja económica, nutritiva y logística para alimentar la creciente demanda de ciudades europeas.
Con ese propósito, en 1865 se fundó en Londres la Liebig’s Extract of Meat Company (Lemco); sin embargo, Europa no contaba con extensas zonas de cría de ganado cerca de las grandes ciudades, lo que encarecía el proceso.
Fue entonces cuando el ingeniero ferroviario alemán George Christian Giebertle propuso a la compañía trasladar la producción a América del Sur, donde la abundancia de ganado hacía posible industrializar el proceso a gran escala.
Así fue cómo la empresa llegó a Fray Bentos. Uruguay y su riqueza ganadera se convirtieron entonces en una locación perfecta y se fundó el frigorífico Liebig Extract of Meat Company, dirigido por alemanes y financiado por británicos.
En 1873 Lemco inició la producción de corned beef bajo la marca Fray Bentos y tanto sus productos se convirtieron rápidamente en la materia prima de la cocina de la clase obrera de Europa.
Todo esto sucedía en un Uruguay con pocas décadas de independencia, y todavía marcado por guerras civiles, caudillos y la construcción lenta de un Estado moderno. La población apenas superaba los 400.000 habitantes, que estaban concentrados mayormente en Montevideo y en algunos centros del interior.
En ese Uruguay, Villa Independencia, hoy conocida como Fray Bentos, empezó a crecer alrededor de la fábrica.
Ya en el siglo XIX las tarifas aduaneras aplicadas por el gobierno de Máximo Tajes a las exportaciones empezaron a pesar en el esquema de negocio. Además, los impactos de la guerra y una profunda depresión mundial, tuvieron sus efectos en la compañía.
Esto llevó a la empresa alemana a concentrar sus inversiones en otras locaciones de la región, como Argentina y Paraguay y finalmente en 1924, a concretar la venta de la compañía a un grupo empresarial con capitales mayoritariamente británicos denominado British Vestey Group.
De esta manera el frigorífico pasó a denominarse como hoy lo conocemos, Frigorífico Anglo.
Luego de la adquisición y con importantes avances tecnológicos en materia de refrigeración, la empresa diversificó su producción, lo que acarreó un aprovechamiento integral de la faena, llegando a elaborarse más de cien conservas distintas.
El Anglo daba empleo en ese momento a más de 3.500 trabajadores y en una sola jornada se faenaban 1.600 vacunos.
En un mundo marcado por la Segunda Guerra Mundial, la empresa aprovechó la oportunidad de negocio, y mientras en Europa otros países luchaban por ganar el conflicto bélico, en 1943 más de 15 millones de latas de corned beef partieron de Fray Bentos, la mayoría de ellas con el objetivo de alimentar al bando Aliado en la Segunda Guerra Mundial. Se dice que la familia Vestey, responsable del grupo, era para 1940 la segunda familia más rica de Gran Bretaña, sólo después del Rey.
"El mayor esplendor del Frigorífico fue en el peor momento de la humanidad", cuentan personas que trabajaron en el lugar, en esta nota.
Sin embargo, ese esplendor vio pronto su fin. A partir de 1948, las inversiones, la renovación estructural y el mantenimiento en el Frigorífico Anglo comenzaron a disminuir, señal clara de una crisis productiva que afectaba a toda la industria. Según el periodista Armando Oliveira Ramos, en la década de 1950 el Estado incluso otorgó subsidios a los frigoríficos extranjeros para que continuaran operando.
Varios factores internacionales contribuyeron a esta situación: el fin de la Guerra de Corea, la reconstrucción tras la Segunda Guerra Mundial, la formación de bloques comerciales y la creación del Mercado Común Europeo. Todos estos cambios alteraron los mercados y la demanda, mostrando que la industria frigorífica uruguaya no podía aislarse de los vaivenes económicos globales.
Ante el inminente retiro inglés, el cese prácticamente definitivo de actividades y movilizaciones obreras con reclamos de reactivación, a fines de los 60 el frigorífico fue nacionalizado y adquirido por el Estado, pasando a denominarse Frigorífico Fray Bentos.
En los años siguientes se hicieron múltiples intentos por reactivar el Frigorífico Anglo, pero la tarea resultó imposible: los mercados habían cambiado, y el país atravesaba un período marcado por la dictadura. Finalmente, en 1979, la planta cerró sus puertas para siempre, poniendo punto final a un capítulo inolvidable de la historia industrial y social de Uruguay.
Hoy, tras su declaración como Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 2015, se puede recorrer el lugar, visitar el Museo de la Revolución Industrial de Fray Bentos, y caminar entre los galpones, las chimeneas y los antiguos barrios obreros, para sentir cómo el pasado industrial del país sigue vivo, narrando historias que aún resuenan en cada rincón de la ciudad y de la memoria de los uruguayos.
Los productos que volvieron del más allá
En los últimos años varias marcas se animaron a traer de vuelta al mercado productos que habían desaparecido, apostando al poder de la memoria y a esa conexión emocional que generan los sabores de nuestra infancia.
Algunos ejemplos: Ricardito, que había quedado fuera del mercado; la Merienda Sote, que hoy vuelve bajo el nombre de Merienda Hit, o incluso una línea de yerbas y cafés de Manzanares.
Y no solo las grandes marcas: por el Día de la Nostalgia, panaderías del país nucleadas por el Centro de Industriales Panaderos del Uruguay rescataron del pasado productos que nunca llegaron a probar, como los borrachitos, besitos y napoleones.