El dato de que la mitad de los jóvenes entre 21 y 23 años no ha finalizado el bachillerato me ha quedado resonando. No es nuevo. Tristemente parece no llamar la atención. Sin embargo, he caído sensibilizado en una profunda preocupación.
La economía uruguaya continúa creciendo, sin embargo, es una progresión a tasas magras. Las demandas sociales crecen a un ritmo mayor que la capacidad que estamos demostrando para satisfacer esas necesidades. Debemos crecer más. Debemos crecer mejor. Las economías crecen porque incrementan las cantidades de factores que producen, en particular, crecen porque sus poblaciones crecen y pueden producir más. O crecen porque a igual o menor número de trabajadores, son capaces de producir más. Por tanto, en este último escenario tenemos un aumento de la producción asociada a incrementos en la productividad.
Es evidente que, para el caso uruguayo, la apuesta debe estar en cómo logramos aumentar los niveles de productividad de los distintos factores productivos: tierra, capital y trabajo. En este sentido, la recepción de inversión extranjera con avanzados modos de producción, la incorporación de tecnología, investigación, desarrollo e innovación (i+d+i) en nuevos procesos, pasan a ser rutas claves.
Los países que han logrado avanzar en competitividad, sin tener que mirar con obsesión al tipo de cambio, son aquellos que con visión de largo plazo han trazado un plan estratégico de innovación productiva (Finlandia, Corea, Singapur).
Para nuestro país es un camino minado de dificultades. Repasemos. ¿Cuánto invertir como país en innovación e investigación? Es claro que los guarismos actuales no son suficientes para alcanzar los exigentes objetivos de modificar sustancialmente los modos productivos.
La respuesta a la pregunta no es sencilla. Son actividades que podemos denominar de asignación de tipo discrecional. No existe una relación input-output, no existe una receta que nos diga si hacemos a y b, obtendremos c. Cuando el país toma la decisión de invertir en infraestructura, un puente, por ejemplo, deberíamos saber cuánto invertir y cuánto tiempo esperar para obtenerlo.
En el caso de la investigación y la innovación no lo sabemos. Son decisiones de largo plazo. Además, como es sabido, nuestro país sufre de escasez de recursos, donde el tironeo presupuestal es la regla y donde lo urgente le quita recursos a lo importante. El cortoplacismo como nota sobresaliente en la asignación de recursos. Es esperable, así están diseñados los incentivos.
¿Cómo enfrentar este dilema? Debemos caer en la cuenta de que si no logramos alcanzar consensos básicos en la materia que aseguren fortalecidos niveles de inversión, quedaremos condenados al subdesarrollo, a la primarización de nuestra producción, e hipotecadas las condiciones de vida en nuestro territorio.
Frente a esta situación se impone una definición estratégica. ¿Qué y cómo vamos a producir? No podemos jugar en todas las canchas ni tirar tiros al aire, porque no hay demasiadas alternativas. Se viene trabajando acertadamente en la definición de verticales productivas y cómo esas verticales lograrán dialogar entre sí.
Debemos comprender cuáles son los eslabones de las cadenas productivas globales que capturan el mayor valor. Además, debemos comprender de una vez que cualquier intento de innovación y repienso productivo debe estar inequívocamente contemplando los impactos sociales y ambientales.
La producción responsable es un profundo llamado a cuidar nuestro hábitat como especie y conservarla para las generaciones futuras, además, aunque persistan sectores con cierto nivel negacionista en la materia, los mercados relevantes empujarán el cambio a través de exigentes regulaciones. Si no logramos modificar nuestros modos productivos bajo los parámetros precedentes, estaremos condenados a que nuestra producción tradicional, de la que hoy sentimos orgullo, sea la comida de cerdos en el comercio del subdesarrollo. Tan duro como posible.
Para acelerar los procesos de innovación debe hacerse vía dos canales. Aquellos que deben ser abordados con intervención directa como política pública, porque existe problemática y riesgo sectorial general (desde producción agropecuaria hasta seguridad pública) y allí el liderazgo estatal es fundamental. Y por otro, cómo generar incentivos adecuados para que las empresas a nivel micro —un universo dominado por mipymes— consigan escaparle a su día a día, además de estar preocupados en cómo vender más, pagar sueldos, alquiler y demás exigencias.
El desafío de posicionarse de tal forma que les permita adoptar procesos de innovación. El poder de la sumatoria de la innovación a nivel micro, es la transformación macro necesaria. Hoy los procesos innovadores están reservados para muy pocas empresas que concentran tales actividades. También son pocas aquellas que dedican recursos a reinventarse, mitigar impactos ambientales y mejorar los impactos sociales.
La innovación y el desarrollo —además de apoyo en fases iniciales —para que escale, precisan no solo recursos de incubación sino que también recursos financieros para sostenerla en el tiempo hasta comenzar a percibir retornos.
Para ello, nuestro medio debe mejorar sustancialmente en el diseño de incentivos y apoyos. El fortalecimiento de la comisión de apoyo al sector privado, reponderando además indicadores que sesguen definitivamente cualquier beneficio hacia actividades innovadoras; el repienso de nuestro sistema financiero y mercado de capitales que permita el financiamiento de emprendimientos e intra-emprendimientos, el énfasis en el sistema educativo (que no por reiterado deja de ser preocupante, hay que insistir) con programas basados en STEM (ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas) y esfuerzos focalizados en reinsertar al sistema a aquellos jóvenes que lo han desertado son ejes de trabajo, guiados por la estrategia definida, que debemos abordar con sentido de urgencia e imprescindibilidad.