Es frecuente encontrarse estos días con análisis técnicos —muy respetables, por cierto— sobre las causas de la desaceleración económica uruguaya. Hay de todo como en botica: el exceso de funcionarios públicos, el gasto público per cápita, el atraso cambiario, la presión fiscal, la productividad estancada, la ausencia de una agenda real de crecimiento. Los desafíos son elevados, en un mundo inestable, volátil y con crecimiento desigual.
Pero como buen Escenario2, creo imprescindible ir más allá del diagnóstico hacia lo propositivo. Y entender que la política económica es solo una parte de la historia; la otra compete a los agentes.
La semana pasada participé en Stanford del encuentro anual de la red de académicos sobre microeconomía de la competitividad, una iniciativa que se nutre del legado del profesor de Harvard Business School, Michael Porter. Más allá del contenido académico, estar en el corazón de Silicon Valley ofrece una perspectiva singular sobre qué significa realmente innovar.
El profesor Richard B. Dasher, del US-Asia Technology Management Center de Stanford, presentó un marco conceptual valioso. El foro económico mundial (WEF) clasifica las economías según su motor de crecimiento en tres etapas.
Las economías impulsadas por factores —con PIB per cápita inferior a 15.000 dólares— atraviesan procesos de industrialización y urbanización. Las oportunidades de negocio son una "fiebre del oro" para satisfacer demandas básicas. La ventaja competitiva es simple: llegar primero.
En el siguiente escalón están las economías impulsadas por eficiencia, con ingresos entre 15.000 y 40.000 dólares. La escasez de mano de obra y capital demanda trabajadores más calificados. La clave: eficiencia operativa, escalamiento rápido, alta calidad.
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Dólares
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Finalmente, las economías impulsadas por innovación superan los 40.000 dólares per cápita. Los niveles educativos son elevados, y las oportunidades requieren creatividad y pensamiento disruptivo. El gobierno muta hacia el fomento del emprendimiento y la construcción de puentes sobre el temido "valle de la muerte" que separa la idea del producto viable.
Uruguay, con un PIB per cápita cercano a los 23.000 dólares (PPP), se ubica claramente en la etapa de eficiencia. La pregunta estratégica: ¿cómo acelerar el tránsito hacia la innovación?
El modelo de Dasher
La innovación emerge de la combinación nueva de tres recursos —capital, personas y conocimiento— operando sobre una infraestructura habilitante. Cada recurso tiene dinámicas propias que pueden promover o inhibir su flujo hacia esa recombinación que llamamos innovación.
El modelo aplica dentro de una empresa, en la formación de emprendimientos, y en las interacciones entre entidades —lo que Henry Chesbrough denominó "innovación abierta"— .
Para Uruguay, el ejercicio a realizar pasa por cuestionarnos: ¿tenemos las dinámicas adecuadas para que el capital, el talento y las ideas fluyan hacia combinaciones innovadoras? ¿Nuestra infraestructura —física, institucional, regulatoria— facilita u obstaculiza ese flujo?
Silicon Valley en números
Los datos del Valle son señales potentes, y que me han llamado la atención. No porque no sean intuitivas, sino por como un proyecto focalizado, ha alcanzado niveles extraordinarios en términos relativos incluso con otras regiones dentro de EEUU.
Con apenas el 2% de la población estadounidense, Silicon Valley y San Francisco generaron el 19% de las patentes del país en 2024. Esa concentración es resultado de décadas de inversión en I+D, universidades de frontera, y un ecosistema que premia la creación de conocimiento nuevo.
El componente humano es igualmente extraordinario. La fuerza laboral tiene el doble de graduados universitarios que el promedio nacional. Pero lo más llamativo es su composición: el 69% de los trabajadores técnicos con título universitario nacieron fuera de Estados Unidos. India aporta el 23%, China el 18%, California misma solo el 17%. América Latina, un modesto 2%.
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Silicon Valley, California, Estados Unidos.
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Esta diversidad no es decorativa, es funcional. Los trabajadores del Valle permanecen en promedio solo dos años en cada empresa. Esa rotación, que parece inestabilidad, es en realidad un mecanismo de transferencia de conocimiento. Las conversaciones en cafés y encuentros de intercambio giran obsesivamente alrededor de una pregunta: "¿cuál será la próxima gran cosa?"
El capital fluye hacia donde está el talento y el conocimiento. Las startups del Valle capturan entre el 20% y el 37% de toda la inversión ángel estadounidense.
Cuatro lecciones profundas
¿Cómo operan las grandes empresas del Valle? La innovación abierta es su herramienta central. Los departamentos de I+D tienden naturalmente a mejorar el negocio existente; para crear valor genuinamente nuevo, las corporaciones recurren a startups mediante capital de riesgo corporativo, pruebas de concepto, desarrollo conjunto y adquisiciones.
Dasher identifica cuatro lecciones.
Primera: la disrupción transformativa cruza fronteras industriales. Waymo, líder en vehículos autónomos, no surgió de una automotriz sino de una empresa de tecnología. La transformación digital no es adoptar tecnología; es reinventar cómo se hacen los negocios.
Segunda: toda la empresa debe estar lista para innovar, no solo I+D. Dasher usa la metáfora del pitcher y el catcher: de nada sirve lanzar la pelota si nadie está preparado para recibirla. Los líderes deben ser campeones de las nuevas ideas hasta su implementación.
Tercera: los vinculos externos son fundamentales. La movilidad laboral obliga a mantener contactos fuera de la empresa actual. Esto genera una red de conexiones que facilita la innovación de abajo hacia arriba, aprovechando la diversidad para generar ideas nuevas.
Cuarta: la innovación debe incentivarse activamente. El riesgo de adoptar lo nuevo es visible; el riesgo de no cambiar permanece oculto. El crecimiento tradicional requiere control; la innovación requiere libertad para grupos pequeños y luego promover la adopción en unidades más conservadoras.
¿Y Uruguay?
Nuestro ecosistema tiene fortalezas: talento técnico de calidad, estabilidad institucional, historias de éxito. Pero la competitividad no son salarios bajos ni moneda débil. Es un proceso profundo donde interactúan la calidad institucional y la mejora de productividad de los factores — humanos, capital y naturales— .
Volviendo al comienzo: la política económica es una parte de la historia. La otra corresponde a los agentes. A cómo procesamos la innovación a nivel micro, cómo tomamos riesgos, cómo, quienes deben financiar, efectivamente financian.
No podemos replicar el Valle. Pero sí aprender sus principios: invertir en conocimiento, atraer talento diverso, facilitar el flujo de capital hacia la innovación, construir organizaciones preparadas para el cambio.
El camino de la eficiencia a la innovación no es automático. Requiere decisiones deliberadas de política pública y de estrategia empresarial. A veces es preciso imaginar otro escenario posible.